Hace más de dos décadas que la etnografía como método propio no es de uso exclusivo de la antropología como lo figuraron las pensadoras clásicas en el campo del imaginario occidental del siglo XX, pues la sociología y los estudios culturales, entre otras escuelas humanísticas, la hacen suya como cuerpo corpóreo de deseo y acciones.

Durante mucho tiempo, la observación participante, las entrevistas no dirigidas y las corresidencia se vincularon a los estudios empíricos y a los relatos de la academia. Esto marcaba la diferencia, en el mundillo de los/as letrados etnógrafos. Nos dijeron que los antropólogos y antropólogas tienen un aparato conceptual propio, y a la vez que éste era una frontera frente a otras ciencias sociales. Teníamos nuestras parcelas y unas cuantas propiedades por las que pelear.

En general, ellos, los de las estirpes académicas se reconocieron a sí mismos con sus títulos legitimados por las grandes universidades europeas y estadounidenses. Estos intelectuales de la cultura perfilaron sus currículos como imprescindibles, para el reconocimiento de las voces de sus informantes o de otras múltiples narrativas comunales. En general, desarrollaron una “etnografía ego centrada” que creó antagonismos entre colegas. Se popularizaron los métodos etnográficos para unos o los enfoques etnográficos para otros, el debate se inició y los textos antropológicos evidenciaron tendencias y se comenzaron a ponderar fuentes.

Aparecieron las escuelas debatiendo los dilemas del método y por igual se centraron en ese ese viejo postulado epistémico de que teníamos un encuadre metodológico privativo con su objetivo, “la cultura”, y problemáticas particulares como son el etnicismo, interculturalidad, multiculturalidad, identidad e indigenismos, racialidad, etc., esos debates no handeparaecido forman todavía parte de los mismos tormentos del hoy. En verdad no aprendimos de la bronca que se armó en el siglo XX.

Para Krotz, la antropología del Norte y la del Sur no se separaron de sus propios orígenes coloniales, ni de la dimensión empirista del siglo XIX. Para los modernos, la dimensión analítica conlleva un triple sentido que se enmarca en dos perspectivas el evolucionismo o funcionalismo, pero con un conjunto de métodos y una forma textual escrita en tercera persona que solo atiende a la dimensión análitica de los investigadores. Por eso los posmodernos lo acusaron de escribir para turistas de viajes.

Para Guber, la etnografía tiene tres dimensiones significativas: “como enfoque es una práctica de conocimiento que analiza, los fenómenos sociales desde las perspectivas de sus miembros, sin importar la perspectiva teórica que aborde; como método está conformada por un conjunto de actividades que suele llamarse “trabajo de campo” y cuyo resultados se emplea como evidencia empírica del producto del enfoque etnográfico. Por último señala, si la definimos como un producto textual se interpreta, se reflexiona, a partir de categorías teóricas y son estos sentidos los que se confrontan con las voces de los nativos.

No obstante, el implacable saber de hoy y las fortísimas críticas de los postmodernos y de los teóricos anticoloniales han empujado a que la antropología como ciencia se mire a sí misma.

Hoy en plena juventud del siglo XXI, la antropología se sitúa en un saber a deconstruir, por tales razones se plantean desafíos teóricos y empíricos, en el que no es posible definir todos estos enganches metodológicos y conceptuales como propiedad exclusiva de nuestro mundillo antropológico. Si bien es cierto que esto no es una discusión reciente, no se puede ignorar, ese dolor extraño, que durante mucho tiempo ha sido objeto de debate en el escenario epistémico de nuestra ciencia, la de saber que otros construyen conocimiento y se apoyan del saber antropológico utilizando los mismos métodos y teorías. Eso está claro, nosotros no somos los únicos que pensamos en lo humano.

Cabe resaltar también sobre aquellos que se separaron construyendo tienda aparte, como son los que se dedican a "Estudios Culturales". Eso es una realidad incuestionable, todas las críticas que esta nueva ciencia construyó señalando que nuestra historia es la de una ciencia que le sirvió y se diseñó como hijos e hijas directos del colonialismo. Ya superamos la crisis y por ende, muchos de nosotros transformamos dicho episteme en una ciencia de la diversidad.

