I

Condeno la noche y sus perros de caza (portada).

Condeno la noche y sus perros de caza. Tres partes. Tres libros. Tres poetas. ¿Contradictorios o complementarios? Empecemos por el título principal: Condenar. Noche. Sus perros. De caza. Por este título, asumimos que en la ópera prima de Ronny Ramírez encontraremos condenas a una Noche que no debe de ser la noche que conocemos y sus Perros cazadores tampoco deben de ser los perros que conocemos. Sin embargo, a pesar de haber impuesto desde el título un Yo poético que viene a ajustar cuentas, el poeta nos desconcierta enseguida con el primer subtítulo: Sueños desde mi cubículo. Y nos preguntamos, ¿con qué sueña un poeta que condena la Noche y sus perros de caza desde su cubículo? Aquí, en esta primera parte, compuesta de 10 poemas, intuimos un primer juego de engaño, una dicotomía en la mente ¿del poeta o del yo poético?

En el primer poema, Aniversario:

Burdo autómata de cubículo, camisa y horario…

Pieza descartable de engranaje público, papel carbón.

En tu cabeza solo resuena el rumor del dinero que se quema…

Y musitas el mantra del titiritero…

vemos a un poeta furioso y decepcionado, que usa la segunda persona como un látigo para vituperarse, autocastigarse, con una serie de reproches sin compasión hacia sí mismo, para luego cerrar el poema con un remordimiento pusilánime:

…A veces quisiera perderme en páginas

de un viaje entre líneas…

descubrir una verdad latente y única

en los ojos de mi esposa.

Pero la belleza no importa tanto

como la quincena y el cansancio.

El consuelo que nos ofrece el poeta es la resignación. Es alguien que muestra la llaga y luego la tapa para que se empeore en lugar de que se cure. Después de todo, «hay que cuidar el rumor del dinero que se quema, ganarse el peso». Prefiere sacrificar la belleza de los ojos de su esposa por la quincena y el cansancio. Hombre moderno al fin. Esclavo del trabajo y el dinero. Así, el poeta nos invita a la cobardía, a aceptar un sistema podrido hasta los huesos, siempre y cuando la quincena nos salva y nos mantiene limpias las cadenas de la esclavitud.

En el segundo poema, siguen los reproches, acompañados de una rancia melancolía,

No hay lágrimas que retumben

con tanto peso sobre la tierra…

Abro los ojos, y sobre mí se vuelven

las negras fauces del mundo.

El tercer poema es todo autopena. Primero habla de su desgracia actual de oficinista y luego recuerda la época en casa de su madre como excusa para justificar su permanencia en el lodo.

…y lloraba por despecho…

…y conozco el terror de amanecer como un parásito.

El yo poético pasa de ser un parásito en casa de su madre a ser otro parásito de oficina. Sacrifica su libertad por un trozo de pan:

y repetir cuánto agradezco el derecho de poder comer.

¿Cómo se puede llamar derecho cuando este mismo derecho está violentado? ¿Acaso es sarcasmo, ironía?

Maldice el hastío de tener que tragarse cada uno de sus sueños, sin embargo, al mismo tiempo, se traga también las porquerías del sistema, callada y dócilmente, simple como tenaz obrero de factoría. Hasta aquí, podemos deducir que esa condena, propuesta por el poeta en el título, no es más que autopena, autocompasión y una resiliencia apestosa, embellecidas por unos versos tan bellos, logrando una alta densidad de significado con un recurso sobrio y controlado, pero sin rastro de condena, ¿o acaso era una autocondena? Eso sí, los perros de caza aparecen implícitos bajo una tercera persona del plural:

Me dicen que trabajar es una bendición…

Me lo dicen como si me dieran el cuchillo

para arrancarle la piel…

El poema cuatro, Compañeros, rompe un poco y el yo poético empieza a señalar más explícito algo que pudiera ser esos perros de caza, pero la condescendencia con la que lo hace no tiene la determinación del título de libro.

Jhak Valcourt, leyendo a Ronny Ramírez. Fotografía de Lorena Espinoza.

Entre el café y el día de pago

celebramos las cuentas de la vida y sus reveses.

De repente y sin aviso noto que ustedes ocupan casi todo mi reloj

y llegamos a confiar —a veces—

los sueños más crudos, gratificantes e inesperados.

Pero sé que, como en mar abierto,

en el fragor de la oficina

no importarán las lágrimas o las risas

cuando nos apunten en el ojo del huracán.

Cada uno velará por su orilla

y no volverá por quien grite sobre el rugido de las olas.

