Me inicié, por los andariegos caminos de la pintura, si mal no recuerdo, en el año 1992 ó en el 1993. Todo comenzó porque debía llenar ese “excedente” de tiempo que siempre me quedaba luego de estudiar, leer, escribir, hacer ejercicios o caminar, investigar, meditar, pasear y descansar. Por esa época, hacía mis estudios de post-grado en Francia y entonces, cuando visitaba en Alemania, a mi buen amigo de aquel entonces, fue cuando por primera vez en mi vida pinté o mejor digamos, comencé a trabajar con material propiamente de pintores, específicamente con pintura pastel y acuarela que fue lo que se puso a mi alcance como veremos.
Pues bien, Andreas Gruhle, que así se llamaba mi amigo alemán, fue quien me inició o me sugirió que pintara, en un primer momento, para tener una ocupación agradable, amena, placentera en los momentos en que tenía que quedarme sola, como ocurre con frecuencia en estos países europeos, en donde uno tarde o temprano tiene que confrontarse con la soledad por alguna u otra razón. Agregando en este contexto, y contrario a la gente de mi país, que aquí por lo general la gente es más distanciada, poco comunicativa, fría, seria, cerrada, limitándose, en la mayoría de los casos, a responder lo que le preguntas y nada más, cada quien vive encerrado en su mundo, limitándose a relacionarse más abiertamente con el grupito que conoce y más en el caso de una extranjera que en sus formas y actitud en nada se parece al resto. Para los latinos y caribeños este es el primer cubo de agua fría que reciben en lo referente al trato de las personas por la sequedad, apatía, encerramiento, indiferencia.
Otro aspecto es que las amistades duran años y años hasta formarse y poder decir, propiamente, que se es “amigo”. Aquí se tiene el concepto muy arraigado que el valor de una amistad no siempre se mide por los puntos en comunes y afinidades que puedan existir entre los implicados, sino antes que nada por los años que subsiste la misma, es decir que mientras más tiempo tienes de ser amigo de alguien, más importancia se le concede o merece ese amigo.
A esto se añade otro elemento no menos importante, me refiero al clima que determina, sustancialmente, la manera cómo se vive aquí y en cualquier parte del mundo. Francia y Alemania son países donde hace frío, claro está, más en el invierno (aunque una caribeña, en realidad, siente frío todo el año). Todo ésto hace que la vida y las actividades transcurran y se realicen más en el interior que en el exterior, en el hogar, en el trabajo o en cualquier otro lugar bajo techo. Todo pasa adentro y poco afuera. De ahí también que la gente sea más introvertida que extrovertida. Por lo demás, el tiempo no siempre es tan halagador que invite a salir, a sentarse en el jardín, balcón, en el patio, en la terraza de un café o en un parque, tal es el caso de Ulm.
Esta ciudad, sin que yo la estuviera buscando, se impuso en mi vida como el nombre que nos ponen y que, en alguna medida, aunque sea un “poquitín” dispone lo que llegamos a ser. Pues bien, aquí el cielo se ensombrece, muchas veces y desde la mañana, con un gris desesperanzador, se cubre de un implacable gris, llovizna, terrible se oscurece, en ocasiones ésto perdura semanas. En invierno -que suele durar unos 5 ó 6 meses- sobreviene, además, una horrenda neblina que todo lo “arropa” con su manto sombrío y tenebroso. En esos días hasta el más optimista se encuentra obligado a “bajar la cabeza” por el desánimo, el “horizonte personal” se hace más “corto y limitado”, en correspondencia con el físico ya que cuando la neblina es muy densa a penas percibimos la casa vecina y, si caminamos, son “bultos andantes” lo que percibimos por las calles, siendo preciso acercarnos mucho para reconocer a las personas.
En esos meses, que sentimos inacabables, no nos queda más alternativa, a los que nos gusta el arte, que entregarnos a él con más fe. Nos retraemos, entonces, con más devoción que nunca, a su regazo ideal para “sobrevivir” de alguna forma, como si al ocuparnos y crear obras de arte buscáramos o pretendiéramos “ordenar” el mundo, “mejorar el paisaje y el ambiente” y con ello “hermosear” la vida o sentir que, a pesar de todo, ésta sigue intacta y bella, en fin, “disponer” las cosas como nos gustaría que fuesen, en entera libertad como lo hacen los dioses, poniendo color donde hay sombras y luz ¡porque nos falta!
