Introducción
En The Open Society and Its Enemies (1945), Karl Popper (1902-1994) desarrolló una de las más duras críticas modernas contra la tradición filosófica que, a su juicio, había legitimado el autoritarismo en Europa. Allí incluyó a Platón, Hegel y Marx como los grandes “enemigos” de la sociedad abierta. En particular, el ataque contra Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) se presenta con un tono combativo y poco indulgente: Popper lo califica como un “charlatán” y como un “instrumento ideológico” del absolutismo prusiano del siglo antepasado.
El objetivo de estas líneas de índole teórica es doble: exponer de manera explícita las críticas que Popper dirigió a Hegel, antes de reconstruir una posible réplica desde la propia óptica hegeliana, mostrando que su filosofía de la libertad podría contrarrestar contestar, al menos en parte, esas acusaciones.
El contraste de ambas posiciones devela, no solo un choque entre concepciones políticas, sino también entre visiones de la libertad: la formulación negativa, liberal y crítica de Popper, frente a la concepción positiva, dialéctica e institucional de Hegel.
La crítica a Hegel
Popper veía en Hegel a un ideólogo del nacionalismo alemán y del absolutismo estatal. Lo acusa de corromper la filosofía al ponerla al servicio del poder prusiano. Sus palabras son inequívocas:
“Hegel fue un charlatán que sirvió a sus patronos y cuya influencia ha contribuido a la corrupción moral e intelectual de un pueblo entero”.
Popper denuncia así la forma y el contenido de la filosofía hegeliana. Su estilo oscuro sería deliberado, una estrategia para disfrazar el irracionalismo y evitar la crítica. Afirma incluso que Hegel “produjo deliberadamente una jerga que debía parecer profunda”. Y, dicho sea a vuelo de pluma, lo único que es totalmente incuestionable en la argumentación de Popper es que el pensamiento hegeliano, transpuesto en letras y palabras, es de difícil comprensión.
Más en serio, lo que más escandaliza a Popper es la exaltación hegeliana del Estado. En la Filosofía del Derecho, Hegel sostiene:
“El Estado es la realidad de la idea ética, el espíritu ético como voluntad evidente, sustancial y clara a sí misma”.
Para Popper, esto equivale a divinizar –léase bien: absolutizar– al Estado y a exigir del individuo una obediencia incondicional. Según su lectura, el Estado hegeliano es “dios en la tierra” y, por tanto, escapa a toda crítica.
Así lo expresa Popper:
“Hegel hizo de la obediencia al Estado la base de la moralidad, sustituyendo el imperativo de la conciencia por la sumisión a las autoridades establecidas”.
Popper también sostiene que la filosofía de Hegel prepara el camino para el nacionalismo extremo y, en última instancia, para el totalitarismo del siglo XX. Para él, la glorificación del Estado prusiano contenía en germen la ideología que, un siglo más tarde, desembocaría en el nazismo.
Su conclusión es contundente:
“No hay libro que haya contribuido más a la corrupción de la juventud alemana que la Filosofía del Derecho de Hegel”.
En resumidas cuentas, la crítica popperiana se articula en tres puntos: Hegel como charlatán irracionalista, como apologista del Estado absoluto y como precursor del totalitarismo. Esas dos últimas aserciones, de ser ciertas, son objetables e inaceptables.
Contraargumento posible
¿Cómo habría respondido Hegel a estas acusaciones? Aunque no pudo conocer a Popper, su obra contiene elementos que permiten reconstruir una defensa.
En consecuencia, quizás, haría valer que él no concibe el Estado como un ídolo externo al individuo, sino como la forma institucional en que la libertad subjetiva de cada miembro de la sociedad burguesa de su época se traspone objetiva y efectivamente. En la Filosofía del Derecho lo afirma:
“El Estado es la realidad en acto de la libertad concreta; es la razón puesta de manifiesto en la tierra”.
Esa formulación, que Popper interpreta como totalitaria, para Hegel significa que la libertad individual solo puede realizarse plenamente dentro de un orden jurídico y político, es decir, no únicamente en el ámbito de la familia y/o de la sociedad. La voluntad particular (Willkür) de cada uno, sin límites objetivos, no constituye libertad verdadera, sino arbitrariedad. La libertad auténtica es la autonomía racional que se logra al reconocer la universalidad de las leyes e instituciones.
A partir de ahí, Hegel replicaría a Popper que el Estado no anula al individuo, sino que lo libera de la contingencia de sus deseos subjetivos al integrarlo en una comunidad ética. Como bien escribe: “El individuo encuentra su libertad sustancial solo en el Estado, como en su esencia, en su fin y en su vida”.
Cierto, Popper acusa a Hegel de justificar cualquier régimen histórico en nombre del “Espíritu absoluto”. Sin embargo, Hegel precisa que la historia universal debe entenderse como un proceso de realización de la libertad. “La historia universal es el progreso en la conciencia de la libertad”.
Dicho sea de paso, lo anterior implica un criterio normativo: solo aquellas instituciones que amplían la libertad tienen verdadera razón de ser o racionalidad. Por ello, Hegel distingue entre etapas históricas en las que la libertad fue negada (el despotismo oriental, donde “únicamente uno es libre”, el déspota, y formas más avanzadas donde se reconoce que “todos son libres” sin excepción.
Frente a la imputación de Popper, Hegel insistiría en que su filosofía no legitima a cualquier Estado político por hecho de que existe, sino que evalúa con su lupa lógica, conceptual, a las instituciones según su capacidad de realizar la libertad universal.