El poeta apunta con el índice la traición de los compañeros. Es un poema hermoso, como los demás, pero superior. Recuerda a Amistad a lo largo, de Jaime Gil de Biedma: ritmo, construcción, estética, el yo poético pierde la cobardía: no condena, repele, pero solo frente a los compañeros. Si los compañeros son parte de los perros de cazas, ¿dónde está la Noche? La habíamos intuido en el primer poema bajo el apelativo de «Titiritero»: y musitas el mantra del titiritero… y de nuevo en el poema sueño con una casa:

Espero que el banco me sonría otra vez

y me suelte su jauría de ratas

Aquí el banco tiene dos funciones: la primera está explícita en el verso que sigue, e incluso se podría cambiar jauría de ratas por perros de caza; y la segunda, como salvador, y el yo poético se convierte en un mendigo, que espera que el banco le haga favores, pese a que sabe que le cobrará hasta las heces. Si bien se nota el resentimiento y la rabia del yo poético hacia el sistema capitalista, no lo critica. Prefiere permanecer en su papel de víctima, y lo confirma en los dos últimos versos:

Debo firmar un pacto de muerte y sonreír

 porque una casa por fin estará a mi nombre.

El poeta pudo haber puesto estos dos versos en interrogación, o incluso pudo haber dicho “para que una casa esté…”, pero en vez de poner en duda lo que deba hacer, él afirma que es lo que hará, porque al hacerlo, la casa estará por fin…

En esta primera parte del libro, si pensamos que el yo poético es el mismo autor, que nos cuenta su desgracia, no veremos a un poeta que condena o critica de manera contundente y severa el sistema, sino un poeta que llora esa desgracia, la asume y la acepta, transigente. Su reivindicación no es una intención de cambiar el sistema, sino, simplemente, una necesidad de quejarse porque, al final, las quejas alivian el dolor. Y así, el poeta malograría hojas de papel que tanto les han costado a los árboles.

Jahk y Ronny.

Pero…, ¿y si desvinculamos al autor del yo poético?, ¿y si, por un momento, pensamos que la voz poética de la primera parte del libro es la voz de la sociedad dominicana, de la juventud dominicana, que esconde su rabia y desengaño en botellas de cerveza los fines de semana y las vomitan en los brazos de un sicoanalista y se calla, resiliente y transigente, sin ninguna conciencia crítica de un sistema de gobierno de turno…? ¿Y si el objetivo del poeta fuese meterse en el pellejo de sus compatriotas y reflejar el carácter apático de una generación, el reflejo de una sociedad que le toca padecer? Porque esa manera del yo poético de deformar la realidad cotidiana para poner en evidencia su alienación, la rutina deshumanizante del trabajo asalariado ―una realidad palpable para miles de personas en el Caribe y Latinoamérica― no es gratuita. Este yo poético podría ser leído como una voz colectiva, símbolo del ciudadano atrapado. No sería simplemente un narrador, sino una conciencia desgarrada por la rutina. Se sabe atrapado, cuestiona su existencia, se reconoce alienado, pero también sueña: a veces quisiera perderme en páginas de un viaje entre líneasSueño con una casa… En su veta más amarga, sentimos un rastro de Mario Benedetti hasta un dejo kafkiano en la referencia a la vida como pieza burocrática y manipulable. Los poemas transmiten la alienación laboral, la rutina, el peso del sistema económico y la pérdida del sentido de la vida personal frente a las exigencias del trabajo.

La ironía latente de los poemas nos confirma esa intención del poeta, en Aniversario, por ejemplo, en Sueño con una casa, y quizá aquí solamente, en este poema, radica la contradicción que más arriba hemos sospechado, en el hecho de que esa mayoría a la que el yo poético pretende dar voz no siempre puede darse el lujo de soñar con una casa donde pueda tender la luna/ como un calcetín de Navidad. Por lo demás, el mensaje de la primera parte es claro: trabajar no es vivir, y vivir así es una de las tantas muertes que les toca a los condenados de la tierra. La belleza, el amor y la verdad son desplazados por el agotamiento, el dinero y la supervivencia. Viéndolo así, podríamos calificar a Ronny Ramírez como una promesa importante tanto actual como para el futuro de la poesía dominicana, una pluma potente, que sabe plasmar con toda lucidez el retrato de la sociedad.

Ronny Ramírez.