El artista trata de inventar ”productos” y realidades tan intensas y valederas que les provean, de alguna manera, esos “rayos” tan divinos como inmensos que se ausentan. En definitiva, creo que es una especie de consuelo lo que buscamos, ya sea a través de la escritura – la poesía en mi caso – o a través de la pintura, que es lo que ahora nos ocupa.
Siendo esta una actividad placentera y, aunque en realidad me gustó siempre, sin embargo, no tuve siempre la motivación adecuada, ya que más bien me crié en un mundo de poetas, pensadores, analistas y políticos. Creo que mi amigo tuvo la intuición de que este quehacer iba muy bien con mi temperamento y carácter polifacético, siempre inclinado a las diferentes manifestaciones en el arte. Al principio se trató de una sugerencia cualquiera, simple e “inofensiva”:
-Si quieres puedes pintar, tengo tizas de pastel y acuarela, bloques de papel y todo el material necesario, los conservo de los cursos de pintura que realicé.
Recuerdo que le dije que “no sabía pintar” y que mis dibujos eran siempre, inexactos, irreconocibles como aquellos de El Principito. A pesar de todo, me dijo que tratara, él insistió en que no importaba, que pintara cualquier cosa y ese preciso día, a él se le ocurrió que debía plasmar “los puntos intensos rojos” que habían sobre la mesa. Me refiero a unas amapolas que se encontraban en un vasito de cristal, las había recogido yo misma, en una caminata que hice, en los campos de trigo cercanos a donde vivo. Aunque tratándose de flores de una vida tan espantosamente “breve”, justo cuando me puse en acción ya tenían las “cabecitas” hacia abajo anunciando su “decaimiento” o descenso intempestivo. De todas maneras, las restituí tal y como las sentía en mi alma y a mi amigo le agradó verlas otra vez reflejadas tan rojitas y “vivitas” en mi primer “cuadrito” de papel.
Cuando hoy medito sobre ello, me doy cuenta que quizás lo hice, en un principio, más bien por complacerlo y porque, de toda manera lo amaba mucho, y quería demostrarle que hacía caso a sus palabras intentando cosas nuevas. En la noche de ese día, eché mano al juego de pintura pastel, a unas cuantas cartulinas grises y a todos los otros utensilios: un lápiz, un borrador, un pañito de tela y me senté en una silla frente a una mesita, tratando de hacer las cosas lo mejor que podía, aunque todavía en nada convencida de mi habilidades pictóricas.
Y así pasó muchas veces, mientras él tenía que ausentarse por motivos de trabajo y otros compromisos de diversa índole, me fui acostumbrando, en mos momentos de ocio, a entregarme, cada vez con más entusiasmo, interés y ánimo a la tarea amable de colores, pincel dibujos, y papel. Andreas Gruhle, que pasado algunos años, se convertiría en mi esposo, había seguido algunos cursos de pintura pastel y acuarela, realizando unos cuantos cuadros, que al contemplarlos me parecieron muy bien logrados, evidencias de que poseía talento para pintar. En su caso, se trataba, sobre todo, de un arte muy realista con bodegones y motivos muy precisos y bien dibujados, de “nature morte”, en la que casi siempre aparecía una botella de vino, una que otra manzana apetitosa, muy parecida a la que solemos ver, a principios del otoño, en los campos y jardines por estos lugares. Sus representaciones constituían una verdadera motivación al consumo de esta fruta dulce, fina y delicada. Un día me comentó que también su abuelo pintaba, fue entonces cuando entendí de dónde venía su afición, vocación o inclinación por este arte. Es preciso agregar que desde que me conoció a mí, una mujer del caribe, y por tanto, de otros tonos, gustos, tendencias, comenzó a incluir, en sus bodegones, también sabrosas mandarinas, que recordaban la intensidad y vigor del trópico o más bien su sol poniente. Las pintaba nítidas y claritas, con su apasionado naranja, y me complació sobremanera ver también plasmadas intactas, ricas y sabrosas en su lienzo, poco tiempo después, otras frutas típicas de mi país, mangos y piñas.