Respecto a la acusación de oscuridad y charlatanería, Hegel podría responder recordando su premisa lógica por excelencia, aunque para una inmensa mayoría de lectores esto resulte absurdo:
“Lo real es racional y lo racional es real”[^10].
Pero, ¡mucha atención! Con esa premisa, la concepción hegeliana no pretende canonizar todo lo existente, sino sostener que lo que carece de racionalidad no tiene verdadera realidad ni existencia. La tarea de la filosofía es, por ende, reconocer la razón en el devenir histórico y distinguir lo que es sustancial de lo que es pasajero.
Para Hegel, la dialéctica no es un artificio retórico, sino el método por el cual el pensamiento capta el movimiento contradictorio de la realidad.
La razón de ser de la contrariedad
La justificación del choque entre Popper y Hegel proviene del respectivo concepto de libertad de ambos pensadores.
Popper entiende la libertad en sentido negativo: la sociedad abierta protege al individuo de los abusos del poder. La democracia liberal es un mecanismo para limitar el Estado mediante instituciones críticas y reformables. Su consigna es: “la política debe estar orientada a minimizar el sufrimiento, no a maximizar la felicidad”.
Por el contrario, Hegel concibe la libertad de manera positiva: no basta con estar libre de coacciones externas; se trata de participar en instituciones que encarnan la voluntad objetiva, común a una ciudadanía. La libertad no es mera ausencia de impedimentos e imposiciones, sino la convivencia inserta en un orden que reconcilia lo particular de cada uno con lo universal de todos.
En ese contexto, Popper teme y resiente que la libertad positiva derive en colectivismo opresivo. Hegel replicaría que la libertad negativa es abstracta; solo puede tornarse real y efectiva en medio de una comunidad política. De no ser así, tal individualismo se emparenta con el inexistente Robinson Crusoe en perdido una isla del Pacífico, lo que solo cabe en la imaginación libertaria de un inglés, pues bien es sabido que el ser humano es un animal racional y político.
Evaluación crítica
La pregunta cae por su propio peso, ¿quién tiene razón?
El apologista austríaco subraya un riesgo real: la exaltación del Estado puede servir de cobertura ideológica al autoritarismo. Su crítica debe entenderse en el contexto del siglo XX, cuando la experiencia del nazismo y el comunismo hacía urgente identificar las raíces filosóficas del totalitarismo.
Hegel, por su parte, ofrece una concepción más robusta de la libertad, en la que los individuos no quedan aislados en su esfera privada, sino integrados en un orden que garantiza derechos y deberes. Su visión evita la fragmentación social que a menudo amenaza a las democracias liberales.
En definitiva, Popper caricaturizó a Hegel como apologista del absolutismo, pero Hegel podría responder que su filosofía busca precisamente la reconciliación de la libertad individual con la racionalidad histórica.
Conclusión
La disputa entre Popper y Hegel revela dos formas de pensar la relación entre el sujeto individual, la libertad y el Estado político. Popper ve en Hegel al enemigo de la sociedad abierta, un pensador oscuro que sacraliza el poder y anticipa el totalitarismo. Hegel, en cambio, podría replicar que su filosofía se orienta a mostrar cómo la libertad se institucionaliza en un Estado político moderno de derecho. Efectivamente, lo logra en tanto que entidad racional no sometida al vaivén desordenado y sin sentido del sinnúmero de intereses particulares que pululan y predominan en una sociedad burguesa y sin por ello dejar de ser la conditio sine qua non de la autonomía individual e, incluso, de la resguardada vida familiar.
A mi mejor entender, la tensión entre esas visiones permanece vigente. Las democracias contemporáneas necesitan, tanto de la vigilancia crítica que exige Popper, como de la comprensión de la libertad sustantiva que ofrece Hegel. La una sin la otra corre el riesgo de caer en extremos: o en el atomismo liberal, incapaz de sostener una comunidad, o en el comunitarismo que se transforma en opresión.
Así, pues, el diálogo imaginario entre ambos autores no se resuelve en una victoria clara de uno sobre el otro, sino en la invitación a pensar la libertad en toda su complejidad, conjugando el derecho del sujeto individual y la necesidad de la comunidad política, en la justa medida en que desafían la universalidad de la historia.
De ahí que aflore la cuestión de nuestros días. Esa interrogante hace las veces de pan nuestro de cada día, no solo en un creyente cristiano, sino también para todo lector contemporáneo, abrumado de prensa e hipotecado por las redes sociales. La cuestión, a la luz de los respectivos prismas de Popper y de Hegel, es esta:
- ¿Acaso no es cierto que toda sociedad democrática –vasalla de la libertad individual y sostenida por el legítimo ordenamiento institucional de múltiples agrupaciones económicas—depende, en primera y última instancia, del solo arbitrio y desenvolvimiento de individuos autónomos, libres, aliados entre sí?
O, bien por el contrario,
- ¿No es verdad que un gran Estado soberano está condenado a perder hegemonía y porvenir –e incluso a arrastrar a los demás en su decadencia– cada vez que exhibe, de forma arbitraria y caprichosa, que su estadio histórico de civilización declina bajo el brazo todopoderoso de un monarca mal concebido?
He ahí, por fin, el dilema más objetivo y punzante de todos los que acosan nuestros días; uno al que me comprometo a prestar mayor atención, próximamente.
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