A sesenta años de la Revolución de Abril, un nuevo cine de autor(a) reconstruye el honor del pueblo dominicano.

Como antes lo hicieron Luis Buñuel en “Los Olvidados” (1950), Vittorio de Sica en “Ladrón de Bicicletas” (1948), Charlie Chaplin en “The Kid” (1921), y, localmente, Agliberto Meléndez en “Pasaje de Ida” (1988), estas cintas representan a la pobreza con criterio ético y apropiada estética.

El nuevo catálogo fílmico humaniza la realidad de barrios deprimidos, la vida en el campo y demás problemáticas de las clases marginadas de la República Dominicana. Entre sus títulos están: “La Bachata del Biónico” (2024), “Sugar Island” (2024), “Ramona” (2022), “Yaque” (2023), “Olivia & las Nubes” (2024), “Mis Quinientos Locos” (2020), “La Lucha de Ana” (2012), “Carpinteros” (2017).

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Vencida una dictadura de treinta años (1930-1961), la Constitución de 1963 prometía a la nación la promoción y protección de la dignidad humana, así como la eliminación de sus obstáculos de orden económico y social que limitan la libertad y la igualdad de los dominicanos.

En abril de 1965, el pueblo dominicano levantó las llamadas “trincheras del honor”, para defender los derechos y garantías fundamentales contra la fuerza de los poderes fácticos, antagonista de la democracia siempre al acecho.

Seis décadas después, esa antigua proclama delegada por el pueblo dominicano a la asamblea revisora, y luego a los combatientes, se representa desde el repertorio cinematográfico. Más allá de nuestras fronteras, otros se interesan por esos relatos porque los problemas y virtudes de los menesterosos son parecidos en cualquier lugar.

Con el cinto tricolor de la Dirección General de Cine, que certifica su origen dominicano, los largometrajes han viajado lejos hasta ser reconocidas en las inmediaciones de la Muralla China.

Hace días, siendo abril, el drama social dominicano, “Sugar Island”, dirigido por Johanné Gómez Terrero, fue galardonado con el premio a Mejor Dirección en la sección Enfoque en el Futuro de la 15ª edición del Festival Internacional de Cine de Beijing, destacándose entre 15 películas provenientes de 17 países y regiones.

“Sugar Island” acumula otras medallas, entre ellas la mención de honor de la Fundación Fai Persona Lavoro Ambiente, por su mensaje laboral y ambiental, donde el jurado destacó el profundo enfoque de la película en la mecanización del trabajo agrícola y la falta de reconocimiento de los derechos laborales fundamentales. También, obtuvo la mención de honor del Inclusione e Sostenibilitá Edipo Re, un premio oficial colateral del Festival de Venecia que apoya la distribución de obras cinematográficas de alto valor artístico y cultural en los cines italianos.

El jurado, presidido por el cineasta Béla Tarr, al motivar el galardón del Festival de Cine de Beijing para la cineasta Gómez Terrero, elogió la película por:

"Abordar el trauma colonial con una lente poética, sublimando la narrativa personal de una madre adolescente en una profunda reflexión sobre el destino de la raza. Con extraordinario coraje, entrelaza el discurso histórico con la conciencia contemporánea, explora el camino hacia la liberación en la espiritualidad y la sabiduría matriarcal, y expresa elogios a la justicia nacional."

Estos artistas dominicanos entienden la misión diplomática dentro y fuera de la pantalla. Al recibir el Colón de Oro, premio al mejor actor en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, por su interpretación protagónica en “La Bachata del Biónico”, Manuel Raposo explicó que el director [Yoel Morales] se propuso:

“Romper con el artificio que existe entre realidad y ficción para ofrecer una historia viva y dinámica en la que hay una realidad muy dura, la de Biónico, que debe rehabilitarse de todas sus adicciones por amor”.

“Olivia & las Nubes”, película animada en 2D dirigida por Tomás Pichardo, fue reconocida con una Mención Especial en la prestigiosa sección Concorso Cineasti del Presente en el Festival de Cine de Locarno marcando un momento histórico, al ser el primer filme de animación en ser parte de tan prestigioso evento.