Pues bien, pasados los días no sólo me motivó a pintar, sino que me instó a esforzarme en hacerlo bien, solicitándome más atención en la repartición de los colores, en la perspectiva y poniendo especial cuidado en los juegos de luz y sombra, implicados siempre en una obra pictórica. Cuando le enseñaba mis trabajos le gustaba hacer comentarios, sugerencias, aclaraba, opinaba, interpretaba. En general, siempre le gustó lo que le mostraba, motivándome a seguir…
Con el paso del tiempo la pintura no fue, simplemente, una ocupación cualquiera, sino que destinaba una cierta cantidad de mi tiempo libre a ella, además el tema se fue ampliando, ya que conmenzaron a aparecer paisajes, sobre todo, de pueblecitos solitarios donde no se veía un “alma”, pero en donde nunca faltaba la torre erguida de una iglesia. Como ocurre en Alemania, donde el pueblo, por más minúsculo que sea, atesora siempre entre sus construcciones una iglesia, antigua o moderna y, en ocasiones, más de una, ya que antes no se toleraban católicos con protestantes, hacían muchas cosas divididas, como era el caso de las misas, tampoco solían casarse unos con otros.
Pues bien, más adelante commencé a incluir, también, flores en el lienzo, llenándome de su embrujo de formas, colores y perfumes las pintaba en los más variados matices, fascinada como estaba por la gran variedad que hay de ellas aquí, muchas hasta entonces, desconocidas para mí. Se convirtieron, de alguna manera, en los “hermanitos” que aquí no tenía. Creo que, sin darme cuenta, a través de las flores, traté de “recrearlos” inconscientemente, pues siempre los extrañaba y siguen siendo la savia viva que motiva mi creación -y no sólo en la pintura, sino también en la poesía- junto a mis padres y mis hijos.
Venían muchos días sin sol, se iban otros luego de una “breve visita”, ya que en invierno, cuando la más grande de las estrellas dice “presente”, no es para permanecer largo tiempo, de ahí que los días sean más “cortos”, es decir a las cinco de la tarde o antes ya está oscuro.
En cuanto a mí seguía en mi tarea de dar forma, color y expresión a las cosas en un lienzo, cada vez más convencida que “algo” comunicaban mis cuadros. Tomé, entonces, algunos cursos de pintura para ampliar mis conocimientos en el manejo de la técnica, con la pintora alemana Heidi Wolf. Justamente esta profesora me “abrió las puertas” hacia un arte visto, sentido y concebido desde una perspectiva más moderna. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer, en el papel o tela, mis “personajes” y, poco a poco, se convirtieron en el motivo principal que prefería plasmar, quizás porque los mismos le fascinaron a mi compañero. Se trataba, casi siempre, de seres “humanizados” aunque no aparecían, claramente identificados, es decir no se sabía, a ciencia cierta, si se trataba de niños o adultos, con caras planas, redondas y de cuerpos simples, cuadrados o rectangulares. A mi hermano Ángel, cuando observó algunos, se le ocurrió decir, de manera natural y espontánea, visto lo aplanado de los rostros que parecían “tostones” dominicanos.
En todo caso ellos nos recuerdan al arte simple, naíf o de motivos infantiles, con algo de poesía e ingenuidad. Pero aparecían, además, en muchas otras de mis pinturas, ciertas identidades abstractas, y este carácter simbólico que presentaban, llegaría a ser uno de los razgos carácterísticos de ellas ya sea cuando se trataba de paisajes, poblados, barcos o flores. Siendo, por lo demás, el azul, el amarillo y el naranja los tonos dominantes de las mismas. A veces se trataba de parejas, o un grupo de tres ó más, tal y como viví en mi niñez, siempre rodeada o acompañada de muchos parientes y seres queridos que vivían con nosotros en nuestra amplia casa la imbert. Vi clarito, cuando observé mis cuadros con detenimiento, que eran un intento de recobrar o recrear lo que tuve, mi ambiente, el patio grande, mis aguas naturales, mi habitat, siempre llenito de sol y de gente, un espacio donde no faltaba, realmente, nada: voces, luz, entusiasmo, familia, canciones, bullicio, amigos, calor, alegría.
