Un rasgo distintivo en la vasta obra ensayística del crítico literario y filólogo, doctor Bruno Rosario Candelier (Moca, 1941), reside en que no se adscribió, dogmáticamente, a una específica escuela o corriente teórica de la lingüística, la crítica literaria o la filología –aunque se observan visos de la estilística–, sino que creó su propia forma de aproximarse al hecho literario, a la obra literaria misma, es decir, con entusiasmo, sensibilidad y admiración. Y esa peculiaridad acaso salve su obra, a la vez, del anquilosamiento y la petrificación. Ha tenido la visión de aunar, a su sensibilidad del fenómeno literario, la mirada generosa y la apertura estética para no ahogarse en el prejuicio miope y en la superstición excluyente. Y otro rasgo: fundir su vocación crítica a la vocación entusiasta de la promoción literaria. Así que, el gestor cultural se abraza a su condición intelectual, en la búsqueda por dejar una huella misionera en las letras dominicanas. Sin caer en la reseña periodística laudatoria y superficial, ni elevarse a las esferas del crítico literario abstruso, enmarañado y de “frases cohetes”, logró fundar un estilo y una forma de hacer crítica profesional, con vocación didáctica y prosa sobria. Ni la altisonancia ni la grandilocuencia ni la ampulosidad lo caracterizan. Tampoco cayó en el terrorismo de la cátedra o el maniqueísmo policial o moral de la teoría y la crítica literarias. Si algo destaca su temperamento crítico es que siempre ha apelado al pensamiento sensible para articular su discurso, bajo el signo estético del ideal clásico y la defensa de los valores místicos. Sin provenir de la condición del poeta, que da el salto estratégico a la crítica –como ha sido tradición–, ni de la condición del narrador o dramaturgo, que se pasa a crítico literario, la suya es la del crítico a secas, que tardíamente asume la vocación del novelista.
De modo que su faceta de crítico literario lleva intrínseca no la de aquel que asume una ideología estética o una tendencia teórica, sino la del crítico que analiza, aprecia y valora la obra literaria, desde el pensamiento mismo, es decir, desde la reflexión sensible y la conceptualización de los valores estéticos propios o intrínsecos de la obra en sí. O colocando el pensamiento como eje motriz o centro de gravedad de la imaginación lectora. Y de ahí que sus juicios críticos sobre una obra determinada siempre están normados por una vocación pedagógica: por hacer no una obra paralela ni alejada de la obra analizada, sino para provocar—en el hipotético lector– el placer mismo que experimentó al leerla. De modo que, en la poética de su discurso crítico, hay implícita, desde luego, una propuesta –o poética– de lectura que aproxima autor y lector, y en la que el primero conquista al segundo, en un proceso de goce y celebración de la recepción. De ahí que nunca vemos, en su obra crítica, un afán destructivo ni una vocación por desmontar un texto, en sus elementos compositivos y estructurales. Por el contrario, hay siempre una solemnidad, una gravedad, por inyectarle a la obra literaria analizada, un aura de misticismo o un halo de sacralidad.
