¿Cómo la educación mediocre alimenta la pobreza, la informalidad y la falta de civismo? La crisis de las aulas se desborda y se convierte en el principal motor de los problemas sociales más arraigados del país, desde la delincuencia hasta el caos en el tránsito.

A veces, la solución parece tan simple que se convierte en un eslogan: "¡Más moral y cívica en las escuelas!". Pero esa es una respuesta superficial a una herida profunda. ¿Cómo puede un sistema enseñar civismo cuando su propia estructura, como hemos visto, es una burla a la igualdad de oportunidades? No se puede enseñar moral en un aula por la mañana y practicar la exclusión por la tarde.

La tragedia de la educación dominicana, por tanto, no termina en la puerta de la escuela. Se derrama por las calles, se filtra en los hogares y envenena el alma de la nación. Pensamos en ella como un problema sectorial, un asunto de ministros y maestros, pero sus consecuencias son la trama de nuestra vida diaria. El caos en el tránsito, la basura en las aceras, la persistencia de la pobreza y la sombra de la violencia no son fenómenos aislados. Son los síntomas de una enfermedad más profunda cuyo origen está en las aulas.

Ver primera parte: Una mediocridad diseñada (I)
Ver segunda parte:Una mediocridad diseñada (II) La brecha invisible del 'apartheid' educativo

La producción sistemática de egresados sin las herramientas para pensar, crear o competir tiene un costo tangible y devastador. Es una deuda que pagamos todos, todos los días. La mediocridad educativa no es gratuita; es la hipoteca más cara que tiene el futuro de la República Dominicana.

La fábrica de la precariedad

En teoría, la educación es la escalera que permite a los niños escalar más alto que sus padres, en teoría es el recurso más importante para la movilidad social. En la República Dominicana, el sistema actual funciona al revés: es un ancla que los mantiene atados al mismo lugar. Al no darles las competencias para prosperar, los condena a reproducir los ciclos de pobreza que debían romper.

  • Pobreza y desigualdad: Los datos son claros: la probabilidad de ser pobre se desploma con cada nivel educativo que se completa. Pero si el sistema es incapaz de llevar a la mayoría hasta la meta, ¿qué estamos haciendo? En lugar de ser un ecualizador de oportunidades, la escuela se convierte en un multiplicador de la desigualdad heredada. Un niño que nace en la pobreza tiene casi garantizado un futuro de pobreza, porque el recurso, que es un derecho humano fundamental y que debía ser su salvación está roto. Esta falta de habilidades se traduce directamente en salarios de miseria, en la imposibilidad de acceder a un crédito, de planificar un futuro o de ofrecer una mejor herencia a la siguiente generación. Es la maquinaria perfecta de la inmovilidad social.
  • La economía de la "chiripa":¿Por qué la informalidad laboral es tan alta en el país? Porque el sistema educativo es su principal proveedor. Los jóvenes que egresan sin las habilidades que demanda el sector formal son empujados directamente a la economía de la subsistencia, al "chiripeo", al motoconcho, a la venta ambulante. Esto no solo condena a millones a una vida de incertidumbre, sin seguro médico ni pensión, sino que socava la capacidad del Estado para recaudar impuestos y construir una red de bienestar sólida. Al limitar la productividad, esta economía de supervivencia pone un techo de cristal al crecimiento del país. Estamos formando una nación de sobrevivientes, no de profesionales y ni hablar de seres humanos con pensamiento crítico.
  • Violencia y desesperanza:La conexión entre la falta de oportunidades y la delincuencia es innegable. Un sistema que expulsa a los jóvenes —especialmente a los varones de zonas marginadas— a través de la repitencia y la sobreedad, los deja en una situación de vulnerabilidad extrema. Cuando la puerta de la escuela se cierra, a menudo la única que se abre es la de las economías ilícitas. La escuela, que debería ser un factor de protección, se convierte en un empujón hacia el abismo. La falta de una perspectiva de futuro, la certeza de que el esfuerzo no será recompensado, crea un caldo de cultivo para la desesperanza que la delincuencia explota. No estamos solo fallando en educar; estamos fallando en proteger.

El freno de mano del desarrollo

Desde una perspectiva más amplia, la baja calidad del capital humano se ha convertido en el principal cuello de botella para la modernización económica del país. Los líderes empresariales y los economistas lo advierten: el modelo de crecimiento basado en turismo y zonas francas, que tan bien sirvió en el pasado, está mostrando signos de agotamiento.

Para que la República Dominicana pueda escapar de la "trampa del ingreso medio" —ese purgatorio donde los países dejan de ser pobres, pero nunca llegan a ser ricos—, necesita transitar hacia una economía de mayor valor agregado. Necesita innovar, competir con cerebro, no solo con brazos. Esto significa desarrollar industrias de software, servicios de logística sofisticados, biotecnología o turismo médico de alta gama. Pero para eso, es indispensable una fuerza laboral cualificada, creativa y adaptable, capaz de resolver problemas complejos.

El sistema educativo actual produce exactamente lo contrario. Está actuando como un freno de mano para el desarrollo, limitando la capacidad del país para atraer inversiones sofisticadas y aprovechar las grandes oportunidades globales, como el nearshoring. Las empresas no vendrán si no encuentran el talento que necesitan. La crisis educativa no es, por tanto, solo un drama social; es una barrera estructural que le impide a la nación alcanzar su propio destino y cumplir las metas que ella misma se ha trazado.

La formación del ciudadano incívico

Quizás la consecuencia más corrosiva, aunque menos visible, del modelo pedagógico dominicano es su impacto en la formación de la ciudadanía. Un sistema que privilegia la memorización sobre el razonamiento, la obediencia sobre el cuestionamiento y el aprendizaje pasivo sobre la deliberación falla en cultivar las competencias esenciales para una democracia sana.

Esta deficiencia se manifiesta en el tejido de la vida pública:

  • El desorden como norma: El caos endémico en el tránsito, donde las leyes son meras sugerencias, o la práctica extendida de arrojar basura en las calles, no son simples actos de mala educación. Son el reflejo de una cultura cívica débil, donde la conexión entre la acción individual y el bienestar colectivo se ha roto. Cuando el Estado falla en proveer un servicio tan básico como una educación digna, el contrato social se erosiona y se rompe. El ciudadano aprende que las reglas son para otros y que la única ley que importa es la de la supervivencia individual. La escuela no está enseñando a ser guardianes del espacio compartido, sino a competir por un trozo de él.
  • La susceptibilidad al clientelismo: Un ciudadano que no ha sido formado para analizar críticamente la realidad, para comprender sus derechos y para exigir rendición de cuentas, es la presa perfecta para el clientelismo. La relación con el poder político se reduce a la búsqueda del favor personal, del empleo o de la "ayudita", en lugar de la demanda de políticas públicas de calidad como un derecho. Una pedagogía de la obediencia forma súbditos, no ciudadanos. Enseña a ver al Estado no como un garante de derechos, sino como un patrón que dispensa favores. Las encuestas lo confirman: la tolerancia a la corrupción es alarmantemente alta, sobre todo entre quienes tienen menor nivel educativo.

El sistema educativo, al no formar ciudadanos críticos, se convierte en cómplice de la reproducción de esta cultura política. No está enseñando a los jóvenes a ser los arquitectos de una sociedad más justa, sino a ser navegantes de un sistema disfuncional donde la supervivencia depende de la astucia y las conexiones, no del ejercicio de derechos y deberes.

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José M. Santana

Economista e investigador.

Jose M. Santana Investigador Asociado del Profesor Noam Chomsky de MIT. @JoseMSantana10

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