Luego tomé cursos de pintura con otra reconocida artista alemana Roswitta Bardroff-Distler que enriqueció mi concepción y aportó nuevos elementos a la “maletita abierta” de mi arte. Ella ofrecía talleres de Acuarela y Acrílica y se convirtió, con los días, en un “eslabón” importante en la cadena que se fue formando alrededor de esta inclinación mía. Esta pintora “me concedió”, por así decirlo, un “ancho permiso” para usar con más “atrevimiento” los colores, así como las formas más libres y abtractas, que eran las que más se acercaban a mi manera de entender la pintura. Además, me enseñó a mezclar y a servirme de varias técnicas a la vez, sacándole partido a cada una de ellas para lograr un producto más acabado, plural y expresivo. Recuerdo que le llamaron la atención la flexibilidad en el manejo de tonos que empleaba, un verdadero abanico de ellos, siendo los tonos vivos los más relevantes. Enseñaba al grupo los objetos y formas pintadas en mi lienzo asegurando que tenían un estilo muy propio. Entonces, motivada por Elisabeth Linss, una activista cultural brasileña de la Universidad Popular, mostré allí, por primera vez, en el 2003 una selección de mis pinturas, sobre todo en pastel y acuarela, aunque también algunas en acrílica, exponiendo, en el mismo lugar y, en varias ocasiones, mis trabajos pictóricos.
Si trato de buscar la justificación conceptual de mis pinturas diría que el tema es el ser humano, aunque no siempre esté plasmado en el lienzo, pero los motivos están relacionados con él de alguna manera. Ese ser múltiple, sensible, con sus verdades y yerros, es lo que en realidad ha motivado toda mi creación artística tanto en la poesía, como en la música y, en lo que ahora nos ocupa, la pintura. Muchas veces se trata del paisaje o del pueblito donde vive, otras, son las flores, que me han ocupado muchas horas, pequeñas muestras celestiales que nos hacen percibir, con intensidad extrema, las sutilezas más gratas de la Creación. Porque ellas existen es todo más hermoso.
Pero volvamos al ser humano en tanto que ente social que, de una manera innata y espontánea, necesita conciliarse, unirse, y a partir de allí, ser posible, el entendimiento, la concordia. El logrado vínculo le convierte en un ser más satisfecho, más feliz, más en armonía con su propia naturaleza y hasta más espiritual. Es de donde parten también los más grandes desafíos, el personaje número uno de la Creación, logra, a mi entender, su realización más completa, acabada, integral, en la unidad con el otro, alcanza su plenitud en el Amor, la fuente inspiradora de las más altas tareas y las más nobles acciones. He querido concentrarme en este convencimiento y plasmar en la pintura personajes en pareja, representando la imagen del vínculo, siempre agarrados o apoyados unos a otros, para marcar con ello la estrecha compañía y el hecho de que nos necesitamos unos a otros. Sólo en esa unidad nos hallamos a nosotros mismos y somos más completos y felices, cumpliendo por lo demás con uno de los fines más altos de la existencia, la comunicación positiva, la paz, la armonía, la corcordia entre los seres humanos, concebidos como Hermanos, base para una sociedad más humana, tolerante, perdonadora y solidaria. Resulta aterrante las cifras de nuestro tiempo, en lo concerniente a las separaciones que se dan en este plano.
La familia está en crisis y, a veces, parecería como si resultara el hecho más fácil o banal cambiar de compañero(a) como se cambia de marca de coches, de móvil o de computador. Por ello, busco enfatizar la belleza de la unión entre un hombre y una mujer, como base de la familia, para, a partir de allí, referirme a la humanidad entera, en su búsqueda hacia la compatibilidad, el equilibrio, la amistad, la armonía universal, que son los fines primordiales que deben motivar sus esfuerzos, y en la que estamos implicados todos los Hombres del planeta.
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