Carta de Enriquillo

El documento que estudiamos, la carta de Enriquillo al emperador Carlos V, escrita en La Española el 6 de junio de 1534 y publicada por Emilio Rodríguez Demorizi en la Academia Dominicana de la Historia (1959, pp. 487-489), muestra que el cacique da constancia de haber recibido la Real Cédula por medio de Francisco Barrionuevo, y que él y los suyos se someten a la obediencia real, por lo cual besa sus manos y sus pies. En la misma se indica que se ha avecindado en los pueblos junto con los españoles, y como prueba de su lealtad afirma:

“… haber ido asegurar algunos cimarrones que andavan por las otras partes ido esta isla vine a esta ciudad a consultar con el presidente y oidores algunas cosas que a servicio de vuestra magestad convenga para en paz y sosiego de la tierra…”

Como si fuera poco el servicio prestado, ofrece además traer:
“… algunos otros yndios que andan syn venir a vuestro Real servicio en el qual me ocupare todos los dias de my vida a toda my posibilidad, a vuestra magestad.”

Después de rendir su respeto y sumisión, toma como testigo de su lealtad, obediencia y servicio a:
“… el padre vicario provincial de nuestra señora de la merced frey francisco de bobadlla al qual de my yntencion y obras hara relacion a vuestra magestad.”

Al año siguiente, en 1535, murió el indómito cacique, ya reducido a la servidumbre. Según el escribano de la Audiencia, Diego Caballero, Enriquillo falleció cristianamente, dejando en su testamento establecido que su cuerpo fuera trasladado a la villa de Azua, y que su lugar fuese ocupado por su viuda, doña Mencía, y su primo, el capitán Martín Alfaro (Rodríguez Demorizi, 1959, pp. 15-17).

Es necesario contextualizar históricamente la figura de Enriquillo para poder comprender al personaje. Enriquillo, cuyo nombre indígena era Guarochuya o Huracuya aunque no se ha podido determinar con certeza fue cacique del territorio perteneciente a la jurisdicción de Jaragua, uno de los cinco reinos principales que existían en la isla antes de la llegada de los conquistadores europeos.

Después de la matanza perpetrada en el lugar por fray Nicolás de Ovando, el sombrío comendador de Alcántara, los religiosos franciscanos de la Vera Paz ciudad muy cercana al Bahoruco, en la región montañosa de Jaragua recogieron al joven caciquillo en su convento, donde lo criaron y educaron con gran aprovechamiento. Los frailes le enseñaron “a leer e escrivir e gramática”, y necesariamente lo adoctrinaron en costumbres y sentimientos. Llegó a hablar bien el castellano.

Bautizado con el nombre español de Enrique Bejo, pronto comenzó a ser llamado afectuosamente Enriquillo por sus maestros religiosos. Ya adulto, a la sombra espiritual del monasterio, contrajo matrimonio con su prima, una noble dama india llamada doña Mencía. Se casaron como cristianos, “en haz de la Sancta Madre Iglesia”.

Los memoriales de la época señalan que el rico hacendado Francisco de Valenzuela, vecino y regidor de la Villa de San Juan de la Maguana, recibió en encomienda a Enriquillo con cuarenta y seis de sus súbditos, además de cuatro naborías (siervos o sirvientes). Bartolomé de las Casas refiere que, a la muerte de Valenzuela, lo sucedió en la encomienda su hijo Andrés Valenzuela.

Según Manuel Arturo Peña Batlle en su Rebelión del Bahoruco, aunque fray Cipriano de Utrera impugna este testimonio, admite que pudieron haberse concedido encomiendas de este tipo en Santo Domingo, antes de la llegada de los Jerónimos y del licenciado Alonso de Zuazo al gobierno de la isla.

Las Casas asegura que el joven Valenzuela era licencioso, hasta el punto de apoderarse de una “hermosa yegua que tenía Enriquillo” y de intentar violar a su esposa, doña Mencía.

Ante la indiferencia de las autoridades que no atendieron sus quejas contra Valenzuela, la indignación de Enriquillo creció. Se internó con los suyos en las montañas del Bahoruco, desde donde luchó arduamente por su libertad y la de su pueblo. Su rebelión se extendió desde 1519 hasta 1533, convirtiéndose en el primer revolucionario del Nuevo Mundo.

Cuando el capitán Francisco de Barrionuevo llegó al Lago Comendador, Enriquillo lo esperaba bajo un frondoso árbol. Las Casas relata que ambos se abrazaron y se sentaron tranquilamente sobre una manta de algodón. Barrionuevo iba acompañado de cuadrilleros y treinta y ocho hombres, mientras Enriquillo contaba con seis capitanes y alrededor de setenta hombres armados con lanzas y espadas.

