Tengo la convicción de que, de los cinco pilares en que se ha basado el poder imperial de Estados Unidos (la economía más grande del mundo, temible fuerza militar, incuestionable liderazgo tecnológico, dominio de la narrativa -el poder blando- y su divisa como moneda mundial), el último aspecto en el cual mantendrá por un buen tiempo su dominio es en la fuerza del dólar, pero aun en este está irremisiblemente condenado a perderlo. Y si no lo pierde muy rápidamente, es porque las potencias emergentes tienen sus razones para conservarlo.
Poder del dólar. El dominio del dólar en el escenario internacional se deriva de una serie de factores persuasivos y coercitivos. Lo de persuasivo le viene de su propia abundancia y de la confianza. Después del rompimiento del patrón oro y del patrón dólar vinculado al oro en 1971, el dólar pasó a ser enteramente una moneda fiduciaria.
Fiduciaria significa que su valor reside en la fe, el mismo principio que guía las creencias religiosas, y esa fe deviene de que es emitido por un Estado, pero no un Estado cualquiera, sino el del país más poderoso del mundo y con la economía más grande.
Para que exista la confianza, tiene que ser una moneda convertible y estable. Nadie querría tener su dinero guardado en una moneda que no pueda convertir en otra cuando desee o que al cabo de algunos años haya perdido su poder adquisitivo por efecto de la inflación.
De las cuatro monedas fiduciarias que podrían competir con el dólar, por corresponder a economías grandes, el yuan chino, el yen japonés, el euro de la Unión Europea y la libra inglesa, solo las dos asiáticas son muy estables por la ausencia de inflación.
Pero el yuan no es convertible porque a China no le interesa (controla entradas y salidas de capitales), la libra hace tiempo que perdió su relevancia y el euro tiene inconvenientes derivados de la aun no consolidación del espacio europeo (no hay un Estado que lo respalde). Quedaría el yen, que no proviene de una economía tan grande, el cual también está en problemas por la alta deuda de Japón.
Pero aquí viene el otro problema, y es que a ninguno de esos países le interesa que su moneda sea abundante en el mundo, porque para eso tendrían que convertirse en muy consumistas, que sus empresas, gobiernos y hogares gasten mucho fuera para generar déficits en sus balanzas de pagos, de modo que su moneda se quede dando vueltas por el mundo, como hizo EUA. Comprar mucho y vender poco en el exterior equivale a sacrificar su producción en favor de la de otros, justamente lo que nadie quiere y lo que Trump pretende revertir ahora.
China quiere comprar mucho, porque tiene mucho dinero en reserva y necesita elevar el nivel de consumo de su población, pero los chinos se resisten a dejar de ahorrar. Además, su producción es competitiva con casi la de cualquier país, y no le conviene encarecerla por temor a perder empleos.
De los factores persuasivos que han provocado la hegemonía del dólar, ya muchos países han venido perdiendo la confianza en el mismo, no porque Estados Unidos haya perdido preponderancia económica, sino por otros dos factores: uno, porque ha querido convertir su divisa en arma para controlar, combatir y sancionar a otros; y dos, porque ese país está cada día más endeudado y se tiene el temor de que un día no pueda pagar.
El riesgo de la deuda. Eso de que no pueda pagar es relativo, porque siempre podrá poner la maquinita a funcionar (la FED compra los bonos), pero eso es muy riesgoso, ya que puede generar gran inestabilidad macroeconómica, social y política interna, y un derrumbe de su confianza externa.
Eso indica que la estabilidad monetaria de Estados Unidos está muy a merced de sus acreedores. Los acreedores del Tesoro norteamericano son, además de su Reserva Federal, básicamente los bancos centrales y fondos soberanos del mundo que tienen allí sus reservas monetarias, así como los fondos de pensiones, fondos de cobertura y las compañías de seguros. Los bancos centrales que tienen más reservas son Japón y China, pero también otros asiáticos, así como fondos soberanos europeos y del Medio Oriente; los latinoamericanos y africanos también tenemos algo, pero poco.
El caso es que a ninguno de ellos (ni siquiera a China, que podría tener razones geopolíticas) le conviene deshacerse abruptamente de los bonos del Tesoro de EUA porque si lo hacen, bajaría el precio de los bonos en el mercado, devaluándose su propio patrimonio. Pero hay algo peor: si por acción de China el precio de los bonos comienza a caer, entonces los fondos de pensiones, fondos de cobertura y compañías de seguros, así como los otros bancos centrales, se verían obligados a vender los suyos, quieran o no, porque su obligación es proteger el valor del patrimonio de sus países y de sus clientes, pudiendo desencadenarse un un efecto en cascada que dañaría a todo el mundo.
Ahora bien, la incertidumbre y los conflictos geopolíticos, principalmente a partir de la decisión de Estados Unidos y Europa, de congelar y amenaza de confiscar las reservas del Banco Central de Rusia, ha provocado que gradualmente, sin causar sobresaltos, muchos países hayan venido bajando su exposición al mercado de bonos estadounidense, comprando menos y reduciéndose su precio.
Pero ¿qué pasa? Que como los bonos fueron emitidos con el compromiso de pagar un cupón de intereses anualmente, mientras más bajo sea el precio del bono más alta será la tasa de interés percibida para el que lo compre. Si una emisión se hizo al 4%, el que compró un bono por mil dólares estará recibiendo US$40, pero si tiene que venderlo por 800, entonces el comprador tendrá un rendimiento del 5%. Eso no sería mayor problema para el que lo emitió, de no ser porque le obliga a ofrecer esa tasa a toda nueva colocación que pretenda hacer. Eso fue lo que asustó a Trump cuando decidió dar marcha atrás a su guerra arancelaria.
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