El arte ha provocado la atención de las personas en todas las épocas. Los tiempos actuales participan de ese interés, aunque quizás con menos fuerza que en períodos anteriores. Somos conscientes de que la inteligencia artificial, la robótica y las tecnologías inmersivas tienen un lugar protagónico hoy día. El arte, a su vez, se mantiene vivo; pero, en estos momentos, no alcanza, en la población, la preponderancia que tiene la tríada nombrada anteriormente. Es importante considerar que la reacción y la valoración de las creaciones artísticas son tan diversas como plural y multidiverso es el mundo. Cada cultura, desde su idiosincrasia, tiene formas características y específicas para la creación, la conservación y la difusión de sus producciones artísticas. Este proceso creativo constituye una ruta de humanización para las personas que se entregan al campo de las artes y para las instituciones que lo asumen como estrategia de desarrollo pleno. Por esto, el valor del arte es incalculable.
La valoración del arte está confirmada, no solo por la originalidad y la calidad de las obras artísticas, sino por la transformación que produce en el desarrollo de las personas y de la sociedad que lo impulsa, apoya y conserva. Por ello, la importancia de la educación estética desde los primeros años. Este tipo de educación no solo es necesaria, es imprescindible, para potenciar el pensamiento creativo y la espiritualidad de las personas. Al crear condiciones para que se desarrolle la dimensión creativa de los sujetos, se posibilita, al mismo tiempo, el desarrollo de su libertad y autonomía. Las personas que logran el fortalecimiento de estos dos rasgos están más preparadas para el ejercicio adulto de su ciudadanía en la sociedad. Al potenciar el pensamiento crítico y la dimensión creativa, la educación estética favorece, también, una creación artística liberada de la coerción y de la dependencia de otros actores o instancias.
En la medida en que se reconoce el valor y la contribución del arte en sociedades y culturas, su poder se hace más evidente en el desarrollo de la sensibilidad de las personas y de la sociedad. Esta sensibilidad va más allá de la admiración y de la contemplación de las obras de arte. Se evidencia en una mayor capacidad para sentir como suyos los problemas y situaciones de los demás y del contexto social. El arte le da un vuelco a la postura individualista de hombres y mujeres. Suscita una mayor capacidad de comprensión de lo que acontece en su propio entorno y en esferas más distantes. Pero el poder del arte no se limita a la esfera personal; hace que la sociedad asuma y fortalezca su capacidad de diálogo con otras culturas y territorios. Hace, también, que los sujetos y la sociedad amplíen su visión crítica y humanística sobre la cultura política, la economía, las religiones y las innovaciones tecnológicas. El arte impacta con su poder a las personas, aportándoles capacidad para la gestión de sus emociones; para el fortalecimiento de su experiencia creativa, en la que las ideas y la práctica alcanzan una conjunción que genera estabilidad y una vida más cerca de la integración plena. En este trayecto se produce el desarrollo de una espiritualidad que les permite una vida centrada y direccionada. Arte y espiritualidad se articulan, generando cambios significativos de actitudes, de enfoques y de prácticas. Las personas y la sociedad se vuelven más permeables a valores, visiones y prácticas transformadores.
La educación es un proceso clave y contexto ideal para el aprendizaje de las artes. Una educación que contribuye a la recuperación del valor y del poder del arte impacta directamente el desarrollo integral de las personas y de la sociedad. El arte como un eje estratégico para fortalecer el avance y el progreso de una sociedad determinada constituye un desafío para los líderes nacionales y mundiales. Estos han de afinar su visión para establecer políticas y metas que coloquen el arte como soporte para el desarrollo humano y socioeducativo de las naciones.
Mantener el arte como un componente marginal del desarrollo de la persona y de la sociedad afecta las condiciones de vida de los sujetos y de los contextos en los que se desenvuelven. En este sentido, la recuperación del valor y del poder del arte ha de pasar del plano de las ideas a la acción: ha de notarse en el presupuesto de una nación. La creación artística de cada país enriquece el patrimonio artístico; cualifica los aprendizajes y los talentos personales y colectivos. En este momento histórico, el proceso de recuperación es más complejo. Se enfrenta a la cultura líquida; a la cultura donde el componente de la mercantilización adquiere fuerza avasallante. La recuperación del arte como un componente central del progreso de una sociedad requiere voluntad política. La República Dominicana ha de preguntarse cuáles mecanismos va a emplear para que el arte ocupe el lugar que le corresponde en la educación y en la sociedad.
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