"Hoy no premiamos a alguien que ya lo logró todo. Hoy honramos a una siembra aún viva, en movimiento. A una autora que sigue enseñando, escribiendo, cuestionando, invitando al florecimiento de una lectura sensible y crítica".
Había una vez… una sembradora de palabras…
Y había en esa misma vez, una isla tropical rodeada de luz, historias, heroísmo y montes mágicos.
Allí nació una niña: en un día primaveral del mes de las madres y las flores, en el barrio de San Carlos, donde al caer la tarde cualquier brisa luminosa podría traer un cuento o unos versos.
A la niña risueña la llamaban Norita, una pequeña que no sabía que estaba destinada a nombrar el mundo con palabras nuevas. Ella escuchaba con atención las narraciones de su madre, al abuelo que le entregó revistas y “La edad de oro” (de Martí) y le invitaba a comentar sobre lo leído, y también las palabras de sus tíos, los cuentos de Juan Bobo…
Jugaba con el ritmo de la lluvia; divertida, se desplazaba en yaguas en un declive al lado del Palacio de Gobierno, como presagiando todo lo que se podría hacer como proyecto de nación, y abría su corazón a los misterios que habitaban en los baúles, en los ríos, en las hojas del campo y en los posibles silencios de la ciudad. Prestaba oídos a los caracoles y soñaba con ciguapas perseguidas. Era una niña curiosa, de alma abierta y mirada encendida, que se detenía a contemplar las nubes.
A los 13 años de edad ya enseñaba: alfabetizaba niños, en una escuela improvisada, con la misma pasión que luego la llevaría a los pasillos de la UASD, INTEC, UTECO, Católica de Santo Domingo, O&M y otras altas casas de estudio, ya siendo la maestra Eleanor Mercedes Grimaldi Silié. Llegó a ser vicerrectora académica en la Universidad Interamericana, directora general del Libro y la Lectura en el Ministerio de Cultura, directora ejecutiva de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, y otros cargos no menos importantes, miembro de número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana en su comisión de Educación, igualmente miembro de número del Instituto Duartiano. Formó promotores de lectura, entrenó maestros y bibliotecarios, y ayudó a crear proyectos educativos que hoy son sostenes vitales en la enseñanza dominicana.
Pero ¿cómo llegó hasta tanto? Es que creció con historias en la sangre
De su rica producción literaria recordemos algunos títulos: desde su primer libro publicado, Poesías para ti (1982), pasando por una amplia pléyade de diversa temática: Variedades sicopedagógicas, Ética y pedagogía, Cristal de ilusiones, El sueño de Penélope, Ternuras entre el mar y el cielo, Alberto Daniel y el sueño de los caramelos, Julita Graciosa y sus amigos (basada en las travesuras de la infancia de la propia autora), La paloma grande de Matachalupe, Haikus, Colección azul de ilusiones, Había una vez en una isla tropical…
Y tantísimos otros: libros de historia universal, dominicana, de los próceres, mujeres de la patria, guías para entrenar promotores de lectura, las reseñas de todos los títulos de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, las transcripciones de conferencias sobre la educación de la Academia de Ciencias, la recopilación de todos los presidentes de su amada República Dominicana, su labor en los medios de comunicación en las páginas de Isla Abierta en el periódico Hoy, y el diario El Siglo, donde mantuvo una columna y los doce fascículos de contenido histórico que elaboró junto al historiador Juan Daniel Balcácer… Incalculables obras que abarcan desde la pedagógica reflexiva hasta la imaginación pura, de la antropología literaria del Caribe al universo íntimo del niño y la niña.
¿Y qué nos dice ella misma cuando se trata de infancia y fantasía?
Ante la pregunta: ¿A qué elemento de la naturaleza compararías la literatura infantil?, ella respondió suave, pausada:
“La literatura infantil para mí es como un paisaje de mar, montañas y valles. Con el mar porque es la creatividad sin orillas, donde los personajes navegan en barquitos de papel… con las montañas porque son los retos que los niños escalan en silencio… con los valles porque son los refugios donde los niños encuentran consuelo.”.
Sin orillas… refugios… consuelo…
Si alguna vez un personaje de tus libros se escapara del papel para vivir contigo, ¿quién sería?
“El duende Rufinito, porque es un personaje bondadoso.”.
Es evidente que Eleanor cree en la bondad, como también cree que algún duende, con voz delicada, sutil y armoniosa, guía su mano cuando escribe para niños y que las estrellas de los cuentos que brotan por esa voz formarían una constelación de un círculo de amor y las uniría la leyenda del hilo rojo, ese que conecta a las personas dedicadas a encontrarse, sin importar tiempo, lugar ni otras circunstancias.