El doctor Bruno Rosario Candelier practica el ensayo literario como un acto de creación y desde una experiencia estética de la imaginación. Hace uso de la palabra como búsqueda de espiritualidad, desde su concepción mística del lenguaje y desde su condición cósmica de la vida. Para él, la crítica literaria es un ejercicio que une el “vínculo entrañable” entre la conciencia estética de la obra y el ideal místico que la gestó. Toda su vida intelectual –de más de treinta años–, la ha ocupado –o destinado– a emplear su energía creadora en elaborar y fundamentar, teóricamente, la estética del movimiento Interiorista –que fundara en 1990, en su natal Moca. De ahí su defensa apasionada, como un profeta laico, que hace una labor misionera, evangelizadora o sacerdotal en la aventura de su vida, y en la creencia en el ideal clásico de la belleza, de raíz helenística. También en edificar un castillo de palabras que le dan fundamento teórico y filosófico a su cosmovisión de la creación literaria. Su búsqueda de la belleza y su tentativa por encontrar el misterio de la palabra y de la creación, lo han llevado a un estado de contemplación mística y a una experiencia de comunión con el mundo clásico grecolatino. De ahí que haya hecho de la escritura, del oficio de la crítica y de la teoría literaria, un ideal de vida, una experiencia religiosa y una aventura espiritual, donde se funden: la religión y la literatura, el arte literario y el arte de la meditación, el misticismo y el ascetismo, la teología y la estética. Lo que postula y defiende Rosario Candelier es la dimensión metafísica de la creación literaria y el fomento de la poesía mística para alcanzar la trascendencia espiritual. (No estoy seguro si lo logrará o si es posible alcanzar ese ideal). En su manifiesto del 29 de diciembre de 1990, de la Poética Interior o Interiorismo, aboga por estos postulados, cuya retórica promueve el estudio y la creación desde el ideal clásico. La estética interiorista propugna, en esencia, por el énfasis en lo trascendente y el cultivo de la poesía metafísica y mística, usando el mito como materia de creación verbal, pues es el origen del logos, de la palabra. Se basa, a un tiempo, en la búsqueda de lo trascendente y la comunión con la naturaleza: de lo primigenio a lo universal, de lo originario a lo cósmico –o a la totalidad del universo. Es decir, desde la inmersión en el mundo de la subjetividad hasta la percepción ontológica del mundo: de lo íntimo para alcanzar lo humano, de lo personal para conquistar la trascendencia. Su filosofía de vida y del arte descansa en encontrar el sentido trascendente de la realidad para lograr la transformación espiritual del hombre, donde el ser se integre al mundo. En los principios del Interiorismo hay un énfasis en los valores míticos del mundo clásico y de la modernidad. Como se ve, se trata de un movimiento literario nacional, con vocación universal, que reacciona contra el ideal intrínseco de las vanguardias, basado en la experimentación, para asumir una estética de anclaje y subordinación a la tradición clásica. Lo que el autor mocano hace con sus discípulos es inyectarles el valor de la sensibilidad y la sabiduría, que contienen las obras de la clasicidad grecolatina, bajo el imperativo estético de que sus valores son trascendentes, permanentes y paradigmáticos. Y de que la obra literaria no es razón ni técnica per se; tampoco sociología, filosofía o mero juego verbal, sino que tiene un sentido, un misterio y un contenido que la trasciende. La belleza, que había sido la diosa del romanticismo (pese a que los simbolistas la injuriaron y la sintieron amarga, como Rimbaud), vuelve a adquirir fuerza, protagonismo, categoría, importancia y hegemonía para la poética del Interiorismo: se convierte en su ideal estético, y en potencia inspiradora. En búsqueda no de vacío –como muchas filosofías orientales–, sino de plenitud, desde una visión estética y valorando, en su justa dimensión metafísica, al ser humano. Gracia, belleza y don habrán de ser los fundamentos de su vocación y de sus ideales estéticos, y de ahí su afán con los encuentros literarios y retiros espirituales (en campos y montañas) por poner a comulgar la metafísica y la mística con la creación mitopoética; o a comulgar y dialogar la naturaleza con el hombre, el mundo exterior con el mundo interior y el ser con el espíritu. Estos ideales estéticos no dejan de apuntar hacia lo utópico y al optimismo de la esperanza, en su búsqueda por alcanzar la sustancia de las cosas, obviando lo material y lo puramente anecdótico. Es decir, todo lo que conduzca al creador de la palabra, a caer en el laberinto de la angustia terrenal y en el abismo de lo perecedero y transitorio.

En el corpus de su obra ensayística (teórica y crítica) podemos encontrar el manantial que le dio origen, fundamento y consistencia a su magna y vasta empresa libresca –que abarca más de 50 obras. También podemos rastrear los valores y símbolos de su obra crítica, en su tentativa por imprimirle una teoría metafísica. Todo el tejido de su prosa crítica está iluminado e insuflado por la intuición, pero una intuición calculada, no al azar –como creían los surrealistas y los dadaístas–, sino vigilada por una teoría consciente del lenguaje y de la creación literaria.
