La Editorial Santuario, que dirige el conocido poeta y editor Isael Pérez, acaba de poner a la disposición del público un libro cuyo título probablemente les recuerde algo a algunos lectores, ya que retoma el que le puse a esta columna cuando comencé a publicarla hace ya tres años. El título en cuestión es: Manual para reventar silencios. Ensayos casi a tientas sobre sociedad, cultura y otras cosas oscuras. Ahora bien, ¿qué razones me impulsaron a publicar este libro? Es esa, lector, lectora, la razón que, por tener sabor a realidad, me ha empujado a escribir este artículo.

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Tal vez porque la prensa escrita es el medio al que los dominicanos conferimos mayor credibilidad, hasta ahora son muy pocos los contextos que hayan funcionado mejor que los periódicos como plataformas de exposición de mensajes que aspiren a desviar o a cortocircuitar el interminable y caudaloso río de discursos de corte político que, día tras día y a todas horas, marca con su sello de fuego la existencia sociocultural dominicana. Así vamos por el mundo todos aquellos que, por el simple hecho de haber nacido en la República Dominicana, somos víctimas de ese discurso que nos presupone partidarios de tirios o de troyanos.

Por supuesto, como habrán tenido la ocasión de comprobarlo quienes se hayan cruzado con algún compatriota en un aeropuerto internacional, el ruido y la cháchara de la política vernácula solo encuentra su explicación en el ámbito local y obtiene su vigencia de la misma búsqueda que lo mantiene activo. De donde se colige que, si bien es real el dinero que se mueve en los canales de la política, todas las formas de granjearse ese dinero son ficticias: alocuciones, promesas, campañas de legitimación, de posicionamiento, fotografías junto a tal o cual líder, junto a tal o cual menesteroso, junto a tal o cual empresario, etc. Todo es parte de una vasta simulación únicamente comparable a lo que sucede en el marco de las obras literarias.

La política dominicana se ha convertido en una vasta simulación comparable a la literatura

Tardé años en comprender que escribir para la prensa podría llegar a tener el mismo encanto que escribir poemas. Claro, mucha agua ha pasado debajo del puente desde aquellos primeros años de la década de 1980 en que publicaba reseñas de mis lecturas literarias, primero en el diario La Noticia, en el que, recomendado por el hoy Ing. Régil B. Medina Herasme, uno de mis compañeros de estudios en el Colegio Dominicano De La Salle, publicaba una columna titulada “Mundo intermitente”.

Un poco más tarde, en el Nuevo Diario, comencé a arriesgarme escribiendo una columna de opinión sobre temas sociales y culturales antes de pasar a escribir para el suplemento literario sabatino “Isla Abierta” del diario Hoy, que de manera tan excelente dirigió hasta su muerte el exquisito poeta y músico dominicano Manuel Rueda. Dicho sea de paso, esta fue la única de todas mis experiencias de escritura para la prensa en que se me pagó una pequeña cantidad de dinero por mis colaboraciones.

Digo esto primero porque sé que ya ninguno de los actuales medios, impresos o digitales, continúa ejerciendo esa buena práctica, y segundo porque sé que esto ya no le importa a nadie, puesto que todo el mundo prefiere andar por ahí trepado a la guagua de su propio narcisismo, en la que únicamente viajan ellos y ellas en compañía de ellos mismos. De hecho, creo que fue precisamente en el momento en que me percaté de esto último cuando comencé a descubrir que escribir para la prensa podría llegar a tener el mismo encanto que escribir poemas.

El mismo cinismo que llena a borbotones los bolsillos de las y los influencers es el que obliga a muchos escritores dominicanos a continuar diciéndose que la única forma de literatura válida es aquella que practica el arte por el arte. Y es por eso que, entre nuestros directores de medios, la bachata más popular es aquella que tiene por estribillo esa frase digna del mejor Confucio, según la cual: “El que parte y reparte, se queda con la mayor parte”.

Fue, pues, de este modo como fui escribiendo, poco a poco, algunos de los artículos que componen este libro. Otros, no obstante, los fui publicando en aquella época inmediatamente anterior al actual auge de las redes sociales, período durante el cual estuvieron de moda los blogs o “bitácoras” personales. Movido por aquella pertinaz superstición que consistía en creer que lo que se publicaba en la web estaba al alcance de los lectores de cualquier parte del mundo, no solamente abrí, sino que los terminé engordando con mis textos, varios espacios de este tipo, en particular dos: La Caverna de Imaginon y El blog de Manuel García Cartagena. En la actualidad, ninguno de los dos está disponible al acceso público, y Dios ve que eso es bueno.

