Los acontecimientos en nuestras vidas pueden llegar a constituirse en oportunidades para un cambio fundamental en nuestras relaciones, en nosotros mismos, como en las instituciones que rigen esas vidas. Howard Gardner los contiene en su concepto de “palancas de cambio de la vida mental”.

En su extraordinario libro Mentes flexibles. El arte y la ciencia de saber cambiar nuestra opinión y la de los demás, él señala: “reservaré la expresión cambio mental para las situaciones donde una persona o un grupo abandonan su manera habitual de concebir una cuestión significativa y en lo sucesivo, la conciben de otra manera”.

Su concepto de palanca de cambio lo reserva para aquellos factores, siete señala él, que pueden actuar en los casos de cambio mental. Estos son: el uso de la razón, la investigación, la resonancia, las redescripciones mentales, los recursos y recompensas, lo sucesos del mundo real y las resistencias.

Entre los sucesos del mundo real que pueden ser capaces de generar cambios mentales en las personas y las sociedades se encuentran desde aquellos que pueden constituirse en tragedias como, las guerras, ataques terroristas, los fenómenos naturales, crisis económicas, como también, épocas de paz como de prosperidad.

Todos estos fenómenos o acontecimientos pueden ser circunstancias que contribuyan con el cambio de grupos heterogéneos o diversos, como también la población de un país entero, dice él. Pueden ser cambios en la manera de funcionar las instituciones y organizaciones, como en las maneras cómo enseñamos en las escuelas.

Por supuesto, y es mí manera de pensar, estos posibles cambios no se producirán de manera automática, sino que las instituciones del estado, las organizaciones sociales, como los liderazgos sociales y por supuesto, cada persona, debemos abocarnos a pensar de manera distinta, cambiando nuestras actitudes y accionar ante la vida.

Somos un pueblo que sobre la base de muchas situaciones históricas de distinto género, hemos desarrollado una capacidad resiliente ante las adversidades. Tiranías, huracanes, conflictos bélicos entre nosotros mismos y frente a quienes nos han invadido, han ido creando esa actitud social de enfrentarlos y salir hacia adelante.

La tragedia del 8 de abril al colapsar el techo de la discoteca conocida, provocando la muerte inesperada de cientos de personas y muchas otras heridas e impactando mentalmente a muchas más, nos ha conmovido como a muchos otros fuera de nuestras fronteras, poniendo de manifiesto su explícita solidaridad.

La sociedad dominicana ha sido conmovida desde lo más profundo de sus sentimientos al presenciar tantas escenas como relatos dantescos, que hacen brotar desde el interior mismo de nuestra alma, horror, sufrimiento, tristeza, pero igual, enojo, rabia e ira, todas ellas emociones que brotan desde el alma lacerada.

La época que vivimos de la llamada posverdad, es decir, la relativización extrema entre lo que es o no es verdad, por un lado, como el uso exacerbado y ruin de la información a a través de los medios y las redes sociales, sin más propósito de ser los protagonistas del horror, por el otro, nos colocan en una alto situación difícil y complicada.

¿Será esta una oportunidad para que aprendamos personal y socialmente el valor de la vida y del buen vivir colectivo, o, por el contrario, el afianzamiento del individualismo haciendo uso del atajo si fuere necesario, para satisfacer nuestros intereses y apetencias personales?

¿Podrá ser esta la ocasión para el fortalecimiento de nuestras instituciones públicas, independientemente del partido de gobierno que las promueve, pero que cumplen con la función de velar por la seguridad y la vida ciudadana de manera pronta y con la calidad que ellas suponen?

¿Será la oportunidad para que los actores sociales que deben analizar, ponderar y aplicar las consecuencias que determinan e imponen nuestras leyes y reglamentos, cumplan con su rol con independencia de intereses ajenos a los mismos y si en defensa quienes han sido afectados de manera irreversible?

Nuestra alma está profundamente herida y lacerada, una herida que no sangra otra cosa que no sea horror, sufrimiento y tristeza, como también horror, rabia e ira, que pueden agravarse si el desamparo y la desvergüenza se hace presa de ella por acciones deleznable de nuestras autoridades.

Ya la ausencia de instituciones públicas fuertes y sólidas, como consecuencia de unos liderazgos políticos y sociales más centrados en sus egos e intereses particulares, que aquellos que deben asegurar el bienestar común, han generado una cultura de indefensión o desesperanza aprendida.

Que puedan cambiar su norte y su accionar en el día a día, aunque difícil, sería de gran interés para un pueblo que históricamente ha vivido y luchado como el que más, por mejor vida.

Mientras, ojalá que nuestros niños, niñas y jóvenes que nos están contemplando hoy, tengan la oportunidad y el coraje de soñar y hacer posible, cuando les toque, crear una sociedad dominicana más centrada en los principios universales e históricamente construidos del amor, la justicia, la bondad, la responsabilidad y la solidaridad.

Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo y educador

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.

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