Para muchas etnógrafas, tendríamos que tomar las armas y entrar en el debate, con tiros o con misiles para defender nuestras teorías y desarrollo de metodologías, pero cómo definir los límites y marcar el conocimiento antropológico en una sola bandeja de viandas. El saber no es exclusivo y lo demuestran los estudios con métodos participativos que rompe la mirada del conocimiento de carácter elitista que fue la base de la antropología del siglo XX. Hoy nuestra ciencia se abre a múltiples construcciones de saberes no europeos y desde las posiciones de conocimientos que proceden de otras realidades culturales.

Oh como dice Restrepo en su Antropología Disidentes: “no hay una esencia o identidad trascendental de la antropología, derivada del objeto, la problemática, el encuadre metodológico o cualquier otro de los diacríticos, a los que apelan las definiciones de manual disciplinario. Es simplemente una narrativa mitológica anclada en el sentido común disciplinario que clausura la heterogeneidad constitutiva de las antropologías realmente existentes”.

La idea predominante en la antropología sostiene que se trata de una disciplina con una identidad propia y coherente, dotada de teorías, métodos y objetos de estudio específicos que la diferencian de la sociología y de otras ciencias sociales. Esta visión ha sido descrita como un mito de origen: la noción de un marco universal superior y de parcelas exclusivas reservadas a quienes se titulan y legitiman a través de “la gran corporación” que es la universidad.

Establecer diferencias entre la antropología y la sociología es un problema difícil de resolver. Estas dos ciencias, así como la conocemos hoy, han abordado sus problemas de distintas maneras y de igual manera han combinado diversos métodos y encuadres teóricos. Por ejemplo, nos dicen “los antropólogos del siglo pasado que las diferencias se encuentran en la forma de abordar sus problemas. Desde el modelo etnográfico se esfuerzan en hacer énfasis en lo local y en lo cualitativo, mientras que los sociólogos se interesan más por metodologías cuantitativas y realizar abordajes más estructurales y globales”. Esas ideas no se corresponden con lo que hacemos actualmente muchos etnógrafos. Es una mirada simplista, ya que la antropología estudia las culturas y por igual estudiamos los sistemas sociales y sociedad con enfoques globales, en general.

Las escuelas universitarias siguen poniendo énfasis en las diferencias de las metodologías, yo creo que la antropología tiene una particularidad y es la de buscar todavía respuestas en el marco de lo simbólico y en las continuas conversaciones que validamos como unidades de análisis. Esto no es tan común en las escuelas sociológicas.

En general, estos son temas que se discuten desde hace varios siglos, pues son parte de las reflexiones filosóficas y de las formas tradicionales de elaborar las teorías de las humanidades. Se puede recordar a la escuela de sociología de Chicago. Ellos desde la primera mitad del siglo XX usaban la etnografía como método de campo y los estudios culturales como método central de la etnografía, para buscar explicaciones sobre el otro, tal como lo dice el antropólogo Restrepo en la obra ya citada.

Pero todavía estábamos tan enfrascados en producir una obra ontológicamente racional y medible, en la cual pudiéramos compararla de manera análoga con la naturaleza, siguiendo el análisis social, a través de la metafísica kantiana o hegeliana.

A occidente se les rebosó la olla, tratando de construir una ciencia empírica sobre la naturaleza humana y por ende construyendo un discurso del saber antropológico único por su dimensión especializada, pero universal por sus contenidos aceptables y generalizados. Cabe resaltar que no todo se puede generalizar y eso es analizado por los originarios cuando reclaman sus saberes e interpretaciones de sus sociedades y de la naturaleza.

Hoy ese modelo se tambalea, pues por más buenas intenciones de la antropología de crear categorías y métodos exclusivos, la realidad que se palpa con las manos es que tenemos un saber, un imaginario con múltiples identidades que algunas veces se pueden comparar, pero en otras se diluye, se rompe lo holístico y se viola ese espíritu antropológico clásico de ser los herederos fundamentales de la cultura, o los únicos que reflexionamos sobre lo humano, o en el extremo de los casos de ser los que verdaderamente estudiamos la humanidad (Harris, 1997: 23).

Entonces, ¿qué es o qué puede ser la antropología? La respuestas será fácil si nos quedamos con las explicaciones de los modernos una disciplina que tiene un método, un objeto y cuerpo teórico derivado de los dos primeros. Pero aquí es que la cerda se retuerce el rabo, porque no hay una identidad propia, a la que no puedan acceder otros.

