“Átame al dilema de cantar o pensar.” (José Mármol)
El poeta dominicano José Mármol, una de las figuras capitales de la generación de los años ochenta y una de las conciencias poéticas más lúcidas de la literatura latinoamericana contemporánea, obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 2013, distinción que reconoce una trayectoria sostenida por la originalidad expresiva, el rigor intelectual y una constante renovación estética. No se trata de un reconocimiento circunstancial, sino de la confirmación de una obra que ha convertido el lenguaje en un espacio de pensamiento crítico, densidad simbólica y exploración ontológica. Desde sus primeros libros, la poesía de Mármol concibe la palabra como una zona de riesgo, un territorio donde el sentido se tensa y se interroga a sí mismo, consciente de que toda escritura verdadera implica una exposición radical del sujeto frente al lenguaje.
Uno de los rasgos más distintivos de la escritura marmoliana es la ampliación de las posibilidades expresivas del español mediante una poesía de alta intensidad reflexiva y conceptual. En El ojo del arúspice (1984), su voz poética se instala en una región donde el poema no describe la realidad, sino que la somete a examen, la fractura y la piensa. De ahí que el discurso poético avance desde la incertidumbre y no desde la afirmación, como cuando se advierte que “nadie —ni la más limpia utopía— podría impedir / la erosión terrible de los cuerpos y las cosas” (El ojo del arúspice). El poema se convierte así en una conciencia que observa el desgaste del mundo y del tiempo, sin ilusiones redentoras.
En la obra de Mármol se manifiesta una de las simbiosis más logradas entre imagen y concepto en la poesía dominicana contemporánea. Esa fusión lo inscribe en una tradición donde el poema es también una forma de conocimiento, cercana a la línea reflexiva inaugurada por Octavio Paz. Como en las poéticas que disuelven las fronteras entre filosofía y literatura, la escritura marmoliana reflexiona sobre sus propios límites, explorando el lenguaje como materia y como problema. La experiencia poética no se resuelve en el sentido, sino en la tensión que lo sostiene.
Esa operación estética sitúa a Mármol en el centro de una de las experiencias más fecundas de la literatura dominicana reciente. Su poesía construye un espacio donde lo conceptual, lo imaginativo y lo sensorial confluyen para interrogar la realidad. En Lenguaje del mar (2012), el lenguaje aparece asociado a una dimensión material y sonora, donde la palabra se desplaza entre lo visible y lo invisible, entre la presencia y el vacío. El poema se abre como una zona de resonancia en la que la realidad no se ofrece como certeza, sino como materia en constante transformación.
Los temas que atraviesan su obra —el tiempo, la memoria, el amor, la pérdida, la identidad, la trascendencia— no funcionan como motivos ornamentales, sino como núcleos problemáticos abordados desde una conciencia crítica del lenguaje. En Mármol, el poema se ejerce como una forma de conocimiento que nace de la intemperie del ser y de la fragilidad de la experiencia humana. Esa conciencia se expresa con particular intensidad cuando el texto poético asume que toda forma está expuesta al desgaste, al temblor y a la desaparición.
La densidad simbólica de su poesía exige una lectura atenta, capaz de desentrañar las múltiples capas de significado que sostienen cada texto. Sus versos despojan a las palabras de su uso habitual para devolverlas a una dimensión originaria, casi inaugural. En libros posteriores como Deus ex machina y otros poemas (2001, una excelente selección de sus poemas, editado en Visor), la exploración se intensifica, y el poema se abre a una experiencia sensorial y metafísica donde “temblor, gozo de formas” conviven con la materia y el sonido. En esos poemas antologados, se puede comprobar hasta la saciedad lo siguiente: el lenguaje no busca clausurar el sentido, sino expandirlo.
Ese rigor intelectual ha convertido a José Mármol en una referencia ineludible para las nuevas generaciones de poetas dominicanos, quienes encuentran en su obra un modelo de exigencia estética, profundidad reflexiva y fidelidad al pensamiento. Su escritura demuestra que es posible dialogar con las corrientes internacionales del pensamiento poético sin renunciar a una identidad cultural propia ni a una voz singular.
La concesión del Premio Nacional de Literatura a José Mármol representa, además, un signo de madurez del panorama literario dominicano, al reconocer una poética construida desde la reflexión crítica y la independencia estética. En su figura se legitima el esfuerzo de una generación que apostó por romper con los moldes tradicionales y por concebir la poesía como un espacio de pensamiento, riesgo y confrontación con el lenguaje.
Celebrar la obra de José Mármol es, en consecuencia, celebrar la vitalidad de la poesía dominicana y su capacidad de reinventarse desde la conciencia crítica. Su escritura demuestra que el poema no está llamado a consolar ni a ofrecer respuestas tranquilizadoras, sino a despertar al lector, a situarlo frente a la intemperie del sentido y a la complejidad de lo humano.
Mármol confirma, con su voz singular, que la poesía sigue siendo un acto de revelación y una experiencia de profundidad humana. Leerlo implica aceptar que el lenguaje no ofrece certezas definitivas, sino preguntas cada vez más complejas. Su Premio Nacional de Literatura no es solo un reconocimiento individual, sino el testimonio de que la poesía dominicana contemporánea posee una voz madura, rigurosa y universal. En José Mármol, la generación de los años ochenta encuentra uno de sus paradigmas más altos y perdurables.
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