Llovió anoche, como es invariable en cada jornada inaugural de la Feria del Libro, sin importar si se celebra en abril o en septiembre. Siempre que el país inaugura una Feria del Libro, llueve.
El espectáculo inaugural de la XXVII Feria Internacional del Libro de Santo Domingo fue presenciado por el público que llenó las 1,589 butacas de la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, quedando algunos asistentes de pie y una flotante multitud de 32 fotoperiodistas que captaban detalles de los VIP de la primera fila en la sala más amplia del teatro.
El acto de apertura, iniciado a las 7:33 de la noche, se distinguió por su coherencia temática y artística: música, canciones, un monólogo impactante y recursos audiovisuales animados, todo orientado al libro, la lectura y las bibliotecas.
Fue conmovedor ver a niños interpretar una balada sobre el valor del libro, a un grupo juvenil de danza moderna y al gestor cultural —y duende mayor de Casa de Teatro—, Freddy Ginebra, ofrecer un monólogo escrito con belleza y una audaz mirada bibliográfica. Los textos expresados sobre el libro merecen quedar consagrados en la palabra escrita.

Cuatro discursos articularon el acto: Carolina Mejía (alcaldesa de Santo Domingo), Frank Moya Pons (historiador homenajeado), Roberto Ángel Salcedo (ministro de Cultura) y Raquel Peña (vicepresidenta). Todos fueron apoyados con segmentos en video de notable acabado fílmico, en especial el biográfico sobre Moya Pons, el dedicado a la institución invitada —la Red de Ferias del Libro y Eventos Literarios Latinoamericanos— y los videos de apoyo a la Feria misma. Imagen, animación y locución resultaron impecables.
Si hubo un defecto en los audiovisuales, fue la ausencia de libros dominicanos entre los títulos presentados —en particular los del escritor homenajeado— y cierta desconexión étnica con el biotipo dominicano. Un detalle menor, aunque revela que el recurso de IA debe gestionarse mejor.
El audiovisual sobre la Red de Ferias del Libro ilustró logros de eventos literarios en la región. Sin embargo, pudo haberse enriquecido con fotografías de sus directivos —disponibles públicamente— y con más información sobre los países de origen de dichas ferias.
El espectáculo artístico tuvo una alta estética, fue eficaz en su desarrollo del tema de la lectura y el libro, y mostró la participación de todas las generaciones: niños, jóvenes y adultos mayores.
Las canciones y los textos escritos especialmente para la ocasión tuvieron una impronta particular (¿sería Pavel Núñez el autor? Su estilo estaba presente, aunque la ficha técnica de producción no lo confirma).
En total, cuatro discursos sentidos, directos y emotivos. Dos de ellos plantearon un tema no contemplado en los lineamientos oficiales de la Feria: la necesidad de bibliotecas en campos, barrios y ciudades. Carolina Mejía y Frank Moya Pons coincidieron en que este es un punto a profundizar, estudiar y promover.

Los diagnósticos técnicos sobre las bibliotecas, elaborados por la anterior Dirección General del Libro y la Lectura, cuando Ángela Hernández era su titular, señalan que aún hay mucho por impulsar en este ámbito.
El ministro de Cultura, Roberto Ángel Salcedo, tuvo su primera gran oportunidad para mostrar capacidad de gestión, tanto personal como de su equipo, en un evento de alto perfil. Agradeció a sus colaboradores, fue directo y se notaba emocionado.
La vicepresidenta Raquel Peña habló con expresividad. Relató cómo lee El Principito a su nieta preferida y cómo impulsó la creación de una pequeña biblioteca en el Palacio Nacional, con préstamos semanales de libros que, obligatoriamente, deben devolverse. Se apartó dos veces del texto del teleprompter para añadir anécdotas personales.
El historiador homenajeado, Frank Moya Pons, fue estelar en su discurso. Con una carga de emotividad y espontaneidad que caló en los asistentes, mostró humildad y un fino humor negro al señalar que no sabía por qué recibía tantos homenajes. Confesó que esta dedicatoria lo desbordaba y agradeció profundamente.
La Feria también reconoció al editor y educador Isael Pérez, presidente de Editorial Santuario, por su labor de años en la promoción de la literatura dominicana, la creación de clubes de lectores y la distribución de títulos en librerías y espacios académicos.
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