Un reportaje de Camille Bouju
El sol apenas asoma cuando las primeras embarcaciones zarpan de la costa de Providencia, una pequeña isla colombiana del Caribe. Los pescadores se adentran en el mar, pero nunca van solos: desde hace varias semanas, sus hábitos han cambiado.
“Vamos en grupos”
“Vamos en grupos. Es mejor estar juntos porque yo creo que detectando varias lanchas juntas, no pueden decir que es algo de narcotráfico”, explica a RFI Juan Peñalosa.
Desde principios de septiembre, se han multiplicado los ataques estadounidenses contra embarcaciones sospechosas de narcotráfico en el Caribe. El miedo se ha apoderado de los 220 pescadores de esta comunidad.
José Manuel es uno de ellos: pesca “a pulmón”, sin botellas, con un arpón en la mano. Y esta mañana se ha ido cerca de la costa con dos compañeros. “Nos preocupa ir a los cayos más lejanos debido a la situación. Pero como pescadores, nos toca de lleno”, comenta.
“No les pueden dar la vida de nuevo”
Por miedo a ser confundidos con traficantes, algunos pescadores renuncian ahora a las zonas más ricas en peces. Es un sacrificio, ya que toda la comunidad depende de estos ingresos. Juan Peñalosa, sin embargo, intenta no preocuparse de más: “Las embarcaciones no tienen esas características que tienen esas embarcaciones que hacen esos cruces de droga. Son embarcaciones mucho más pequeñas, de menor calado, con motores más pequeños”, afirma.
Por ahora, la zona alrededor de Providencia no se ha visto afectada. Pero eso no impide que Elizabeth Cabezas, una pescadora de 63 años, viva angustiada cada día. Prepara el almuerzo para sus dos hijos, que han salido al mar.
“Son los hijos de uno que están arriesgando su vida allá afuera. Ellos los bombardean diciendo que es droga. Y cuando los bombardean, si son pescadores y no aparece la droga, no les pueden dar la vida de nuevo”, denuncia.
Carta a la ONU
Para Edgar Jay, presidente de la asociación de pescadores afrodescendientes de Providencia, estas operaciones estadounidenses van mucho más allá de la lucha contra el narcotráfico. Según él, “es una estrategia de intimidación. ¿Puede Estados Unidos aplicar la pena de muerte extrajudicialmente en cualquier lugar del mundo? Es una invasión”.
Y esta ira contra la administración Trump es ampliamente compartida en la isla, donde se escucha que estos “gringos se creen los dueños del mundo”. Para denunciar la situación, Edgar Jay ha enviado una carta a las Naciones Unidas.
Junto con los pescadores de su pueblo, exige el derecho a trabajar en condiciones de seguridad: “Nosotros creemos que la ONU tiene que ser un organismo que sirva a los intereses de la paz mundial, a los intereses de las personas desprotegidas”, dice. Los pescadores artesanales de la isla esperan ahora una intervención de la comunidad internacional.
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