En una nueva embestida autoritaria, Donald Trump ha puesto en la mira a las universidades de Estados Unidos, acusándolas de fomentar el “antisemitismo” y el “racismo anti blanco”. Bajo estos pretextos, el presidente busca desmantelar los programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), silenciar el pensamiento crítico y censurar la movilización estudiantil en solidaridad con el pueblo palestino.

La narrativa oficial habla de “limpiar los campus” de ideologías peligrosas, pero la realidad es que esta cruzada busca suprimir la disidencia y domesticar los espacios de pensamiento libre. Las universidades, históricamente semilleros de resistencia, pensamiento progresista y activismo social, se han convertido en el nuevo enemigo de un proyecto neoconservador que se disfraza de defensa de la “civilización occidental”.

El retorno del macartismo

Lo que vemos es un retorno del viejo macartismo, ahora bajo una máscara trumpista. No es casual que las movilizaciones universitarias por Gaza sean estigmatizadas como antisemitas, cuando en realidad expresan un grito ético contra el genocidio, la ocupación y el apartheid israelí. El objetivo es claro: criminalizar la crítica a Israel y blindar la complicidad del gobierno estadounidense con sus crímenes. Como en los años cincuenta, el disenso es tratado como traición.

Pero la nueva versión va más allá: ahora se habla de “racismo anti blanco”, una construcción ideológica que invierte los términos del conflicto racial. Las políticas DEI, diseñadas para reparar siglos de discriminación estructural, son retratadas como amenazas a la supremacía blanca. Trump y sus aliados buscan acabar con cualquier iniciativa que cuestione los privilegios históricos de las élites blancas, masculinas y conservadoras.

Una cruzada contra la libertad

En esencia, lo que se está atacando no es el antisemitismo ni el racismo, sino la libertad académica, la autonomía universitaria y el pensamiento progresista. La administración Trump —y los sectores que lo apoyan en el Congreso— han amenazado con retirar fondos federales, intervenir planes de estudio, despedir profesores críticos y silenciar a los estudiantes que se organizan.

Se trata de una guerra cultural que pretende imponer una visión única de la historia, la política y la sociedad. Una visión donde el colonialismo se justifica, el racismo se niega, el patriarcado se naturaliza y el capitalismo se venera como dogma incuestionable. En ese esquema, no hay espacio para la pluralidad ni para el disenso.

La universidad como trinchera de resistencia

Frente a esta ofensiva reaccionaria, defender la universidad es una tarea urgente. No solo como institución educativa, sino como espacio democrático, diverso y crítico. Es allí donde se forjan las herramientas para cuestionar el orden dominante, construir pensamiento emancipador y organizar nuevas formas de lucha.

La solidaridad con Palestina no es odio, es humanidad. La lucha por la inclusión no es racismo, es justicia. Y el pensamiento crítico no es adoctrinamiento, es el pilar mismo de la vida intelectual. Lo que molesta a Trump no es la supuesta radicalización de los campus, sino que las nuevas generaciones se atrevan a imaginar y luchar por un mundo distinto.

Si hoy callamos, mañana no habrá quien enseñe ni quien resista.

Notas de contexto y fuentes:

  • The Chronicle of Higher Education y Inside Higher Ed han documentado el ataque sistemático de legisladores republicanos contra los programas DEI en más de 30 estados.
  • Según The New York Times, varias universidades enfrentan presiones políticas para sancionar o expulsar a estudiantes y docentes por su apoyo al pueblo palestino.
  • En declaraciones recientes, Trump afirmó que “las universidades se han convertido en fábricas de odio contra Estados Unidos”, sugiriendo una purga ideológica si retorna a la presidencia.
  • Diversos grupos de derechos civiles, como la ACLU y Palestine Legal, han alertado sobre el peligro de que se criminalice la solidaridad y se socave la libertad académica.

Julio Disla

Estudió Comunicación Social en Universidad de La Habana, con un posgrado sobre Prensa Internacional en el Instituto Internacional José Martí, en Cuba. También estudió Pedagogía Mención Ciencias Sociales en el Centro Regional Universitario del Noroeste (CURNO), extensión de la UASD. Laboró como periodista en el Nuevo Diario, El Hoy y El Nacional de Ahora. También para los noticieros radia Noti tiempo, Radio Comercial, Acción Informativa, Radio Acción, Santiago y Disco 106, en la capital. Fue director de prensa de la Agrupación Médica del Seguro Social. Ha escrito varios libros; entre ellos De Pueblos y Héroes, Onelio Espaillat, ejemplo de firmeza y Agenda de la Libertad. Reside en Estados Unidos.

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