II

Si en la primera parte del libro hay una primera persona llorona, haciéndose la víctima, y una segunda que se recrimina, autocastigándose, en la segunda parte el poeta se deshace de esa túnica y se viste de la tercera persona, convirtiéndose en juez, con una batuta que señala, denuncia y sentencia. El yo poético se muda de piel, con un lenguaje codificado y simbólico que raya en lo barroco por su estilo recargado, complejo y artificioso, su búsqueda de emoción, placer estético ornamentado y exageración en las figuras retóricas, con una intensidad emocional medida pero constante en el tono. Una tercera persona que hace las veces de titiriteros que barajan los destinos, otras veces la misma sociedad cómplice y culpable y, finalmente, el poeta solidario, juez y acusador. No es un libro para lectores que buscan literatura fácil, quizá de ahí viene el título del artículo de Jordán Hernández: «Condeno la noche y sus perros de caza, un gran libro que no me gusta».

Entre los 12 textos, solo dos están en primera persona, y uno de ellos, Eslabón, me parece una especie de cédula del propio autor.

En esta segunda parte, la Noche y sus perros de caza empiezan a hacerse más visibles. En Retrato, por ejemplo, bajo la forma de la familia moderna:

Papá y mamá solo son accionista

…solo llegan

A compartir el internet, a lo sumo.

… morirán

Pensando que han tenido una familia

Luego, en Las sombras del parque solitario ―un poema redundante, que debió empezar en el decimotercer verso: Aquí quedó varada/ la risa de un niño que nunca volvió a casa; y la primera estrofa debió ser el final, porque cuando se lee el inicio: En otras circunstancias… hasta el verso tiene rumor de mística y muerte, es la misma idea repetida en la última estrofa, de hecho, es la misma estrofa que se repite desde La verdad es que hubo un tiempo/ donde se confiaba en la soledad del paisaje, con distintas palabras hasta el final del poema. Por lo que, si ese poema hubiese empezado en Aquí quedó varada/ la risa de un niño que nunca volvió a casa, que es el verso más potente del poema, y luego trasladar al final la estrofa En otras circunstancias, uniéndolo con la última estrofa, quitando los ripios, sería un gran poema―, la Noche y sus perros de caza aparecen bajo la forma de los delincuentes:

Ahora las fiestas deben estar cronometradas

porque cerca de las luces alegres

merodean depredadores nocturnos.

Y en Tiempo electoral, bajo la forma de los políticos:

Pasa el candidato de fábrica

el mesías de cartón

pasa el hombre con cara postiza

y ojillos de roedor.

Y en Luna de fentanilo, La señora del vestido amarillo, bajo la forma de los periódicos;

Pregonera de muerte y discordia

que se lucra de las rosas negras en el corazón

¿Te place saborear el rastro de la sangre

que resuena en la oscuridad?

En Los héroes de barro, El Arcoíris que encontraron en mi sangre, y los firmantes, la Noche y sus perros de caza adquieren una dimensión mayor. Estos tres poemas son sublimes, de los mejores del libro. En la primera, una crítica mordaz, casi profética:

Ahí vienen los que profanan la tinta de oro

los que se llenan la boca de vítores y rosas.

Los que imponen su sombra

por encima del fuego y la memoria.

Y el segundo:

Un grupo anda recogiendo la miel de un arcoíris

agazapado entre las montañas

viene llenando los cuencos del paisaje

con golosinas de ricino.

Y el tercero es un poema universal. Este poema conecta con la primera parte del libro y justifica la postura y el ánimo del yo poético víctima y llorón,

Hay trámites ensombrecidos

por una maraña de fino perfume

concesiones y cuentas aureoladas de cicuta…

es cuando se coloca a algún peón en nómina,

se prepara el telar y urdimbre para el relato…

Acaso el hombre pulcro y florido

Asuma una cuota honorífica de culpabilidad…

La crítica social no es panfletaria, no está hecha solo para denunciar, sino para revelar verdades rudas desde un altar roto. Si de algo peca esta parte del libro, es del exceso, de querer decir más de lo necesario, y lo hemos notado en el poema Las sombras del parque solitario, como también en La fotografía que rondaba por el suelo, en el que estos versos que enseguida mencionaré debieron ser eliminados por su futilidad:

sin imaginar que utilizarían esa foto

para tratar de descifrar su paradero

cuyo rastro se perdería en el difuso video

de una cámara de seguridad.

El joven no aparece y su teléfono

no hace más que un sonido.

El joven no aparece y su foto

hasta

Ya en la tercera parte del libro, encontramos a un poeta defensor, que concientiza, de nuevo suelta la batuta de juez, y el primer poema nos regala los tres versos más memorables del libro:

¿Cuántos cargarán a la luna como a una cruz?