El libro como tal está dividido en tres partes. La primera lleva el título de una de las columnas que he venido publicando en el diario digital Acento desde 2022 y que se retoma en el título de este libro: “Manual para reventar silencios”. La segunda parte lleva el mismo título que le puse a la segunda de mis columnas en Acento: “Glosas de sabiduría poética”. Pretendo, con ese título, rendir un velado “homenaje ético-hermenéutico” a Edgar Morin y a varios poetas que venía leyendo desde mi juventud, aunque, como suele suceder, ni siquiera son tantos como me habría gustado. Finalmente, puesto que, de las tres, la tercera es la más impresentable, la titulé “Presentaciones”. Incluyo aquí textos que escribí para leerlos en los actos de presentación pública de varios libros tal como hice en otro libro mío de 2018 titulado Letras dominicanas contemporáneas junto a otros que escribí a manera de reseñas que fueron publicadas en distintos medios.

Una sociedad que acepta en silencio y sin protestar que se le conculque desde el Estado su derecho a ser entrenada en las distintas disciplinas que intervienen en la interpretación literaria para la formación del pensamiento crítico y de aquello a lo que Gastón Bachelard llamaba el “espíritu científico” está condenada a permanecer en ese estado de perpetua postración que es la dependencia cultural.

Por eso, en la actualidad, habría más razones para esperar que algún día ocurra un cambio en esa otra porción de la dominicanidad que actualmente vive fuera de la isla que en la que hoy se encuentra sometida a ese abominable e interminable desfile de nepotismo, latrocinio, corrupción, desvergüenza, falta de profesionalidad e incompetencia ética que es nuestra política, la cual, como he dicho más arriba, constituye hoy la principal, por no decir la única actividad capaz de obligar a los dominicanos a levantarse de ese catre mental en el que, dejados a su suerte, les gustaría más vivir recostados. En mi opinión, ya es demasiado tarde para continuar intentando producir algún cambio en esa situación.   No obstante, como conozco a mis compatriotas, no desestimo la posibilidad de que aparezcan por ahí algunas decenas de miles de personajes deseosos de que alguien les pague para esperar por él o por ella, tal vez porque no ignoran que todavía abundan quienes confían ciegamente en aquello de que serán los ingenuos quienes algún día heredarán la Tierra… Aunque sea la del cementerio.

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Dicho lo anterior, habrá entendido bien quien haya comprendido que el título de este libro apunta a disimular la variedad, tanto de naturaleza como de intención, de los textos que lo componen. Y por supuesto, no habrán entendido ni pío quienes crean haberlo dicho todo diciendo que se trata de “un libro de refritos”, metáfora que solo demuestra la validez de ese axioma político según el cual: “El mal comido no piensa, y cuando lo hace, piensa con la barriga”. Es decir, se contenta con ver “refritos” donde otros ven libros. En efecto, quién sabe en cuál de los más recónditos vertederos del olvido habrían quedado convertidas en compost muchas de las obras literarias y filosóficas que las nuevas generaciones aprecian de no ser porque a sus autores o a sus editores les haya dado por practicar el antiguo y nunca bien ponderado arte de “refreír”…

Digo esto último porque, a pesar de que durante el período comprendido entre 2013 y 2025 he publicado casi todos mis libros en Amazon.com, siempre me consideré el primero en desconfiar de este tipo de plataformas que lo primero que nos roban a los autores es el derecho a tener libros que puedan ser considerados verdaderamente “editados”. Y que conste que quien esto escribe se inició en el oficio editorial en 1999. Ese año, en efecto, terminé de comprender que la mayoría de los espacios académicos de nuestro país se habían transformado en plataformas de postureo desde donde resultaba más rentable la “figuración” política o socioeconómica que la realización de cualquier trabajo más o menos “serio” en el área de Letras, la cual constituye mi principal campo de formación.

Y como siempre me han parecido insuperablemente patéticos todos los “machos alfa” que ni siquiera pestañean antes de sacarles el hígado a quienes osen contradecir alguna de sus “orondeces”, opté por quitarme de ese medio y dedicarme al ingrato oficio editorial que, al menos, pagaba entonces y todavía mucho mejor que el ejercicio de la docencia.

