Donald Trump acaba de agregar a su lista de atropellos a las instituciones una pequeña biblioteca de pueblo, la Haskell Free Library and Opera House, en la frontera canado-amaricana, símbolo histórico de la cooperación y la convivencia pacífica entre los dos países, situado entre las pequeñas ciudades de Stanstead, en Quebec, Canadá, y Dervy Line, en Vermont, Estados Unidos.
Desde hace ya más de un siglo, los habitantes de estas ciudades hermanas comparten esta biblioteca única en su género. Pero una reciente orden de Trump viene a perturbar la histórica hermandad entre sus habitantes. En lo adelante, se prohíbe a los canadienses acceder a ella por la puerta principal, que está del lado americano.
Antes de esta orden, los canadienses apenas tenían que caminar unos cuantos pasos para acceder a la biblioteca por la puerta principal, sin requisito de pasaporte o visa, pero ahora solo pueden acceder a ella por una angosta puerta, utilizada como salida de emergencia, que está del lado canadiense. Y, por su puesto, bajo la vigilancia de la patrulla fronteriza de Estados Unidos.
Una verdadera ridiculez, porque, desde su origen, este ha sido un espacio binacional, donde la frontera canado-americana está marcada con una simple cinta adhesiva colada en diagonal sobre el piso de sus diferentes espacios, biblioteca y sala de ópera, como puede verse en esta foto del área de libros infantiles.
Y más que una ridiculez, es una bofetada a la tradicional armonía de estas ciudades hermanas y una ofensa a la memoria de Carlos F. Haskell, un próspero empresario americano dueño de varios aserraderos en la región, casado con la canadiense Martha Stewart, que a principios del siglo XIX quiso que sus habitantes pudieran utilizar juntos ese lugar de cultura. En 1901 inició la construcción del edificio de estilo victoriano que alojaría la biblioteca y la sala de ópera. Fue finalmente inaugurado en 1905, con dos direcciones, una en Quebec y otra en Vermont.
La medida ha provocado un alboroto en la región, los vecinos de uno y otro lado se confunden en las protestas contra el desatino.
Esta nueva tropelía de Trump, que aparentemente no tiene razón de ser, sí tiene un propósito: avanzar en la construcción de una narrativa dirigida a convertir un país amigo en enemigo. Es en esa misma dirección en que va su disparatado argumento de que la frontera canado-americana tiene como progenitor un mentecato que en algún momento se le ocurrió trazarla con una regla, sin mencionar de quién se trata, en qué fecha lo hizo y en cuál museo se encuentra esa mágica regla.
Otra colosal mentira de este maestro de la desinformación. Esta frontera, que totaliza 8,891 km y es la más larga no militarizada en el mundo, como todas las otras, tiene una larga historia de conflictos y convenciones y tratados para resolverlos. Dentro de estos, cabe destacar el tratado de París de 1783 que puso fin a la Revolución Americana y estableció los límites entre los Estados Unidos y la América del Norte británica, que en 1867 pasaría a ser Canadá; al sur, se tomó como guía el Río San Lorenzo, en el 45 paralelo; hacia el oeste, se siguió grosso modo el 49 paralelo; y al este, se trazó una línea a lo largo del mismo río.
Este trazado no estuvo exento de conflictos. Por ejemplo, Maine, Quebec y Nouveau-Brunswick fueron territorios contestados en ese tratado; y en los años 1820, un grupo de colonos americanos se instalaron allí y proclamaron la república de Madawaska. Por esa misma época, el Estado de Mine se quejaba de que los madereros de Nouveau-Brunswick incursionaban en su territorio para cortar madera.
En total, una veintena de convenciones y tratados, implicando cuatro naciones soberanas (Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y Rusia), han sido negociados para definir la frontera canado-americana, siguiendo los desplazamientos poblacionales, tanto hacia el oeste como hacia el norte.
Pero Trump, que ignora hasta la Constitución y las leyes de su país, no quiere reconocer esos tratados.
De su narrativa a la acción hay ciertamente un trecho, pero no deja de ser preocupante. Como ya mencioné en uno de mis anteriores artículos, con el 47 presidente de Estados Unidos la historia se devuelve, y muy atrás. Habría que retroceder unos añitos para encontrar otro líder mundial que, como él, se pueda definir con estas cuatro palabras: locura, crueldad, megalomanía, fake news, y este no es nada menos que Claudio Augusto Germánico, alias Nerón, 37-68 d.C.
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