Permítanme volver al mismo tema de la pasada semana. Nuestro poeta nacional, doctor Pedro Mir, como parte de la dialéctica de la vida, transitó entre momentos de gran felicidad y episodios profundamente infortunados.
Ya en la capital, se graduó de doctor en Derecho, en la Universidad de Santo Domingo. Era un profesor bien pagado en la prestigiosa Escuela Normal, donde tuvo alumnos tan eminentes como Manolo Tavárez, y Vincho Castillo; y allí se unió a profesores que desafiaron órdenes del dictador Trujillo. Paralelamente, participó en manifestaciones y protestas callejeras, en principios estimuladas por el régimen, y al crecer peligrosamente, fueron reprimidas, y muchos participantes fueron perseguidos y encarcelados, y otros, como Pedro Mir, tuvieron que exiliarse. Y en medio de una vida sonriente, debió alejarse de su patria, de su esposa y de dos sus dos hijos.
En 1947, al llegar a Cuba, se sumó al entrenamiento militar en el islote Cayo Confites, junto con más de 3,000 combatientes, que se preparaban para enfrentar la dictadura, entre ellos aproximadamente 300 dominicanos patrocinados por el poderoso empresario don Juancito Rodríguez García. Sin embargo, su fervor patriótico para ingresar a la patria y luchar contra el tirano resultó frustrado en el último momento, al impedírsele abordar las naves, bajo el argumento de que los poetas no debían involucrarse en expediciones.
Años más tarde, cuando publicó y vendió la primera edición de su poema Hay un país en el mundo, logró reunir una suma económica con la que planeaba comprarse un automóvil. Pero, ¡oh sorpresa!, al intentar abrir una cuenta en un banco el oficial le negó el servicio, según relataba el poeta, debido a que el color de su piel le hizo sospechar que el dinero tenía una procedencia ilícita. Fue un acto de discriminación en la patria de su padre que lo marcó para el resto de su vida.
Eso no lo amilanó. Continuó trabajando y logró comprar un apartamento y un carro Ford descapotable, con el paseaba a su nueva esposa cubana y sus dos hijitas. Pero, un buen día, lo estacionó al doblar una calle cerca de su hogar; y al regresar, ya no estaba y jamás lo recuperó. El contaba que se lo había incautado la revolución. Años después de retornar a su patria, le regalaron mediante una colecta publica una casa, pero al final de su vida, debió venderla y mudarse a un pequeño apartamento sin escaleras. Y al cumplir su ochenta aniversario, unos amigos le obsequiaron un carro, pero ya no manejaba y temía, que se lo robaran y debió venderlo.
Contaba que sus momentos más felices habían sido ilusiones. Entre ellas el triunfo del socialismo. Regresó al país en 1963, recibido por una multitud gigantesca, pero no logró reencontrarse con su amigo, el presidente de la Republica, y su ex alumno ferviente dirigente de izquierda.
Aun así, se radicó definitivamente en su patria. Alejado de las mieles del poder, pero cerca de su pueblo. Encontró en la Universidad Autónoma de Santo Domingo su trinchera de lucha. Asistir a sus cátedras en aquellas aulas destartaladas y calurosas era una fiesta del espíritu y del intelecto. Yo estuve en ellas. Alternaba la docencia con la investigación para completar sus pocos ingresos, y viajaba continuamente por el país, conduciendo automóvil, – lo que lo deleitaba- para ofrecer charlas y recibir homenajes. Sus libros, sus poemas, sus clases y sus conferencias fueron su forma de combatir las dictaduras, la esclavitud del oscurantismo, la opresión.
Su legado, sus obras y hechos, de incalculable valor para la historia y la cultura de la República Dominicana, justifican que sus restos sean trasladados al Panteon Nacional, donde deberían descansar, tal como lo ha propuesto un colectivo de amigos y académicos; luego de que los familiares no acataran su voluntad de que sus cenizas fueran lanzadas al río Higuamo en su desembocadura en el mar caribe.
Y así, por fin, se cumpla su deseo, expresado en su himno Hay un país en el mundo, cuando, al finalizar, dice…
Después
no quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.
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