Por eso nos encontramos aquí y ahora, en este punto del universo.
Sí. Este servidor confirma que ese duende existe, es real. Su cabeza se llama “amor por los niños”, su tronco es “gusto estético”, y tiene como extremidades “la creatividad y la imaginación”.
Estos ojos rasgados han visto a ese duende enfrentando a un monstruo. Inquieto, quise indagar cuál es ese monstruo que constantemente ataca a los niños de República Dominicana. Eleanor, con la sabiduría nacida de su vasta experiencia de vida, me respondió: “El monstruo que ataca a los niños de República Dominicana es la falta de hogares estables, y la manera de enfrentarlo es educando a los jóvenes y prepararlos para ser padres responsables”.
Para eso, recomienda mezclar lo tierno con lo inquietante, lo mágico con lo cotidiano, lo dulce con las abejas, los sueños con las leyendas, y el mar con el cielo.
Su estilo asoma en este tipo de respuestas: no hay artificios, pero hay mucho corazón. Es la conciencia moral y la empatía hecha metáfora. Cuando habla del colador mágico —ese colador que tamiza a quienes les roban el sueño a los niños del mundo— está hablando sin decir, pintando una justicia suave, una especie de magia doméstica que cura sin armas.
La mirada de Eleanor como ojos tan infinitos de amor
Tus ojitos
tan pequeños
no se pueden
ya cerrar.
Porque la luz
de la luna
los quiere
ya acariciar.
Esos ojos
redonditos,
tan infinitos
de amor,
quiero
ponerles cristal
y no verlos
hoy llorar.
¿Y su narrativa?
En prosas que oscilan cual péndulo entre el cuento y la novela, teje relatos que baten como alas:
- Podemos aprender del anciano que atrapa estrellas, el mago cansado que fracasa al convertir una lechuza en pelota, y termina convertido en sembrador de frutas y verduras. Una metáfora preciosa sobre atender la vida con humildad.
- Abrimos un baúl, ese mueble antiguo que huele a jazmín y secretos y habla con la niña, testigo del poder de la memoria y la imaginación.
- Encontramos a Titi, niño alegre de Pantoja, quien conversa con un caracol que canta a la vida, pese al calor y el maltrato de la arena…
Allí están sus tres fuentes —fantasía, realidad y sensibilidad— fundidas en un estilo que transita sin sobresaltos, dejando que el lector sueñe y piense.
Escuchemos su voz en el recuerdo que se va caminando
“Apretaba tanto un pañuelito que llevaba en el puño como si estuviera acurrucando su miedo entre los pliegues”.
“Cada vez que tenía un caramelo en su boca, era como si escuchara una música de dioses”.
“Se le llenaron los ojos de lágrimas de lluvia”.
Un niño desvela un mundo de ensueño que lo libera del miedo.
La voz que brota de la isla
Nuestra escritora, la educadora, la poeta, la constructora de puentes entre la niñez y la memoria, se preguntaba desde niña, como muchos otros niños, en nuestra América Latina y caribeña:
—¿Por qué hay dictadores? ¿Por qué hay injusticia? ¿Por qué las cosas hermosas a veces se esconden?
Aquella niña creció y se convirtió en jardinera de metáforas. Y como toda buena jardinera, sembró palabras donde antes había silencio, y cultivó historias donde la memoria parecía dormida. Así, los niños que viven en una dictadura esquivan el miedo y recuerdan jugar bajo la lluvia, chapotear charcos y ayudar a un pájaro herido.
Es que Eleanor Grimaldi no escribe para los niños. Eleanor Grimaldi escribe con los niños, desde ese lugar íntimo donde habitan la ternura, el desconcierto, el juego y el asombro. En su obra, los niños no son personajes decorativos: son testigos, poetas y protagonistas del mundo.
Su literatura parte de una comprensión honda de lo que significa crecer en un país con memoria herida, pero también con una vitalidad feroz. Por eso nos lleva de la mano de un chico que, aún en medio de la dictadura, logra abrir ventanas en su mente y en su corazón.
Eleanor nos recuerda que los niños también vivieron el miedo, también percibieron el silencio, también soñaron con la libertad. Y lo hace sin dramatismo, con una delicadeza ética admirable: no calla las verdades, pero las dice con palabras que protegen.