Por igual nosotros usamos un cuerpo teórico dentro de los marcos filosóficos, sociológicos, políticos, ecológicos, entre otros, hacemos usos para definir el campo del saber humano. Dar respuesta no sitúa o en un objeto trascendente creador de realidades medibles como lo propone el positivismo o en las interacciones kantianas que desdibujan al objeto y se interesan más por las relaciones que se dan en las disputas teóricas, o en las realidades que han sido construidas o “antropologizadas”.

Los antropólogos y antropólogas han construido su objeto de conocimiento y se han construido a sí mismos como personas. Ese cuerpo de personas que se han imaginados en el saber, conocer, y hacer de la práctica diaria, en lo escritural, en el abordamiento del otro y de sí mismo. Las cuales en muchos casos, ni siquiera se dio por particularidades excéntricas de algunos, sino que la propias instituciones lo exigieron de manera disciplinaria para establecer diferencias y límites académicos.

La antropología definida como disciplina está atravesada por ese saber disciplinario que se enmarca en una epistemología dominante, instituciones académicas y subjetividades personales que se han normalizado, a través del tiempo y que constituyen su saber hacer. El colectivo antropólogo opera en sus prácticas y opiniones con unos relatos egocéntricos en su sentido existencial, afectivo, identitarios, reflexivos y críticos.

Es en este contexto y no en otro que vamos hablar de una antropología latinoamericana. Una antropología que en un principio calco y se configuró bajo la disciplina del Otro cognoscente europeo o americano que operaba bajo la égida del protegido o subordinado que encuadra la geopolítica del conocimiento desde un saber que se sostiene en categorías discursivas, recursos materiales y conversaciones que son ajenos, excluyentes, dominantes y que definen una mirada basada en jerarquías y modelos asimétricos. Donde dominaba el inglés como lengua de conocimientos y se marginaban las otras lenguas. Apuntalando ciertas asimetrías en los términos y contenidos de las conversaciones antropológicas.

Esas conversaciones antropológicas de altura epistémica, apuntalaban a reflexiones que son propias de un sistema que impone su pensamiento, y lo refería como bueno y válido, por salir de escuelas tipificadas de élite, de habla inglesa o francesa y en su mejor momento basado en datas que salían, a partir de trabajos empíricos realizados en países exóticos, por ejemplo lo caribeño. Pero explicados desde sus teorías universales y legitimadas por un cuerpo/orden autoritario.

En ese campo, Esteban Krotz, establece que esa primera antropología se ceñía a una ciencia que buscaba “la verdad” mediante las pruebas de campo. A decir de Krotz, teníamos una antropología enriquecida de textos, experiencia de campo, disciplinada por el intelectual blanco y que pretendía dar respuesta objetiva,y clara por ser de primera mano y con carácter generalizable en su textualidad, escenario y práctica escritural a los problemas humanos. A esa antropología, se le llamó colonial. Ese es y fue un imaginario empirista occidental.

Estas tendencias tuvieron sus adversarios críticos en latinoamérica. En nuestras tierras continental, se encuentran estos pensadores: Eduardo Restrepo 2015, Garbulsky 2003, Narotzky 2006, Myriam Jimeno 2011, Esteban Krotz 1994, Roberto Cardoso Oliveira 1988, Bonfil 1987, entre otros. Estos estudiosos expresaron que esa vieja antropología era hiperrealista, dominatrix, en general que ignoraba “la historia de la producción de conocimiento en Latinoamérica, […] pues subvalora el conocimiento como producción socialmente insertada” dentro de la sociedad latinoamericana. Aparece entonces una reflexión intensa en las diferentes escuelas, Colombiana, Mexicana, brasileña y chilena de antropología. Cada una dentro de sus particularidades discutieron problemas diversos, tales como el indigenismo, fricción interétnica o transculturación, Estado, nación, la colonialidad, entre otros.

Esa nueva antropología crítica que muchos llaman Antropología del Sur, no era un discurso antropológico que se sabía único o mejor, sino un campo de conocimiento heterogéneo, que visibiliza las viejas hegemonías teóricas, que desarrollaba múltiples esfuerzos en analizar las diferencias, las transformaciones, las cuestiones epistémicas dominantes, la consciencia de diferentes estilos de trabajo, la sospechas de estudios en el plano metodológico, teórico del saber antropológico, entre otros.