Entre ambos capitanes se sostuvo este diálogo:
—Enrique —le dijo Barrionuevo—, muchas gracias debéis dar a Dios por la clemencia y misericordia del Emperador, quien perdona vuestros errores y os reduce a su real servicio y obediencia.

Enriquillo, abrumado por la emoción, respondió:
—Yo no deseaba otra cosa sino la paz, y reconozco la merced que Dios y el Emperador me hacen en esto; por eso beso sus reales pies y manos.

Entre los acuerdos alcanzados se incluyó la libertad de todos los indios que permanecieran junto al cacique en las cumbres del Bahoruco. Peña Batlle refiere que, una vez pactada la paz, Barrionuevo se retiró, pero su inesperada partida dejó al cacique “un tanto receloso”.

El 26 de agosto de 1533, el capitán español informó al Emperador de los pormenores de la entrevista con Enriquillo, señalando: “A placido a Dios que en ventura a vuestra magestad él (Enriquillo) ha venido a la obediencia de vuestra magestad y paz y concordia con los vecinos.”

No obstante, los oficiales de la Audiencia sospechaban que el indio no tenía plena confianza en los españoles. Por ello, se decidió enviar como emisario a Pedro Romero —casado con una india, quien llevó ropas para Enriquillo, su esposa doña Mencía, sus capitanes y principales, así como imágenes y una campana para la iglesia que había solicitado a Barrionuevo.

La llamada Carta de Perdón que le había escrito la reina fue reiterada por el emperador Carlos V, asegurándole que era una “carta cabal para que se asegurase de los intereses reales”. El monarca ordenó a la Audiencia que “diese cumplimiento a lo que el capitán Barrionuevo prometió a Enriquillo”.

Análisis y consideraciones Generales

La carta enviada por Enriquillo al emperador Carlos V, gestionada a través del capitán Barrionuevo, constituye un documento clave para comprender la transformación de su figura histórica. En ella se observa el tránsito del cacique rebelde, que durante más de una década lideró la resistencia en el Bahoruco, al súbdito que reconoce la autoridad imperial y se compromete al servicio de la Corona. Este gesto, más que una claudicación, revela una estrategia de pragmatismo político en un contexto marcado por el agotamiento de la lucha y la necesidad de asegurar la paz para su gente.

El análisis del texto muestra cómo Enriquillo, educado por frailes, cristianizado y con dominio del castellano, se convierte en un sujeto intercultural que no solo resistió, sino que también supo dialogar y adaptarse a las estructuras coloniales. Resulta paradójico que quien fue perseguido por defender la libertad terminara, en nombre de la obediencia real, colaborando en la reducción de otros indígenas cimarrones. Este hecho subraya las contradicciones propias de los primeros tiempos coloniales, en los que se entrelazan resistencia, sometimiento y negociación.

La trayectoria de Enriquillo pone en evidencia tanto las injusticias derivadas del régimen de encomiendas como la capacidad de los pueblos originarios para articular formas de oposición frente al orden impuesto. Su rebelión, considerada la primera insurgencia del Nuevo Mundo, y su posterior reconciliación con la Corona reflejan el delicado equilibrio entre la fuerza militar española y la legitimidad moral de las demandas indígenas.

En términos generales, la figura de Enriquillo encarna la dualidad entre resistencia y adaptación en los procesos de conquista y colonización. Lejos de desvanecerse en la obediencia al rey, su memoria permanece como símbolo de dignidad indígena y como testimonio histórico de las tensiones, contradicciones y negociaciones que dieron forma a la sociedad colonial dominicana.

Bibliografía

  • Las Casas, B. de. (1987). Historia de las Indias. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc.
  • Utrera, C. de. (1973). Polémica de Enriquillo. Santo Domingo, R.D.: Editora del Caribe.
  • Peña Batlle, M. A. (1970). La rebelión del Bahoruco. Santo Domingo, R.D.: Editora Hispaniola.

EN ESTA NOTA

Anthony Almonte Minaya

Historiador, Educador, Politólogo

Anthony Almonte Minaya, de nacionalidad dominicana, es un destacado profesional con una sólida formación académica y una amplia trayectoria en diversas áreas. Sus credenciales incluyen: Maestría en Historia Dominicana de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Licenciatura en Educación con mención en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Licenciatura en Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue encargado del Departamento de Ciencias Sociales y profesor en el Colegio de La Salle en Santiago. Miembro de Ateneo Amantes De La Luz Miembro de la comisión de Efemérides Patria de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Recinto Santiago.

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