276) Muchos me acusan de pesimista, y no lo niego. Es obvio que quienes lo hacen parecen ignorar que mi “pesimismo” no es nada en comparación con lo que de manera invariable nos muestra la “realidad”. Y tengo entendido que las personas que me etiquetan de pesimista saben muy bien que yo no he inventado la “realidad”.
277) La lectura es fuente innegable de cultura e información, pero no necesariamente de iluminación.
278) Si bien es verdad que la lectura puede constituirse en un vicio (único según Montaigne que no merece castigo), la incapacidad de leer me parece una grave mutilación del espíritu, una pereza que no tengo más remedio que aceptar y hasta perdonar en gente que quiero.
279) El poema siempre nos espera a la orilla del camino. Siempre espera por nosotros, paciente, sereno, sabiendo que precisamos del tiempo adecuado para que nos hagamos dignos de que él nos reciba.
280) Aunque he ido perdiendo tantas cosas, sigo haciendo mis mejores esfuerzos en no perderme a mí mismo.
281) Por más que intente huir de mí me resulta imposible, supongo que tal vez sólo lo logre si enloquezco.
282) Hay abusos ante los cuales lo más conveniente es guardar silencio y tener paciencia. En estos casos no debemos pensar en función del maniqueísmo cobardía/valentía, sino de inteligencia para sobrevivir ahorrándonos ciertas molestias.
Me consuela esta auto prisión, esta jaula; me consuela porque sé que es la preparación para el inicio del viaje, del movimiento transformador. El claustro es sólo el entrenamiento indispensable
283) Volver a la Biblia, como quien vuelve a una de nuestras fábulas esenciales, o más bien a ese montón de fábulas, como antes he dicho. Volver a la Biblia como quien vuelve una de las ficciones más creíble para algunos, a pesar de tantas (y a veces tan hermosas) y descabelladas inverosimilitudes.
284) En estos tiempos turbulentos tengo por lo menos algunas cosas esenciales: tengo tinta, papel y libros. Tal vez no debería bastarme del todo, pero insisto en hacer lo posible para que me resulte suficiente.
285) Cómo no desconfiar de un narrador que si no es poeta, por lo menos no lo lamente. Tal vez lo más triste no sólo es el que no lo lamente, sino el que no sienta la más mínima vergüenza de ello.
286) Necesitamos soñar, fantasear, imaginar, como forma de no dar el frente al rostro tenebroso de la gran verdad.
287) Aunque mi obra literaria no sea digna de la mejor memoria del porvenir, siempre lamentaré no haber empezado a leer mucho antes, y no haber dispuesto de más tiempo para dedicarme a la literatura.
288) Tengo no sólo todo el derecho a estar inconforme conmigo y con la vida; tengo el deber de estarlo. Lo que no tengo es el derecho a obligar a los otros a que lo estén; pero tampoco éstos tienen el derecho de intentar contagiarse sus mentiras canónicas, sus bárbaras conformidades, sus estúpidas “verdades” estereotipadas. Sí, debo respetar las diferencias de criterios, pero no puedo renunciar a mi derecho de denunciar (de quizás gritar) lo que me parece indigno, infame, mentiroso.
289) Son mejores aquellos que admiten sus vicios, por horribles que sean, los defienden y hasta intentan hacerlos pasar por virtudes, que aquellos que, zambullidos en sus vicios, se las pasan predicando unas supuestas virtudes en las que sólo creen ellos, o tal vez algunos tontos de los que se rodean para que les hagan coro a sus puestas en escenas.
290) Me dan pena los artistas que hablan más de sus obras que lo que sus obras hablan de ellos.
291) Creo que el aliado fundamental con que contamos es el silencio, pero no debe serlo hasta el punto de que pueda envenenarnos.
292) Lo más importante es encontrar la paz desde la que podamos librar nuestras guerras inevitables.
293) En estos momentos convulsos para mí pienso en esta palabras de Montaigne: “Nadie está completamente perdido si se tiene a sí mismo”. Pero cómo saber hasta qué punto se puede uno tener a sí mismo.
294) Sé que siempre hay que pagar el precio. Pero ¿a quién se le paga? ¿A Dios? ¿A la vida? No conozco a mi acreedor o acreedores. No recuerdo haber contraído ningún compromiso con Dios o con la vida, ni que ellos lo hayan contraído conmigo.
295) Casi siempre resulta inútil buscar fuera lo que no se tiene dentro, pero sabemos que sólo podemos hacer conciencia profunda de nuestro yo interno, del valor y las posibilidades de éste, en la medida en que estemos dispuestos a abrirnos al mundo exterior, a afrontar y hasta confrontar, con la mayor apertura de sentido, lo que denominamos “realidad exterior”.
296) En el arte, a pesar de la sobreabundancia de medianías, hasta la calidad sobreabunda.
297) No profeso ninguna religión, pero adoro gran parte del arte que llaman religioso. Me gustan Los milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, y también las Odas a la Virgen María, de Francois Villon (poeta y ladrón). Sólo la belleza puede ennoblecer la mentira.
298) Facebook también ha devenido en paño de lágrimas, en muro de lamentos, en amplia fuente donde Narciso y amor propio se miran a sus anchas.
299) Me consuela esta auto prisión, esta jaula; me consuela porque sé que es la preparación para el inicio del viaje, del movimiento transformador. El claustro es sólo el entrenamiento indispensable, el espacio del ineludible ascetismo que luego el viaje honrará con las palabras libertarias, con el destino avizorado.
300) A pesar de frecuentes turbulencias, generalmente mis emociones navegan en aguas tranquilas. Intento ser generoso, amable, desinteresado y servicial, pero no hago ni haría el menor esfuerzo por desmentir a quien me entere crea lo contrario de mí, a quien me considere un infame barnizado de bondad. No soy perfecto, líbreme Dios, quien para muchos sí lo es, a pesar del perfecto desastre de lo que muchos llaman su “creación”.
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