Dedicado al Dr. Diógenes Céspedes, Premio Nacional de Literatura y Profesor Meritísimo de la UASD
La irrupción de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) ha transformado la forma en que se puede concebir la producción lingüística. En este contexto, esta revolución tecnológica plantea una pregunta filosófica urgente: ¿qué tipo de lenguaje es posible sin sujeto?
El poeta y lingüista francés Henri Meschonnic ofrece una respuesta profunda y crítica. Para este importante pensador, el lenguaje no es un simple instrumento para comunicar ideas ni un sistema de signos abstractos, como sostuvo el estructuralismo, sino una forma de existencia. El lenguaje es ritmo y "el ritmo es la organización del sentido por el sujeto en el tiempo".
En su obra Critique du rythme (1982), Meschonnic afirma: “Le rythme, c’est l’organisation du mouvement du discours”, es decir, el ritmo es la forma en que el discurso se mueve, se encarna y se hace cuerpo. No se trata de musicalidad ni de métrica, sino del modo singular en que el sujeto se dice en su lenguaje. Desde esta perspectiva, la IAG produce discurso sin ritmo, porque no hay sujeto detrás de la palabra. Su lenguaje es una simulación basada en modelos estadísticos, entrenados con vastos corpus lingüísticos, pero desprovistos de experiencia y vida.
Por ejemplo, una carta escrita por ChatGPT puede imitar el tono de un poeta o de un filósofo, pero no puede generar un decir en el sentido meschonniciano. Es decir, puede parecer lenguaje, pero no lo es del todo, porque no proviene de una subjetividad que se hace acto. Meschonnic escribe: “Le sujet est ce qui fait le sens, et non ce qui le reçoit” (Politique du rythme, politique du sujet, 1995). El sujeto no es sólo quien interpreta un sentido ya dado, sino quien además lo produce al hablar.
Uno de los ámbitos donde esta diferencia se vuelve crucial es la traducción. Para Meschonnic, traducir no es pasar palabras de una lengua a otra, sino recrear el ritmo del sujeto original. Por eso, critica las traducciones literales o conceptuales que traicionan la voz del texto. Frente a una traducción algorítmica generada por IAG, que prioriza la equivalencia semántica, él propone una ética del traductor: “Traduire, c’est trans-subjectiver” (Poétique du traduire, 1999), es decir, traducir es volver a encarnar el sujeto del texto en otra lengua.
En otro pasaje decisivo, Meschonnic señala: “Il n’y a de sens que par du sujet dans du langage” (L’éthique et le poétique, 2007). Esto refuerza la idea de que el sentido no es una entidad preexistente ni un contenido transmisible, sino un acontecimiento inseparable de la voz singular que lo produce. La IAG, al carecer de cuerpo, historia y experiencia, produce solo una huella vacía del lenguaje, un simulacro sin sujeto.
Meschonnic va más allá: no solo importa el uso, sino el ritmo como forma del decir, la entonación ética de cada acto de habla. En palabras suyas: “Ce qui compte, c’est le sujet d’énonciation, pas la structure” (Langage, histoire, une même théorie, 1995).
La propuesta de Meschonnic difiere radicalmente de la teoría estructuralista del lenguaje, representada por Ferdinand de Saussure. Para Saussure, el lenguaje (lengua) es un sistema de signos donde el significado se define por las oposiciones internas del sistema, no por el sujeto hablante. En esta concepción, el signo es una entidad binaria (significante/significado) y el hablante queda desplazado. En cambio, Meschonnic reintroduce al sujeto como centro de la producción de sentido, desplazando la primacía del sistema para privilegiar el acto del decir.
Con respecto a Wittgenstein, el contraste es igualmente revelador. En el Tractatus logico-philosophicus (1921), Wittgenstein concibe el lenguaje como una estructura lógica del mundo, en la que las proposiciones son figuras o imágenes de los hechos. El sentido está condicionado por la correspondencia entre lenguaje y realidad. Meschonnic, en cambio, se aparta tanto del logicismo como del positivismo lingüístico, pues entiende el lenguaje no como una representación del mundo, sino como la producción misma de mundo por el sujeto que habla.
En su segunda etapa, Wittgenstein se aproxima más a un enfoque pragmático, al afirmar que “el significado de una palabra es su uso en el lenguaje” (Investigaciones filosóficas, 1953). Sin embargo, incluso aquí, el énfasis está en la función social del lenguaje, en los “juegos de lenguaje”, no en la subjetividad encarnada. Meschonnic va más allá: no solo importa el uso, sino el ritmo como forma del decir, la entonación ética de cada acto de habla. En palabras suyas: “Ce qui compte, c’est le sujet d’énonciation, pas la structure” (Langage, histoire, une même théorie, 1995).
En este contexto, la expansión de la IAG corre el riesgo de estandarizar el lenguaje, de suplantar la singularidad del ritmo por la neutralidad del promedio. Si bien puede ser útil como herramienta técnica, no puede sustituir la dimensión poética, subjetiva y ética del lenguaje humano. El peligro no es que las máquinas hablen, sino que el humano pierda su voz en el lenguaje de las máquinas.
La solución no está en rechazar la IAG, sino en humanizar su uso, recuperando una conciencia crítica del lenguaje. El desafío, como diría Meschonnic, es hacer que cada palabra “porte un monde, non une fonction”: que diga un mundo, no una función.
En la auténtica metrópolis del Caribe insular (Santo Domingo), salvo error de mi parte, tres han sido los mejores intérpretes de la teoría del signo de nuestro autor: Diógenes Céspedes, Manuel Matos Moquete y Manuel Núñez. Los tres sobresalen por ser intelectuales de sólida formación humanística, profundos conocedores de las teorías del lenguaje, sensu lato. Empero es el primero de los tres, Diógenes Céspedes, quién con mayor consistencia lo ha dado a conocer. (Continuará)
Compartir esta nota