¿Cuántos cadáveres tienen que arder

 para descifrar el perfume de la muerte?

Si bien los dos últimos nos recuerdan a Bob Dylan, Blowing in the wind, los considero originales. El segundo poema es profético. Y ahí se descubre que el poeta ha venido hablándonos de alguien a lo largo del libro. En la primera parte, es un alguien observador, que avisa y aconseja:

Entonces alguien salió con que un día

 

hasta que alguien tira de la palanca

y debo retornar a mi escritorio

 

Alguien me susurra que el mundo

no me debe más que máscaras

para que cierre la boca.

En la segunda parte, ese alguien es ambiguo, oscila entre una especie de perros de caza que, por su indiferencia frente a los hechos, se convierte en un cómplice involuntario: Alguien vacila y susurra que lo ha visto/ Alguien olvidó sacar una fotografía de aquel único instante; pero también a veces es la Noche: Alguien pasa corriendo al otro lado de la cancha / porque alguien —y no un Pennywise— /debe estar acechando desde los desagües/  Alguien lanza una red de relámpagos en el horizonte./ Temo que atrape a la pequeña mariposa: pero también, ese alguien empieza a tomar su carácter profético al final de la segunda parte, hasta convertirse en una esperanza para el yo poético, un salvador, limpiador de la sociedad, con «su aventador en mano para limpiar la era, recoger su trigo en el granero y quemar la paja en el fuego eterno[1]»: Espero que un día alguien resuelva en arrebatarte…/ Si, de pronto, alguien escarba y repta/ suma y trenza/ una cadena de hechos violentos/ aislados y herméticos… / Alguien dejará caer una chispa en la ciudad de papel/ … es posible que alguien aparezca entre las ruinas/ y empiece a barrer frente a un amanecer tierno y callado.

Aparece un alguien en el último poema del libro que debió estar en la segunda parte, lo que nos da a entender que es un desliz de editor. Pero lo más curioso de todos esos alguien es el que aparece ya convertido en hombre, en el poema El jinete de la tormenta, que, a mi juicio, es el mesías anunciado en el poema Castillo de Naipes. Si uno separa este texto del libro, dirá que es un simple poema dedicado al tío del propio autor, pero dentro del libro, siendo parte de un conjunto de ideas hilvanadas para crear un discurso, un universo poético Ronniano, no se le puede aislar porque sí, porque, incluso, si cada poema estuviera escrito en momentos diferentes, el subconsciente es inmune a las carcomas y herrumbres del tiempo. Además, la selección minuciosa de cada texto por el autor está intencionada con un fin discursivo, sea consciente o no. El poema empieza con una especie de respuesta a los últimos cuatro versos del poema Castillo de naipes:

Existe un hombre, cuya sangre

fue pulida por el martillo de Thor

Existe un hombre, cuyo sueño

fue mecido por la Virgen de las Mercedes

Existe un hombre, cuya palabra

fue forjada por querubines y enanos

Este mesías tiene sangre escandinava, su sueño fue mecido por una patrona católica, sus palabras son forjadas por querubines y enanos, y por haber domado la tormenta que blandía el trópico furioso/ para abanderar el corazón de un pueblo en llamas, papá Candelo lo castiga con el insomnio, y desde entonces, nunca se apaga la fiesta de palo/ que repercute en su pecho. Este guerrero mesías viene prendido de ayahuascas y arremete contra las embestidas/ de serpientes encantadas/ contra las que carcomen/ “el libro de la vida”…

Las palabras dicen más de lo que su artesano quiere expresar. Y si tratamos de traducir estos versos mencionados para plantear una característica a este mesías, vemos que es un hombre europeo, castigado y sometido por un africano, y alimentado por sustancias indígenas. Un mesías europeo transformado, caribeñizado:

Thor y la hoz de medianoche: combinación de mitología nórdica con imágenes oníricas o de la muerte.

La Virgen de las Mercedes: símbolo mariano imponente en la religiosidad popular dominicana y en el Caribe, asociada a la redención de los esclavos.

Querubines y enanos: figuras del imaginario cristiano y mítico que remiten tanto a lo divino como a lo pagano.

Papá Candelo: protector, justiciero, símbolo de resistencia y fuego destacado del vudú dominicano.

Finalmente, el libro debió cerrarse con el poema Renacimiento, por su tema de actualidad, explícito en los dos primeros versos, bastante memorables:

Despierto en un mundo que delega su historia

al chasquido de una máquina:

Sin embargo, le sigue Elegía por el capitán que soñaba, que da una circularidad al libro en cuanto al tono victimista y llorón del yo poético:

¿Cómo puede amanecer

si ya no me guía el ángel y sus cuentas de oro?

