El poema «Proclama moribunda» refleja una profunda crítica social, política y cultural hacia la situación de un país en decadencia, específicamente alude a la traición de ideales patrióticos y la pérdida de identidad bajo el peso de poderes externos y corruptos. Se construye con una estructura lírica que alterna entre la denuncia del sufrimiento nacional y la expresión de un dolor colectivo, con un fuerte llamado a la reflexión sobre el destino de un pueblo que parece estar siendo despojado de su esencia.

El tema central del poema es la agonía de la patria, representada como una nación que se encuentra atrapada entre las promesas rotas, la traición interna, la opresión externa y el despojo de su identidad. La proclama moribunda hace referencia a un discurso vacío, sin esperanza, que ya no puede salvar la situación del país. El silencio del pueblo ante esta crisis se convierte en cómplice de la traición.

Tensión entre lo simbólico y lo real

La primera imagen del poema establece un contraste entre los elementos patrióticos (la bandera) y la realidad de una nación en declive. Se menciona que estas estrellas y franjas se han convertido en instrumentos de ideologías que matan la identidad, lo que sugiere que la nación ya no se define por sus propios valores y tradiciones, sino por fuerzas ajenas que la controlan.

La invasión pacífica, que se desliza en la noche, es otra imagen potente en el poema. Hace alusión a la colonización moderna, la inmigración ilegal, donde no hay guerra visible, sino que la influencia externa y los intereses económicos (el dinero verde) afectan las estructuras internas del país, destruyendo su esencia.

Crítica social y política

El poema denuncia la profunda desigualdad social y económica que atraviesa al país: la pobreza inmensa, la falta de recursos básicos como pan, medicamentos, agua, y la violencia que azota a la población. Se describe una realidad desesperante donde la delincuencia y la impunidad prevalecen, y donde las promesas de cambio son vacías, como un espejismo que destruye las esperanzas.

A través de imágenes como la de un país cayendo sin rumbo, el poema enfatiza el caos y la falta de dirección en el destino de la nación. Además, la referencia a los hermanos traicioneros sugiere la fractura interna, la falta de unidad entre los mismos ciudadanos, lo cual agrava aún más la situación.

Desgarradora visión del sufrimiento colectivo

La tierra no basta para enterrar a los muertos, lo que representa la invisibilidad de las víctimas del sistema y de la injusticia social. Estos muertos no son simplemente individuos aislados, sino los símbolos de un sufrimiento colectivo que se mantiene sin ser reconocido o resuelto.

El poema también presenta un dolor íntimo y humano a través de imágenes como el beso olvidado en la mejilla de una mujer solitaria, que refleja la indiferencia ante el sufrimiento y la soledad del país.

A pesar del tono sombrío, el poema termina con un deseo de transformación. La imagen de la paz que florece desde los escombros simboliza una posible regeneración de la nación, una paz que surgirá de la destrucción y el sufrimiento. La metáfora de la palma que da refugio a los exiliados sugiere la esperanza de un retorno a la unidad, la sanación y la reconstrucción.

El verso final, donde se menciona la libertad de ser libre, se presenta como una aspiración profunda: la esperanza de que, algún día, el país podrá liberarse de las mentiras, la opresión y la traición, logrando una independencia verdadera y sin ataduras.

Proclama moribunda.

Media isla,

donde una bandera agoniza

bajo el peso de una proclama moribunda,

y el silencio se convierte en cómplice

de la traición, en cómplice asesino

de la patria que sufre, que se muere.

13 franjas horizontales, rojas y blancas.

50 estrellas blancas sobre un fondo azul,

que, a fuerza de dinero verde, van implantando

ideologías que matan la identidad,

que mancillan la independencia de un pabellón tricolor,

en cuartos encarnados y azules,

travesados por una cruz blanca.

Enredado −el pabellón− en un archipiélago

de sueños rotos,

tejido de mentiras y frustraciones,

de sangre y cenizas,

con la promesa como único consuelo

y la tierra como tumba sin nombre

de quienes esperan.

País cayendo sin rumbo,

como el beso olvidado en la mejilla

de una mujer solitaria

que, como el sol, no perdona.

Es inmensamente pobre por toda su riqueza,

es material, es vacío.

Un país aplastado

por el peso de la invasión pacífica,

que se desliza en la noche

por una frontera sin frontera

y arrastra con sigilo la esencia misma de la patria.

La patria agoniza,

mientras las olas del olvido

revolotean sobre sus costas,

invisibles pero fatales.

Y, sin embargo,

este país se mira en los ojos

de quienes, en su ignorancia,

creen que sus campos fértiles

donde florecen los ríos y las montañas,

donde la vida brota

como el agua de un manantial,

refugio de pueblos traicioneros,

del progreso y la libertad prometida,

brotará esperanza de sus entrañas.

Pero no.

Ellos, los pobres e indigentes de la media isla,

van a luchar contra el viento,

y en su lucha contra la traición y la mentira,

contra hermanos traicioneros

que intentan embarrar trayectorias

nada les quedará.

El cambio que prometieron,

no es más que un espejismo,

un espejismo que destroza

la esperanza de corazones ingenuos.

En la media isla de Duarte,

donde la lluvia se convierte en lágrima

y el sol en olvido,

un pobre muere por falta pan,

de medicamentos, de agua, de salud,

la delincuencia lo convierte en polvo,

y el perdón no alcanza

para cobijar su cuerpo

que ya ha sido olvidado.

La tierra no basta para enterrarlo,

no basta para callar su grito mudo.

No, no basta.

Y mientras el viento

se lleva la historia,

se lleva los rostros,

se lleva las voces,

el país sigue siendo

un campo de batalla,

una guerra constante

en la que los que luchan

son siempre los mismos,

los que no tienen miedo a morir,

y los que roban

y venden

y destruyen, van cobijados

por el manto de la impunidad

de una justicia injusta.

Hay pesadillas

en dos dimensiones,

que no mueren al despertar,

que no han encontrado la paz,

una promesa atrapada en el tiempo,

donde los ideales se quiebran

como huesos rotos

y las esperanzas se disuelven

en las sombras de un futuro incierto.

Quiero ver el final,

quiero ver la amargura

que purifica,

quiero ver la paz

que se construye desde los escombros,

una paz que florezca

como la palma que da refugio

a los exiliados,

un nido de paz

para cada alma rota,

para cada sueño

que aún sigue luchando.

Y quizá, solo quizás, en esa paz,

se disolverá la mentira

y la patria dejará de ser ajena,

dejará de ser traicionada,

quizá el corazón de este intento de patria,

tendrá un día lo que le pertenece:

la libertad de ser libre.

EN ESTA NOTA

Esteban Tiburcio Gómez

Investigador y educador

El Dr. Esteban Tiburcio Gómez es miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Licenciado en Educación Mención Ciencias Sociales, con maestría en educación superior. Fue rector del Instituto Tecnológico del Cibao Oriental (ITECO), Doctor en Psicopedagogía en la Universidad del País Vasco (UPV), España. Doctor en Historia del Caribe en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), entre otras especializaciones académicas.

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