Cada uno de nosotros los dominicanos tenemos a algún familiar que ha emigrado a los Estados Unidos. Llegar a la tierra prometida es el sueño americano de muchos. Es tan así que los que se van primero piden al resto de la familia.

En estos días una pariente se encuentra de visita en la “gran manzana”; a diario nos comunicamos. Con el gran invento del celular y la aplicación que permite verse cara a cara, la cosa se hace más real.

A principio, cuando comenzó a pasear, a ver tiendas, me llamó y me dijo, aquí todo es como allá, todo es lo mismo.

Eso trajo a mi memoria una anécdota de hace muchos años. Me encontraba en el mes de diciembre en pleno verano austral en Concón, una ciudad costera en el centro de Chile, cuando por la noche salí al frente de la casa y vi a un perro haciendo sus necesidades; solo se me ocurrió llamar a mi sobrino Darito que tiene un gran sentido del humor y le dije lo extraño que me parecía que todos los perros meaban de la misma forma, en cualquier parte del mundo.

Volviendo a Nueva York, tanto afán de emigrar hacia allá. La vida de los nuestros, como la de cualquier emigrante, no es fácil. Lo primero es acostumbrarse a vivir en un reducido espacio. Salir corriendo bien temprano a tomar un tren, cada uno encogido durante el invierno, forrado en abrigo, guantes y bufanda para llegar a un trabajo del que ha de regresar casi de noche de la misma manera en que salió de madrugada, llegar al apartamento muerto de cansancio, tirarse a una cama para al otro día volver a lo mismo.

Tengo que recordar a Luisito Martí en su personaje “Balbuena”y su sueño de llegar a Nueva York; creo que lo logró, aunque no pude ver la película porque su “boom” coincidió con la gravedad de mi papá y mi ánimo en ese entonces no estaba para cine. Todavía creo no estoy preparada para verla por los tristes recuerdos que me trae.

También pienso en Boruga, cuando abre sus grandes ojos si mencionan cualquier país del mundo, considera que eso no es lejos, que “Nueva Yol e lo má lejo”.

Confieso que me quedé “atrá”, como he dicho en otras ocasiones, en el caso de esa pléyade, (yo también sé usar términos finos que no sean p’allá, p’acá, a sigún, vuá dí etc.), de humoristas compuestos por Freddy, Cuquín, Boruga, Milton, Cecilia, Nany y mi favorito “El Bori”, que es el mejor ejemplo del emigrante, sobre todo del que se va en de yola y que al llegar a Puerto Rico fue atrapado en la playa, aunque no pasó ni media hora, pero tuvo la gran oportunidad de aprender a hablar “boricua”. “Afirmativo, ticher”.

Tanto afán de irse a otros países si aquí gozamos de lo más preciado, la libertad. Podemos caminar libremente, (aún con la inseguridad, como toda parte del mundo), nos encontramos con personas conocidas en cualquier lado, hablamos el mismo idioma, no el castellano fino y puro, sino el corriente, el entendible por todos. Encontramos unos yaniqueques en cualquier esquina, los que beben alcohol lo encuentran en cualquier colmadón de barrio. Se puede ir a Boca Chica y bailar una bachata en plena playa sin que nadie lo mire mal, al contrario, es para admirar. Se puede disfrutar de los centros comerciales, que hay para todos los gustos. Los niños sin temor todavía juegan en la calle.

Son tantos los beneficios que tenemos, que no entiendo cómo la gente tiene tanto afán de irse fuera del país, sobre todo a Nueva York, que es lo más lejos, a vivir consumido en la tristeza, añorando el tener unos años para regresar al país a retirarse, cuando los mejores años de su vida fueron perdidos tratando de tener una mejor oportunidad.

Elsa Guzmán Rincón

Bibliotecóloga

Maestra y Bibliotecóloga, retirada.

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