¿Cómo volver a la carrera del día

si no bastan las lágrimas, no basta la flor?

¿Cómo decir mañana o paraíso

frente al mar

si no quedan más que cruces bajo el cielo?

Pero este yo víctima ha evolucionado, deja su manto pasivo y se rebela, Condena la noche y sus perros de caza…/ arranca raíces de sueño…/ y levanta una línea de fuego…

Los saltos cualitativos dan al poema una fuerza que nos hace sentir la rabia y el cansancio del yo poético de estar siempre pasivo, reprochándose de haber negado siempre una réplica después de caer tantas veces contra las embestidas de las olas… y uno piensa, ya, es un final maravillosamente premeditado; pero no, luego viene El Caballero de medianoche, que me parece desligado del yo poético que analizamos al final de la primera parte, es decir, todo ese análisis se vendría abajo si el yo poético del último poema es el mismo autor, que nos dedica una mea culpa, es como si se diera cuenta de repente de su cobardía e inercia frente a la crueldad del mundo y se reprochara:

¿Y todavía me preguntas por qué tiro

la moneda y apuesto por la poesía?

¿Todavía me preguntas por qué soplo

una pizca de arena a la luz de la luna?

Y enseguida perdonarse, entendiendo que el hecho de poner su pluma a merced de las palabras, es de por sí un acto de resistencia:

¿Cómo dejar la palabra en el cenicero

y rechazar la bendición de su música?

¿Cómo enfrascarme en el papeleo del día

y quemar, en mi corazón, las alas del verso?

Quizá no pueda salvar al cachorro que

se precipita feliz hacia la estampida de acero

tal vez nadie escuche que grito

por el secuestro de los colores

en la paleta de la historia

pero, simplemente, no puedo callar mientras

una flor siga quemándose sobre el asfalto.

Y digo que es una mea culpa porque lo más llamativo de este poema es específicamente este verso:

Entierran a otra mujer porque alguien

No pudo mantener su bragueta cerrada.

que nos hace preguntar cómo es posible que el mismo yo poético que ha escrito algo tan desgarrador no tenga la suficiente sensibilidad para entender cierto aborto, en el poema Eslabón:

Guardo la opinión de turno en mi billetera…

La aprieto cuando me cuestionan

en la palestra de corral…

Quienes me rodean preparan la artillería,

Se despeja el paredón…

Entonces asiento…

Y sonrío con horror.

Levanto el puño por la madre que apaga

Las estrellas de su vientre…

Y aquí radica el conflicto y la dicotomía del yo poético que habíamos mencionado al principio. Por lo que podríamos concluir con que, al final, el poeta nunca tuvo intención de retratar a la sociedad, sino de gritar las penas que le tenían aplastado tanto tiempo el corazón, y luego volver a su rutina. Ojalá estemos equivocados.

[1] Mateo 3:12

EN ESTA NOTA

Jhak Valcourt

Artista visual y poeta

Jhak Valcourt (Ayití). Escritor, traductor, artista plástico, docente y gestor cultural. Autor de la novela “El vaivén de las horas” (Santo Domingo, 2021, 1ra edición; Sultana de Lagos Editores, Venezuela, 2023, 2da edición); el libro de cuentos “Grietas” (Santo Domingo: Luna Insomne Editores, 2022) del cual se han escogido dos cuentos para la sección “Conexión Derek Walcott” de la Revista Trasdemar; y el libro de poemas “Cuando callan los ríos” (Puerto Rico, Editorial Pulpo, 2024). Ganador del tercer lugar del Premio de Cuentos Juan Bosch 2019, organizado por la Fundación Global, Democracia y Desarrollo con el cuento «Quiero vender este reloj», publicado en Malas palabras y otros cuentos (Santo Domingo: Editorial Funglode, 2020); Tercera Mención en el Renglón Cuento del XX Concurso Literario Alianza Cibaeña. Escribe una columna cultural en el periódico Acento. Textos suyos han sido publicados en las revistas ¿Cómo así? (República Dominicana), Trasdemar (Islas Canarias, España), Literatur.review (Alemaña), Candela Review (Cuba). Textos suyos han sido adaptado al teatro, como No me olvides, dirigido por el mismo autor e interpretado por James Alquintor, y Margaret Sosa; y Hoy conocido a un hombre, dirigido por Gordimy Jean, e interpretado por Emilio Bencosme.

Ver más