¿No es ese el arte más puro de escribir para niños? Decir sin dañar. Contar sin traicionar. Y al mismo tiempo, invitar a pensar, a recordar, a no repetir los errores. Porque resistir también es vivir. Y la misión de Eleanor era —y sigue siendo— contar sin dañar, sin callar.
El susurro de la fantasía
Eleanor Grimaldi despliega su capacidad para crear universos donde la imaginación es el lenguaje común.
En estas historias no hay moralejas explícitas, ni lecciones impuestas. Hay imágenes que respiran, frases que bailan, personajes que son espejos del alma infantil.
Su estilo literario es una mezcla entre lo poético y lo cotidiano, entre el realismo mágico y la fábula sin moralina.
Tiene algo de Gianni Rodari en la forma en que juega con los objetos y las posibilidades. Tiene algo de Ana María Matute en esa nostalgia luminosa por la infancia. Pero sobre todo, tiene la marca inconfundible de una escritora dominicana que ha sabido usar los símbolos de su tierra —el mar, la lluvia, el cacao, los cuentos orales, los seres de leyenda, los vendedores ambulantes, los abuelos del campo— para crear un universo propio.
Escritora de metáforas vivas
Leer a Eleanor es como caminar por un jardín donde cada flor tiene una historia y cada piedra una canción. Sus metáforas no son ornamentos; son puertas hacia otra manera de mirar la vida.
Cuando una cotorra renuncia a convertirse en árbol, está hablando del derecho a elegir en quién quiere ser. Cuando un baúl habla y huele a fresa y orquídeas, se está resaltando el poder de los recuerdos y la imaginación. Cuando un caracol le canta a la vida mientras lo quema la arena, se nos está diciendo que la resiliencia también cabe en un cuerpo pequeño.
Grimaldi Silié no escribe para entretener. Escribe para invitar al pensamiento poético, creativo y crítico, para formar sensibilidad, para que niñas y niños se atrevan a pensar con imágenes y a sentir con palabras.
Maestra de generaciones
Pero su legado no se agota en sus libros. Eleanor ha sido, durante décadas, educadora incansable. En las aulas, en los talleres, en las bibliotecas, en los espacios culturales, en los campos y barrios, y hasta en los centros penitenciarios, ha sembrado lectura, ha contagiado amor por la palabra, ha acompañado procesos formativos con respeto, con escucha, con autenticidad.
Muchos de los que hoy escribimos, enseñamos o leemos con pasión en República Dominicana, pasamos por su mirada alentadora, por sus preguntas provocadoras, por su convicción de que todo niño tiene una voz que merece ser oída.
Y como buena maestra, Eleanor no solo enseñó a leer historias, sino a leer el mundo. Siempre conectando literatura y realidad. Siempre mostrando que la estética no está reñida con el compromiso, ni la belleza con la crítica social. Porque ella cree —y nos ha hecho creer— que la literatura puede curar, puede transformar, puede sanar memorias colectivas.
El arte de contar sin prisa
Quizá una de las mayores virtudes de su estilo sea su ritmo. Eleanor escribe como quien conversa al atardecer. No apresura las frases, no subraya lo obvio, no necesita pirotecnias verbales. Confía en la sutileza. A veces, una frase suya basta para abrir un mundo:
“Hay cosas que no entiendes. No entiendes por qué los pueblos están en guerra, por qué las mujeres son asesinadas, por qué se desarrollan gobiernos dictatoriales…”
¿Acaso no es esa la semilla de la criticidad? ¿La chispa de la educación emocional? Eleanor nos ofrece preguntas en lugar de respuestas. Y por eso sus libros no envejecen.
Escritora de silencios y memorias
En tiempos donde la literatura infantil puede caer en la frivolidad o el exceso de moralismo, Eleanor Grimaldi ha escogido un camino más honesto y más profundo: el de la memoria contada con poesía.
En sus relatos se hace visible el dolor sin mostrarse crudo, se denuncia la injusticia sin estridencia, se respeta la inteligencia del lector infantil sin subestimarlo jamás.
Por eso, su obra no solo es estética: es ética. Nos enseña a mirar con ternura incluso los momentos más oscuros. Nos invita a recordar con dignidad. Nos recuerda que todo niño, aún en las dificultades, aún en la pobreza, aún en el abandono, merece un espacio para jugar, para soñar, para inventar su propio “había una vez”.
Como “había una vez una gata Rufina que le gustaba cantar…”
A la gata
Rufina
le gusta
cantar.
Dar saltos
y saltos,
bailar
al compás.
Con su larga
cola,
bailando va
un son.
Mueve, mueve
la cabeza,
¡y canta
mi corazón!
