“El enemigo no es el feminismo. Es la desigualdad”. Radhive Pérez

El 8 de marzo pasado conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. En República Dominicana y en muchos países alrededor del mundo se llevaron a cabo miles de marchas, concentraciones, actos de premiación, actividades artísticas y culturales y un montón de eventos más. Hasta en Estados Unidos, un país donde generalmente no se presta mucha atención a este día, hubo marchas multitudinarias en ciudades desde Los Ángeles hasta Nueva York. Es un día en el que recordamos las luchas de las mujeres (en su mayoría feministas) que nos precedieron desde las sufragistas y abolicionistas hasta las anarquistas, desde las comunistas y socialistas hasta las liberales.

Es un día que se conmemora desde hace más de 100 años y que ha ido ampliando su importancia y su significado desde su origen como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora hasta la visibilidad inmensa que tiene como símbolo de la lucha por la equidad entre mujeres y hombres en el mundo de hoy.  Esta visibilidad puede hacernos creer que ya todo está logrado. Pero no es así. El 8 de marzo sigue siendo importante porque nos invita a soñar lo que sería un mundo justo para todas las personas empezando con las mujeres.

Un mundo más justo con las mujeres beneficia a las mujeres

La lucha por construir un mundo más equitativo entre hombres y mujeres beneficia a las mujeres al reducir las brechas que las desfavorecen. Conmemorar el 8 de marzo nos recuerda que las conquistas del movimiento feminista para que las mujeres puedan ejercer sus derechos han sido muchas. Por ejemplo, en la mayoría de los países (todavía no en todos), las mujeres pueden votar, pueden ser elegidas, pueden tener recursos propios e incluso sus propias empresas sin pedir permiso a sus esposos y pueden tener custodia de sus hijas y de sus hijos. También en muchos países, la violencia por parte de los hombres contra las mujeres ya no es bien vista y cada vez se usan menos excusas (como la del famoso “entre marido y mujer nadie se debe meter” que tanto se decía en nuestro país) para justificarla.

Lamentablemente, estos avances que costaron tanto y se llevaron tanto tiempo han hecho que algunas personas crean que ya la equidad entre hombres y mujeres se logró y que las feministas estamos exagerando. Esas personas no saben que eso mismo decía mucha gente sobre cada una de estas demandas. A las feministas que encabezaron estas luchas también se les tildó de “locas” o “histéricas” por pretender que las mujeres fueran tratadas como los seres humanos completos que son. En algunos países incluso fueron encarceladas y torturadas como ocurrió con muchas sufragistas en Inglaterra y en EEUU y todavía hoy muchas mujeres (sean feministas o no) pueden morir o perder su libertad por pretender caminar solas en la calle o tener una educación como ocurre en países como Irán y Afganistán.

Los casos de Irán y Afganistán también nos recuerdan que los derechos conquistados se pueden volver a perder. En ambos países las mujeres habían llegado ya a la educación, al mundo del trabajo, a la independencia económica e incluso al parlamento. Pero los sectores más conservadores y fanatizados lograron volver al poder y han vuelto a convertir sus vidas en una cárcel. Incluso en países ricos como EEUU y varios países europeos han cobrado fuerza o están en el poder movimientos políticos y sociales que buscan limitar los derechos de las mujeres y de otros grupos. Y si nos fijamos en las tendencias mundiales falta mucho por hacer. Por ejemplo, 1 de cada 3 mujeres ha sido o será víctima de violencia física o sexual, 4 de cada 10 mujeres vive en países donde se limitan sus derechos sexuales y reproductivos por ley (incluyendo RD), 119 millones de niñas no tienen acceso a la escuela y el Foro Económico Mundial estimaba el año pasado que, si no hacemos nada, se llevará 134 años cerrar la brecha de la desigualdad entre los hombres y las mujeres en la economía, la política, la educación y la salud.

Peor aún, como vimos con la actuación autoritaria de un grupo de policías en el mismo acto cultural del 8 de marzo en el Parque Independencia, la desigualdad y la discriminación afecta mucho más a ciertos grupos de mujeres. Eso ocurre, por ejemplo, con las mujeres negras y con menores recursos económicos que son la mayoría en nuestro país y eran las protagonistas del acto en el momento en que los policías irrumpieron para terminar la presentación de una destacada cantante de salve y su grupo creyendo que estaban cantando en creole. Dudo sobremanera que eso habría ocurrido con un grupo de mujeres blancas cantando en inglés o francés.

Un mundo más justo con las mujeres también beneficia a los hombres

La lucha del feminismo no es contra los hombres sino contra la injusticia y la desigualdad como explicó brillantemente Radhive Pérez. Es contra el sistema social en el que se pone a los hombres (especialmente los ricos, blancos y heterosexuales) como modelo de lo humano y se ve como inferiores a todos los demás grupos. Ese sistema social se manifiesta todos los días de diferentes maneras en los hogares, en la calle, en la política, en la medicina, en el mercado de trabajo… Se expresa en crímenes horrendos como los feminicidios (“¡si no eres mía, no serás de nadie!”) o en dimensiones culturales como los prejuicios que tanta gente tiene sobre las mujeres en la política (“¿pero y quién atiende a su marido?”).