Otro planteamiento crítico fue el presentado por Roberto Cardoso de Oliveira, quien se propuso el término de antropología de la periferia o metropolitana para salirse de la trampa de los discursos que pretende desterritorializar y homogeneizar los mundos, en cambio lo más tradicional prefieren hablar antropología latinoamericana. En general, estos pensadores/as enumeran unas series de características que hacen diferente la antropología del Sur, a la vieja antropología europea o norteamericana. Y una de ellas, es la teorización, a partir de la experiencia local, tratando de comprender dichas culturas en su marco diverso y heterogéneo.

A esto dice Restrepo que no ha habido una forma de hacer, sentir y pensar la antropología. Ha existido una contradictoria y situada manera de enunciar y hacer antropología en disímiles contextos institucionalizados. Empero, a pesar de las diferencias ninguna “está construyendo entidades aisladas y autocontenidas que operan sin ninguna relación entre ellas”.

Expone, el mismo autor que no tenemos un patrimonio común y nuestras conceptualizaciones algunas creadas desde el mismo campo de estudio, hay que entenderla como hija de la modernidad, que en el contexto de la ilustración definen especificidades que son constituyentes para definir criterios o como dice Geertz especialidades para formar comportamiento, tendencias o modas en el advenimiento de los social. Es en este contexto que se visibilizan y autorizan distintas maneras de hacer antropología.

Según Restrepo en el campo antropológico en Latinoamérica se destacan varios problemas en la construcción del saber cómo son:

Las cegueras y silenciamientos de unas tradiciones, por otras europeizantes. Muchas de estas cegueras y silenciamientos son compartidos y abiertamente reproducidos por los/as colegas y los establecimientos periféricos.

Hay relatos dominantes dentro de la misma formación nacional. Una serie de etiquetas y prácticas escriturales, de publicación y de traducción que posicionan a unos colegas y establecimientos sobre otros.

La jerarquización de las revistas especializadas y casas editoriales, a partir de sistemas de indexación y sus capturas en las bases de datos, que habilitan y legitiman unos estilos de publicación y de práctica antropológica en menoscabo de otros.

Desiguales recursos económicos y laborales. Antropólogos/as suela incluir unas instituciones y lugares como más prestigiosos que otros, tiene el efecto de la reproducción desigual de tradiciones y autores por parte de la diáspora de discípulos, allí formados en lo que a menudo puede ser considerado actitudes del paradigma dominante en la antropología tradicional.

En este campo de ideación y reflexión antropológica se hace visible la necesidad de construir teorías propias de la región y que lejos de ser reductibles y no tomar en cuenta los orígenes históricos y reflexivos de la vieja antropología colonial, se pueda construir un conjunto de conocimientos con las particularidades propias de la sociedad que la produce según Krotz.

Las críticas más severas al orden del saber antropológico van desde las llamadas institucionales hasta los aspectos afectivos de quienes constituyen el quehacer antropológico, el cual se enmarca en el principio que los antropólogos y antropólogas hacen de la antropología, pero no deciden, pues su proceso del Saber-hacer antropológico viene de un sistema disciplinario de una escuela en el que se modelan conceptos y metodologías.

Las nuevas claves de análisis están en lo participativo, la no autoridad del antropólogo/a como única unidad reflexiva, la construcción de otras cláusulas de trabajo de campo como entendiendo al sujeto que investiga cómo incorporado y domesticados por los mismos dilemas coloniales, privilegios, paternalismos, desigualdades. Quitando así la autoridad en el investigador, abriendo escenarios que potencian la ruptura de los privilegios, desigualdades, entre otras. Abordar problemáticas de publicaciones, formulación de registros, teorías consignadas como válidas, maneras particulares de escribir y espacios de escritura como libros, artículos, disertaciones doctorales, lenguajes, etc. Todo en el marco de construir nuevas miradas.

Yo pienso que si se desea construir un nuevo saber, nuevos relatos, modalidades escriturales, estilos corporales asociado al imaginario social de los antropólogos y antropólogas se hace necesario interpelar a las escuelas y al sujeto que la produce. Ese a mi entender el pensamiento que domina en la antropología desde el Sur, desde la periferia y desde lo metropolitano propone que se conozcan bien las tres instancias que se relacionan con nuestro saber: lo epistemológico, institucional y el sujeto que se conoce. La única vía para construir una comunidad del saber, la apuesta está en no ignorar las presencias, aportes y características de las antropologías en y del sur o como una antropología querellante y disidente.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

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