Ideólogo y teórico de su agrupación literaria, es decir, del Movimiento Interiorista –que asume el ideal místico de la poética interiorista–, Bruno Rosario Candelier ha desarrollado, además, otra vertiente investigativa, y es la vocación lexicográfica y lexicológica: la de elaborar y editar diccionarios, como director de la Academia Dominicana de la Lengua –o coordinar, con un equipo de académicos, sus publicaciones. Así pues, el crítico, el ensayista, el novelista, el lingüista, el filólogo, el educador y el promotor literario conviven y coexisten en su mentalidad intelectual. Desde 1975 –cuando publica su primer libro– hasta la actualidad, su pasión crítica no ha cesado, ni disipado su fervor como gestor literario –desde la fundación, en Moca, del taller literario Octavio Guzmán Carretero, El Ateneo Insular y la organización del primero y segundo coloquios de la novela dominicana.
A Bruno debo parte de mi vocación literaria inicial, pues su casa, en Moca, fue morada de tertulias y conversaciones, que yo alternaba con visitas a la casa de Julio Jaime Julia (otro de mis primeros mentores). Decía Bruno, que todo el que quería iniciarse en la escritura en Moca debía pasar por las manos de don Julio. Y era así. Esas palabras tenían un aire profético y simbólico. En la trayectoria de Bruno, como promotor cultural, mentor de jóvenes y crítico literario –que se expresa en la formación de grupos y cenáculos– esta vocación, como se sabe, genera pasiones y animadversiones. Y, como es natural, Bruno ha sido víctima de esa pasión altruista de mentor, promotor de talentos literarios e ideólogo estético. De ahí que haya conquistado adeptos y también desafectos, ganado detractores y, a la vez, adláteres, que aun lo siguen con entrega religiosa, admiración fervorosa y lealtad mística. Despierta así, como es lógico, pasiones encontradas: la gratitud o la ingratitud; la lealtad o la deslealtad, la solidaridad o el desapego. Pero, eso sí, a nadie deja indiferente. Haciendo las sumas y las restas, los pros y los contras, comulguemos o no con sus postulados estéticos y su vocación como promotor cultural, lo cierto es que ha escrito y creado una obra ensayística de amplio calado, de ejemplar consistencia y de monumental envergadura, expresada en artículos, reseñas de libros, prólogos, estudios, conferencias y presentaciones de escritores. Sus libros, por su extensión y volumen, se leen como tratados o ensayos de corte académico, unos, y otros, con visibles perfiles didácticos o, cuando no, con una raigambre filosófica o estética. Detrás de algunos, late el cariz místico y, en otros, el pensador estético deja entrever sus aristas metafísicas. En todos, sobresale el maestro, el pedagogo o el doctrinario, que busca adoctrinar, ideologizar, despertar y descubrir pasiones creadoras o vocaciones literarias, ocultas o suspendidas; o el evangelizador literario, que lleva la antorcha no del teólogo, sino del místico, que asume el oficio de la palabra, como un ideal laico de vida y de trabajo.
Bibliografía
Rosario Candelier, B. (1992). Poética Interior, Santiago de los Caballeros: PUCMM.
————————–. (1995). El movimiento interiorista. Moca: Ateneo Insular.
————————–. (1997). La creación interiorista. Moca: Ateneo Insular.
————————–. (2001). El interiorismo. Moca: Ateneo Insular.
————————–. (2005). El ideal interior. Moca: Ateneo Insular.
————————–. (2007). Poesía mística del interiorismo. Santo Domingo: Ateneo Insular.
————————–. (2011). Fundamento estético del Interiorismo. San Francisco de Macorís: Impresora Central.
————————–. (2015). A la zaga de su huella: antología poética del Interiorismo. Moca: Ateneo Insular Internacional.
Compartir esta nota