Que sigan los “había una vez”
Hoy, al entregarle este Premio Biblioteca Nacional de Literatura Infantil 2025, no solo reconocemos una trayectoria literaria ejemplar. Enaltecemos una vida dedicada a la belleza, la infancia, la educación y la palabra viva.
Celebramos a una autora que, con humildad y constancia, ha sabido escribir libros que no buscan adornar estanterías, sino abrir corazones. Libros que no temen a la complejidad, pero la abordan con ternura. Libros que no olvidan de dónde vienen, pero miran con esperanza hacia lo que vendrá.
Eleanor Grimaldi Silié nos ha enseñado que las historias no solo se escriben: se siembran, como quien planta en tierra fértil esperando que un día, algún niño o niña —quizás uno de nosotros, quizás uno que aún no ha nacido— recoja el fruto de una metáfora y descubra que también puede escribir su propia historia.
Hurgamos su trayectoria y encontramos reconocimientos que hablan de una vida luchada, no exenta de profundos sacrificios, plenamente crecida. Entre otros:
Premio Supremo de Plata de los Jaycees; Premio APEC al Magisterio; Maestra Meritoria de la Universidad Dominicana O&M; Medalla al Mérito de la Mujer otorgada por el gobierno dominicano; Hija Adoptiva de Puerto Plata (esta distinción honra cuarenta años ininterrumpidos viajando a esta provincia para entrenar a niños escritores en el proyecto de fomento a la lectura de la Sociedad Cultural Renovación); el emblemático Premio Magna Lux; la representación del país en el 1er. Congreso Iberoamericano de Libros para Niños, y ahora… el Premio Biblioteca Nacional de Literatura Infantil 2025, máximo galardón otorgado a un autor o autora de literatura infantil en República Dominicana, por su obra de vida.
Pero los premios no cultivan la semilla. Lo hace ella, cada día, con su presencia, con sus talleres, con su escritura. Lo hacen sus conferencias. Lo hace su voluntad. Lo hace su risa pausada, su entrega humilde, su constante regreso del misterio al magisterio.
Hoy no premiamos a alguien que ya lo logró todo. Hoy honramos a una siembra aún viva, en movimiento. A una autora que sigue enseñando, escribiendo, cuestionando, invitando al florecimiento de una lectura sensible y crítica.
Eleanor nos enseña que la literatura infantil no es decoración ni adorno. Es lenguaje, memoria, identidad, resistencia, futuro.
Que la metáfora es un don, pero también una herramienta ética.
Que los niños no son “conejillos de laboratorio”; son sujetos de pensamiento, de heridas, de sueños.
Que la estética no está peleada con la empatía, ni la fantasía con el conocimiento social.
Que un lenguaje llano puede abrir puertas al asombro, como cuando ella habla de la dualidad entre ciencia y fantasía:
“A través de la fantasía, la ciencia se ha enriquecido… una prueba son los grandes descubrimientos que formaron parte de una ficción y luego se convirtieron en realidad…”.
Ella es el mar, las montañas, los valles.
Ella es la cotorra, el caracol, la ciguapa, el árbol más frondoso de Matachalupe, Rocío, la gotita de agua, Teresina o la mariposa.
Ella es la maestra que abre mundos, y la autora que pinta paisajes del alma.
Ella es, sin duda, una sembradora de palabras.
Gracias, querida Eleanor, por sembrar palabras cuando éramos semillas.
Por enseñarnos la belleza de aprender, la delicia de imaginar.
Por el valor de decir lo que otros callan.
Por la ternura ética y poética que recorre cada uno de tus libros.
Porque, como dices, “la magia está en entender el lenguaje de la sensación, la imagen y el silencio”.
Hoy, con el corazón abierto, te reconocemos con el Premio Biblioteca Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2025. Y con él, te regalamos también la esperanza de que tu voz siga caminando por montañas, ríos y valles de nuestra imaginación nacional…
Sin duda, si tu pluma o teclado pudiera hablar, te agradecería la muy buena utilidad y el cuidado que le has dado durante tantos años, al escribir libros.
Culmino con tus propias palabras, maestra de nuestra admiración y querencia:
“Anhelo vivir en un país donde los escritores de literatura infantil se dediquen a producir plenamente, y sean valorados y apoyados en su justa dimensión como creadores del género más difícil y rebelde que es la literatura para niños tal como me lo expresara en un escrito el poeta Pedro Mir en un momento en que le di a leer unos poemas para niños.”
Brindamos para que así sea.
Yuan Fuei Liao
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