Pero con frecuencia se nos olvida que este sistema social tan desigual también afecta negativamente a los hombres. Como sociedad obligamos a los niños a basar su identidad como varones en el desapego y la violencia incluso contra ellos mismos. Desde pequeñitos les decimos que “los hombres no lloran” y condenamos sus expresiones de ternura. Esta forma tan cerrada de criar y educar a los varones tiene consecuencias terribles entre los adolescentes y hombres jóvenes: sus tasas de suicido son mucho mayores que las de las mujeres y lo mismo ocurre con los homicidios en general. Como muestra el documental “The Mask You Live In” (“La máscara en la que vives”), muchos hombres jóvenes se sienten atrapados en esa máscara de fortaleza falsa que tienen que mostrar renunciando a sus emociones. En el caso de los hombres mayores, las y los expertos están preocupados por fenómenos como la “epidemia de soledad masculina” que han ido en aumento y ponen en peligro su salud.

Por el contrario, la lucha feminista para que las mujeres puedan ser y hacer todo lo que quieran ser y hacer también abre las puertas para que los hombres puedan hacer lo mismo. Les invita a que puedan expresar todas sus emociones sin usar la violencia. Si son padres, les da permiso para también disfrutar criar a sus hijas e hijos como se ha logrado, por ejemplo, en los países nórdicos con la expansión de los permisos de maternidad y paternidad propuestos por las feministas. Les muestra que abrirse al amor, a la amistad, al cuidar a otras personas, en fin, a todo lo que asociamos con lo femenino y con las mujeres no es una debilidad sino parte de lo que somos todos los seres humanos. El movimiento feminista lucha por un mundo más justo en el que nadie tenga que sentirse atrapado por los prejuicios sobre lo que supuestamente debe hacer un hombre o debe hacer una mujer.

Un mundo más justo con las mujeres beneficia a las familias, a las comunidades y a los países

Construir un mundo más justo con las mujeres también beneficia a sus familias, sus comunidades y los países donde viven. Hace muchos años que este conocimiento se pone en práctica en el mundo de la cooperación y las políticas públicas aunque necesitamos hacerlo mucho más. Por ejemplo, esta es la razón por la que en los programas de apoyo a las familias el dinero generalmente se entrega a las madres siguiendo los resultados de los estudios que muestran que las mujeres utilizan esos recursos para beneficio de sus hijos e hijas mucho más que los hombres. Otros estudios, como el trabajo de la socióloga estadounidense Theda Skocpol, muestran que las políticas públicas empiezan a cambiar cuando hay más mujeres en la política (especialmente en el congreso). Y el cambio se da porque las mujeres incluyen en la agenda pública temas que benefician a las familias y a los que los hombres no prestan la misma atención por la forma en que son criados como la nutrición, la educación y la salud.

Las mujeres también asumen roles cruciales de liderazgo y de cuidado de otras personas en sus comunidades. Uno de mis ejemplos favoritos en nuestro país es el de la Confederación Nacional de Mujeres del Campo (CONAMUCA) de la que les hablé en una columna anterior. Un ejemplo internacional que siempre me ha llamado la atención es el rol de las mujeres en los procesos de reconciliación para empezar a sanar el daño generado por el genocidio en Ruanda.

En otras palabras, si nos lo proponemos, construir un mundo justo con las mujeres es crucial para lograr que todas las personas, comunidades y países puedan florecer.

Esther Hernández-Medina

Doctora en sociología

Es una académica, experta en políticas públicas, activista y artista feminista apasionada por buscar alternativas para garantizar el ejercicio de los derechos de las mujeres y de los grupos marginados de todo tipo en la construcción de políticas públicas y sociedades más inclusivas. Es Doctora en Sociología de la Universidad de Brown, egresada de la Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y egresada de la Licenciatura en Economía (Summa Cum Laude) y de la Maestría en Género y Desarrollo del INTEC universidad donde también fue seleccionada como parte del Programa de Estudiantes Sobresalientes (PIES). Su interés en poner las instituciones y políticas públicas al servicio de la ciudadanía, la llevó a colaborar en procesos innovadores como el Diálogo Nacional, la II Consulta del Poder Judicial y el Programa de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres (PIOM) en la década de los ’90 y principios de la siguiente década. Años después la llevaría a los Estados Unidos a estudiar la participación ciudadana en políticas urbanas en la República Dominicana, México y Brasil y a continuar investigando la participación de las mujeres y otros grupos excluidos en la economía y la política dominicana y latinoamericana.

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