“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo"-Abraham Lincoln.

El problema con Trump es que trata a todas las naciones como si fueran rehenes de su voluntad. Amenazas, sanciones, aranceles o misiles se convierten en el menú predilecto de su política exterior cuando no obtiene lo que exige. Pero esa lógica imperial basada en la imposición y no en el diálogo no parece tener mucho futuro en el mundo que conocemos de esta primera mitad de este siglo. Por ejemplo, las miles de sanciones impuestas a Rusia no lograron debilitarla. Al contrario, aceleraron su transformación interna, la consolidación de alianzas alternativas y una capacidad de resiliencia que Occidente aún no termina de comprender.

Ahora, como si el conflicto en Ucrania pudiera resolverse con relojes de arena, Trump anunció desde Escocia una nueva fecha límite para que Moscú alcance un acuerdo de paz. De 10 a 12 días, según su cálculo personal. No hay razón para esperar, declaró, como si la paz fuera un trámite o una rendición. El presidente estadounidense afirma que quiere ser generoso, pero dice no ver avances. Simultáneamente declara no estar tan interesado en las negociaciones, aunque sigue repitiendo que ama a los rusos y que tiene una excelente relación con Putin. En ese juego contradictorio, reitera su disposición a imponer sanciones secundarias, aunque duda de la efectividad de ellas en lo que concierne a Rusia, y mantiene sobre la mesa amenazas arancelarias del cien por ciento.

La idea de alcanzar acuerdos a base de presión, chantaje o ultimátum no solo alimenta el conflicto, sino que evidencia el fracaso estructural de la diplomacia estadounidense bajo su liderazgo. Realmente bajo su mandato la diplomacia dejó de existir, literalmente.

Lo que Trump se niega a reconocer es que la paz en Ucrania no es asunto exclusivo de Moscú. Ella también exige que Occidente, en particular Estados Unidos, acepte una verdad incómoda. Kiev ha sido derrotado en el terreno, ha perdido la capacidad de decidir por sí mismo y sobrevive únicamente gracias a los multimillonarios subsidios y al flujo constante de armamento extranjero. Ni Europa ni la Casa Blanca están dispuestos a admitirlo en público, pero la realidad pesa más que la retórica oficial. A esa dura constatación se suma otra: Ucrania se encuentra al borde del abismo bajo el mandato de una cúpula corrupta y cada vez más autoritaria encabezada por un líder cuya supervivencia política depende del perpetuo estado de guerra.

Como si todo lo anterior fuera poco, Trump logró además doblegar a la Unión Europea. El reciente acuerdo comercial suscrito con Ursula von der Leyen consagra una relación profundamente desigual. Como es conocido, Washington impondrá un arancel del quince por ciento a todas las importaciones europeas, mientras que la UE renuncia a gravar un solo bien estadounidense.

A ello se añaden compromisos de gran calado: comprar 750, 000 millones de dólares en energía norteamericana, canalizar otros 600, 000 millones de inversión hacia la economía de EE UU y adquirir cuantiosos lotes de equipamiento militar made in USA. Sobre el papel, son condiciones idílicas para los intereses estadounidenses; en la práctica, sin embargo, su concreción dependerá del pulso que marquen las empresas, que finalmente son las que deciden.

Este pacto ha sido descrito como una rendición incondicional sin guerra. El historiador alemán Tarik Cyril Amar fue más allá: “La UE acaba de sufrir una derrota catastrófica y devastadora infligida no por un enemigo, sino por un supuesto aliado”. No se trata de una metáfora. A ojos de muchos analistas, la Unión Europea hace rato se convirtió en un eunuco geopolítico, desprovisto de voluntad estratégica, sometido sin disparar un solo tiro. Tras siete viajes a Washington, cien horas de negociaciones estériles y una lista de concesiones humillantes, la Comisión Europea no obtuvo nada. Nada, salvo la confirmación de su vasallaje.

El lugar del acuerdo, el campo de golf de Turnberry, propiedad del propio Trump, resume perfectamente la farsa. Sí, un club privado, una presidenta no electa y un presidente que dicta las condiciones desde su propia casa. No fue una negociación. Fue una humillación. Trump, el “hombre arancelario”, impuso sus términos mientras Europa, desindustrializada, endeudada y fracturada, los aceptaba con una sonrisa forzada. La imagen final es grotesca, y perdonen la descripción: la UE se levanta del suelo, se sacude el polvo y da las gracias al que la ha golpeado. Así lo expresó el propio gobierno estadounidense: “Europa se arrodilló”.

La política exterior trumpista no construye paz, no defiende equilibrios ni promueve soluciones estables. Opera bajo el principio del vencedor absoluto y del vencido subordinado. En Ucrania pretende imponer una solución unilateral, sin reconocer que el conflicto solo puede resolverse cuando ambas partes acepten los términos de una nueva arquitectura de seguridad. En Europa, mientras tanto, ya se empiezan a ver las grietas de una sumisión económica que, a mediano plazo, socavará todavía más su autonomía.

¿Y qué significa todo esto para el futuro del orden mundial? Que Estados Unidos ya no distingue entre enemigos y aliados. Que inició una guerra económica no solo contra Rusia o China, sino contra sus propios socios históricos. Que esa guerra no tiene por objetivo la estabilidad, sino la subordinación permanente. Europa ha cedido su autonomía a cambio de una falsa estabilidad. Ha preferido ser protegida por Washington que representar los intereses de sus pueblos. El costo será la pérdida irreversible de su soberanía, y no exageramos.

La pregunta ya no es si esta estrategia logrará forzar acuerdos. La verdadera pregunta es cuánto tiempo más podrá el planeta soportar una política exterior basada en la fuerza, el chantaje y la humillación. Porque la historia demuestra que ningún orden global duradero nace del miedo, sino del respeto mutuo y de la justicia.

Julio Santana

Economista

Economista, especialista en calidad y planificación estratégica. Director de Planificación y Desarrollo del Ministerio de Energía y Minas.

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