Esta película explora las complejidades del amor a través de un efecto Rashomon. Olivia, una mujer del campo dominicano, atormentada por un amor pasado que esconde debajo de su cama. Ella intercambia flores con este fantasma a cambio de nubes de lluvia reconfortantes. El fantasma es un proletario que sobrevive en un barrio de la capital dominicana.

Estas obras del intelecto artístico dominicano del siglo XXI median valores universales, y la búsqueda de esa nueva expresión viene captando la atención internacional.  Su material cultural exportable es acaso algo más estimable que una marca-país. Dejemos ese concepto mercadotécnico, limitado a la capitalización de la inversión y el turismo, el otro beneficio de la industria, para el cine comercial.

Las películas mencionadas rescatan el significado de abril entre nosotros. A mi modo de ver, configuran una nueva vanguardia cinematográfica. Son un abril sin fronteras y atemporal. Su artilugio es el rescate de la dignidad humana y los derechos fundamentales por los cuáles en 1965, otra generación de dominicanos, artistas incluidos, salió a luchar por las calles de Santo Domingo con fusiles, versos y canciones.

Estos largometrajes libran otra guerra. Salen del espacio intramuros del cine de la indiferencia, armados sus realizadores con lentes, sensibilidad y humanismo. Lo suyo es epopeya. Cada una de esas premiaciones es un gesto solidario de otro pueblo hermanado con los dominicanos más necesitados.

Como héroes de un abril perenne, artístico e intelectual, sus exponentes deberían ser recibidos al más alto nivel oficial al regreso de sus triunfos. Mientras eso ocurra, habrá gente común de aquí y de allá que les otorgue el mejor de los reconocimientos a estos cineastas:

Verse retratados en su discurso, como ocurrió hace sesenta primaveras, cuando el pueblo dominicano se reunió frente a la Puerta del Conde, y junto a la roca colonial, formó un arco de la dignidad nacional de solidez pétrea.

Angélica Noboa Pagán

Abogada

Socia de la firma de abogados Russin, Vecchi & Heredia Bonetti con práctica en las áreas de Comercio Exterior, Competencia, Telecomunicaciones y Privacidad de Datos. Doctor en Derecho de la Universidad Iberoamericana (1987), mención cum laude y maestra en Derecho Corporativo de la Universidad Anáhuac México Norte (2021). A su vez, es directora, productora y guionista de Poncho Morado Films, un emprendimiento familiar con estudios de escritura creativa de la Escuela de Escritores de Madrid, la Universidad del Claustro de México y GC Films, escuela de cine dominicana. Ha sido docente universitaria y autora de la obra “Libre y Leal Competencia en la República Dominicana (1994-2021)”, primera obra sistemática de derecho de la competencia en República Dominicana, así como de otros ensayos jurídicos en temas de derecho público, publicados en Gaceta Judicial, Acento, Thomson Reuters, Tirant Lo Blanche, Legis, Concurrences, la Universidad de Cantabria y la Escuela Judicial de la Judicatura. Como productora cinematográfica ha dirigido el corto “Concha” (2013) ganadora del premio a Mejor Diseño de Producción en el festival dominicano “Mujeres en Corto”; y , “Carta Malva, Poniatowska y Dominicana Conversan” (2023), este último ganador en el Madrid International Film Festival como Best Documentary in a Foreing Language Documentary, organizado por International Film Festival de Reino Unido. En 2025, fue nominada por su ensayo “La regla de la razón y su interés casacional” a los Antitrust Awards de la Revista Concurrences y la Universidad George Washington, bajo la categoría de artículos sobre Procedimiento, convirtiéndose en la primera autora dominicana en participar en ese certamen. Es columnista del diario “Acento”, conduce, produce y dirige el Poncho Morado Podcast, espacio de contenido cultural. Actualmente desarrolla el primer largometraje documental de Poncho Morado Films, titulado “Mi Pedro” acerca de la vida y legado del humanista Pedro Henríquez Ureña

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