Se han equivocado palmariamente, no obstante, quienes alguna vez han confundido mi rechazo de acogerme a los canales habituales de autosignificación en el campo literario dominicano con alguna forma de “orgullo” o de “prepotencia”. Lo que sucede es que, de todas las formas de narcisismo que detesto, las dos peores me parecen ser, por una parte, la falta de humildad y, por la otra, la autoconmiseración. A esta recuerdo haberle dedicado uno de los últimos artículos que publiqué aquí mismo en Acento en 2022, titulado “Para aquellos que se tienen pena”, el cual se recoge en este libro. Es por eso, pues, que, contrariamente a lo que otros me han querido decir, me rehúso a contarme la historia de mis desencuentros con la escena literaria dominicana como si fuese una “víctima” de las circunstancias: definitivamente, no es mi culpa si a los sectores dominantes de la sociedad en la que nací no les dieron nunca a probar la “sopa de letras” en su infancia…

Todo esto explica, al menos para mí, por qué no me molestó para nada convertirme en editor de mis propios libros después de haber laborado 10 años como editor de Lengua y Literatura en la Editorial Santillana (1999-2009) y por qué tampoco me molesta que, en mi propio país, no pueda vender los libros editados por mí en una librería como Cuesta Centro del Libro por no estar registrado como “editor” en la DGII. Y no estoy registrado en la DGII porque sigo siendo empleado de una empresa editorial que, por supuesto, no es aquella bajo cuyo sello se venderían mis libros. Como única opción, la librería en cuestión me propone que comparta mis derechos de autor con unos supuestos “distribuidores” intermediarios que me reclamarían un 30% del precio de venta al público, aparte del 35% que me cobra la librería. De ese modo, de cada 100 pesos que invierta en la edición de un libro, por la venta de un ejemplar únicamente percibiría RD$ 35.00. Antes, al contrario, le agradezco a Isael Pérez el haber tenido el tacto, como quien no quiere la cosa, de anotar en la página de créditos de este libro la coletilla que reza: “Edición al cuidado del autor”. Lo cual, ciertamente, no me convierte en “editor”, pero me acerca lo suficiente a ese sitial como para llegar hasta allí dando un brinquito… Y ya que estoy en plan de agradecer, aprovecho para expresar mis más sinceras gracias a Fausto Rosario y a Gustavo Olivo por la generosa solidaridad y deferencia con que acogieron mis prosas en ese reputado medio que es Acento. Estoy más que seguro de que el Bodhisatva de la Lectura Infinita los recompensará algún día por su benevolencia…

Por supuesto, este agradecimiento no me impide reconocer que, desde 2013 hasta 2025, Amazon KDP fue la única opción que encontró para publicar sus libros un autor residente en uno de esos países a los que el presidente Trump llamó en su primer turno de gobierno shithole countries. Y ya nadie podrá quitarme lo bailao, ni siquiera el hecho de que, a partir de este año de gracia de Nuestro Señor de 2025, también esa oportunidad acaba de evaporarse, pues, al parecer, ya ni siquiera los mismos globalizadores quieren seguir calentando el baño de María de la globalización: el alza del dólar, las exigencias de verificación de identidad impuestas por Amazon KDP a los autores como parte de los controles fiscales y las otras medidas que han tomado esa y otras plataformas de publicación han convertido a estas en espacios ingratos. Definitivamente, ya no me quedan deseos de prolongar por más tiempo la utopía que consistía en creer que valía la pena escribir al margen de todos los tipos de narcisismo, o al menos, de los más abyectamente capitalizantes.

Por la misma razón, estimo que, a mi edad, ni siquiera valdría la pena intentar que alguien comprenda lo retorcidamente esquizofrénico que resulta tener “leyes del libro” y “planes de apoyo a la lectura” sin contar con verdaderos espacios de edición, distribución y venta de libros de autores dominicanos. Por eso me he dicho “Ok” y he aceptado entregarle este libro a Isael Pérez para que él realice el milagro de distribuirlo y colocarlo en manos de algunos lectores. Y a mí, bien gracias, ya que, como decía mi abuelita, “las gracias las hacen los monos en la puerta de mi casa”.

Ciertamente, la basura virtual tiene la inmensa ventaja de ser más ecofriendly que la que se acumula en la mayoría de los barrios, en ciertas calles y en muchas cabezas contemporáneas. Me queda la satisfacción de haber escrito hasta la fecha 10 novelas, 10 libros de ensayo, 3 libros de relatos, 10 libros de poemas y algunas piezas de teatro mientras disfrutaba de muchas, largas y rendidas horas de reflexión y risa compartida con Mónica, mi mujer.

Y, por cierto, el silencio al que se alude en el título no es aquel que, según cuenta la leyenda, era rigurosamente recomendado en otras épocas en ciertas zonas donde la gente se congregaba a leer, como las bibliotecas y las salas de espera, sino ese otro silencio tan parecido a la más perversa forma de ser humanos, que es la indiferencia.

Manuel García Cartagena

Escritor

Manuel García Cartagena es un escritor dominicano (novelas, ensayos, poemas, libros de texto), editor (GCManuel, Editor). Lasallista, devoto de su familia y de su país. Es amante de la buena conversación y practicante a tiempo completo de la felicidad como forma de resistencia.

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