Un acontecimiento que tocó a la ciudad
Desde que recibí la invitación y luego, al llegar a Santiago, ver en enormes vallas la promoción de la muestra, hubo una imagen que me detuvo por completo: la marchante en su burro, con sus productos agrícolas, cruzando frente al lienzo. Sobre ella, como suspendida en otro tiempo, aparecía la escena de Venus sosteniendo a Adonis en un carro dorado tirado por caballos blancos, rodeada de querubines. Y, aun así, aquella visión clásica encajaba con asombrosa naturalidad en la vida criolla. Era el diálogo íntimo entre dos mundos que, al rozarse, revelaban una misma mirada posible.
Ese encuentro me recordó que el arte, cuando se comparte, no solo viaja: también sorprende, transforma y hace nacer belleza allí donde se posa.
El Prado entre nosotros no es simplemente una exposición a cielo abierto; es un suceso que cambió y seguirá cambiando la temperatura espiritual de Santiago.
Desde los días de montaje hasta la inauguración, la ciudad pareció expandirse: un museo vivo, abierto, respirable.
La gente caminaba distinto; miraba distinto; sentía distinto.
El arte colgado en fachadas, negocios y avenidas convirtió cada esquina en un diálogo inesperado entre el pasado y nuestro propio paisaje cotidiano. El Prado viajó hacia nosotros, pero también nos susurró, con suavidad firme, que bajo nuestra luz caribeña también florece un prado cuando la cultura se comparte de verdad, con espíritu amplio y democrático.
Una ciudad que se convirtió en museo
Las obras del Museo del Prado se desplegaron con un cuidado casi ceremonial: impresiones de gran formato, bellamente reproducidas, con un montaje refinado que respetaba tanto al artista como al transeúnte.
Nada estaba colocado al azar.
Cada pieza encontraba su sitio exacto: bien iluminada, bien orientada, bien narrada.
Calles, parques, fachadas, avenidas… Santiago amanecía cada día con un gesto nuevo de belleza.
Era imposible no detenerse.
Imposible no sentir algo.
Imposible no reencontrarse con esa parte de nosotros que a veces creemos dormida: la capacidad de asombro.
Un acontecimiento apoteósico
La actividad organizada por el Centro León alcanzó una dimensión que solo puede describirse como apoteósica.
Fue un acto cultural deslumbrante que marcará un antes y un después en la ciudad:
La calidad organizativa, impecable.
Las atenciones, cálidas y puntuales.
El montaje, un prodigio de sensibilidad y rigor.
Las obras, instaladas con un respeto casi litúrgico.
Cada cuadro cuidadosamente iluminado, creando atmósferas que parecían suspender el tiempo.
Todo tan bien logrado que superaba cualquier expectativa.
Era una experiencia que desbordaba la mirada, que se volvía conversación, que se convertía en memoria colectiva.
Lo que vivimos no se olvidará.
Permanecerá en la memoria cultural del país como permanecen los grandes gestos: grabados en la piel de la ciudad.
La curaduría que explicó, iluminó y conectó: Sara Hermann
Nada de esto hubiera alcanzado su verdadera dimensión sin la labor de la licenciada Sara Hermann, curadora del Centro León.
Su explicación rigurosa y clara logró lo que solo consiguen los grandes mediadores culturales:
Transformó la contemplación en conocimiento.
El conocimiento en emoción.
Y la emoción en memoria compartida.
Sara descifró símbolos, contextualizó épocas, mostró influencias y trazó líneas que conectaban siglos de historia universal con la sensibilidad dominicana.
Su voz fue el hilo que ordenó la mirada colectiva: nos permitió no solo ver las obras, sino comprenderlas en un idioma espiritual que todos podíamos reconocer.
La visión de María Amalia León: cultura como comunidad, ciudadanía y patria
En su discurso, la Dra. María Amalia León reveló la clave esencial de este proyecto:
Somos seres diseñados para vivir en comunidad, en el cuidado mutuo, en la educación recíproca.
Y es precisamente ese nosotros el que la modernidad, con su individualismo acelerado, amenaza.
Por eso esta exposición convierte.
La ciudad en museo, y a sus habitantes en protagonistas.
El Prado en nosotros inicia con El Prado en las calles en Santiago, convirtiendo el espacio público en un museo abierto para disfrutar de reproducciones de obras maestras de artistas como El Bosco, Velázquez, Rubens, Goya o Sorolla.
El arte nos convoca a detenernos, a conversar, a despertar preguntas, a reconocernos en el otro.
Y en esa práctica, como recordó ella, hay un acto de ciudadanía y también un acto de patriotismo.
Su visión dio al proyecto su dimensión ética: el arte no solo embellece; transforma.
Una alianza que hizo posible la obra colectiva
Este proyecto fue posible gracias a una alianza ejemplar entre:
Museo Nacional del Prado
Fundación Amigos del Museo del Prado
Fundación Eduardo León Jimenes
Centro León
Con el auspicio de Kahkow y Banco Popular, y el apoyo del Ayuntamiento de Santiago, la Alcaldía del Distrito Nacional y la Embajada de España.
Una demostración clara de que cuando las instituciones se unen con propósito noble, la cultura avanza, los ciudadanos se elevan y un país recupera algo de su dignidad espiritual.
Santiago después de El Prado
Santiago no será el mismo.
La ciudad entendió que la belleza también organiza, educa, ordena, inspira.
La gente volvió a caminar despacio, a observar, a conversar, a sentir orgullo.
Como si las obras nos hubieran devuelto una certeza sencilla y luminosa:
La cultura también salva.
Cuando la belleza se convierte en patria
El Prado entre nosotros no solo transformó la ciudad; también reveló un gesto profundamente humano:
La gratitud de la gente hacia la Dra. María Amalia León.
Mientras ella caminaba por las calles intervenidas, los transeúntes se le acercaban con sonrisas que nacían del alma.
Unos daban las gracias.
Otros pedían una foto.
Muchos simplemente la aplaudían, como quien reconoce una nobleza verdadera.
Era un agradecimiento espontáneo, auténtico, cálido…
Un reconocimiento ganado, no improvisado.
Porque Santiago sabe que detrás de cada proyecto cultural que lo engrandece ha estado la mano visionaria y generosa de María Amalia León.
Y ayer y durante los días que restan de este museo urbano, el pueblo se lo seguirá diciendo sin discursos:
¡Gracias!
Gracias por hacer de la cultura un acto de amor.
Gracias por cuidar lo que otros olvidan.
Gracias por darnos belleza, dignidad y futuro.
El Prado entre nosotros es un acto de fe cultural, sí;
Pero también un acto de justicia afectiva hacia quien ha sembrado cultura como quien siembra luz.
Santiago respiró distinto.
La ciudad cambió.
Y nosotros, bajo ese cielo más cercano, también cambiamos un poco.
Porque cuando un pueblo se encuentra con la belleza, algo en su interior se ordena.
Algo renace.
Y cuando un pueblo reconoce a quienes hacen posible esa belleza,
La patria se vuelve más humana, más nuestra, más luminosa.
Gracias, María Amalia, gratitud al distinguido Centro León, por su incansable labor cultural, huella imperecedera en la cultura nacional.
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