El Banco Popular Dominicano, con profundas raíces en Santiago de los Caballeros, nació en la década de los sesenta con la misión de democratizar el sistema bancario e inyectar el dinamismo de la iniciativa ciudadana. Su identidad es tan cibaeña como el merengue típico, la bachata y las Águilas Cibaeñas. Esta conexión intrínseca ha forjado una tradición entrañable: la de congregar a amigos, clientes y relacionados para celebrar la música y la conversación que fluye en amenos reencuentros.
Hace un año, el concierto conmemorativo del 60.º aniversario de la orquesta fue un evento verdaderamente apoteósico. El programa central estuvo dedicado a la Sinfonía n.º 5 en do sostenido menor de Gustav Mahler. Esta monumental obra, compuesta entre 1901 y 1902, se considera una de las sinfonías más importantes del siglo XX. Marcó un punto de inflexión crucial en la trayectoria del compositor al ser su primera sinfonía puramente instrumental en mucho tiempo.
La pieza se caracteriza por una narrativa intensa que evoluciona desde una trágica marcha fúnebre inicial hasta un final jubilatorio, explorando temas de lucha y triunfo. Sobresale su famoso y emotivo Adagietto, una pieza de inmensa riqueza orquestal y profundidad emocional que Mahler concibió como una carta de amor a su esposa, Alma Schindler, y que hoy es una de sus obras más interpretadas y apreciadas. Esa vez, la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la brillante dirección del maestro José Antonio Molina, ofreció una interpretación magistral. Su pureza y excelencia clásicas dejaron completamente anonadado al millar de asistentes que llenaban la sala Restauración del Gran Teatro del Cibao.
La magia se repitió el jueves 11 de diciembre con el concierto “Molina y sus Amigos”. El evento fue diseñado para satisfacer una variedad más amplia de gustos, presentando un programa ecléctico que logró fusionar la excelencia de la música sinfónica con el espíritu de la época navideña y los festivos ritmos populares dominicanos.
Créanme, hubo de todo, satisfaciendo a la audiencia con un repertorio diverso que incluyó “La obertura Yaya”, de raigambre afrocaribeño del maestro José Antonio Molina; merengues memorables como un popurrí de temas de Julio Alberto Hernández, “Ella” de Luis Rivera, “Caña Brava” de Toño Abreu, “Pa’ Bocó” de Manuel Sánchez Acosta y “Ay mujer” de Juan Luis Guerra; boleros clásicos como “Dilema” de Juan Lockward, “Al retorno” de Bienvenido Brens, “Y” de Mario de Jesús, “Evocación” de Papa Molina y “Por amor” de Rafael Solano; baladas románticas como “Abril 21” de José Antonio Molina; piezas sagradas como “Oh Holy Night” de Adolphe Charles Adams y “Joy to the World” de Isaac Watts; y finalmente, baladas profanas y temas de temporada, como “Santa Claus is coming to Town” y “Jingle Bells” de James Pierpont.
Todos los temas contaron con arreglos brillantes que transportaron las melodías y acordes populares al universo profuso, diverso y exigente de las partituras clásicas. La mayoría fueron responsabilidad de José Antonio Molina; Ed Calle se encargó de los arreglos de “Jingle Bells” y “Santa Claus is coming to Town”, mientras que el popurrí de merengues fue arreglado por Bienvenido Bustamante.
La sinfónica superó el reto de mantener la excelencia sin descuidar el contagioso gusto de los ritmos populares. El desafío de retener sentadas a 1,500 personas con evidentes síntomas de pasarlo divinamente fue mayúsculo. Esta "fidelidad sonora criolla" se logró con la incorporación de elementos rítmicos tradicionales indispensables: tambora, güira, piano y bajo eléctrico. Virtuosos como Sandy Gabriel, el famoso pianista, trompetista y compositor de jazz cubano Arturo Sandoval, el pianista y acordeonista Leo Pimentel, y el venezolano Ed Calle, fueron clave. El aplauso oportuno y el coro generalizado encontraron rendijas para colarse subrepticiamente, sobre todo cuando la santiaguera Maridalia Hernández, la mejor voz femenina del país, contagiaba con sus sublimes, afinadas y convincentes interpretaciones de “Ella” y “Por amor”, acompañada por las voces angélicas del coro de cámara Koribe.

Permítanme un apunte personal: disfruté en especial la interpretación de “Papa Bocó”, pieza que idolatro desde que la conocí interpretada en el Festival Arte Vivo por el maestro Félix del Rosario y su orquesta. Esta versión sinfónica, con un sincretismo de merengue sublimado por extraordinarios solos jazzísticos, rindió un merecido homenaje a aquel maestro mocano del saxo.
Creía que era el único merengue en escala menor, dada la naturaleza usualmente alegre de este ritmo. El maestro y amigo Rafelito Mirabal confirmó mi percepción, pero me aclaró que otros grandes merengues también se compusieron en tonos menores. La melancolía o tristeza de la escala se transforma en alegría gracias a su ritmo enérgico y contagioso, marcado por una percusión insistente y una estructura musical en 2/4. Esto impulsa movimientos rápidos de pies y caderas, lo que libera endorfinas y conecta con la alegría social de las fiestas caribeñas, todo complementado con una melodía alegre y un baile sencillo de aprender.
Molina no solo nos trajo a sus amigos músicos para deleitarnos; también propició, acaso sin proponérselo, que todos los asistentes nos reencontráramos con dilectos amigos del presente y del antaño, como los ingenieros Félix García, Fernando Rosario, Fernando Puig, Servio Cepeda, Marcos Santana, Saúl Abreu y José D’Laura, entre muchos otros. Igualmente, pudimos saludar a ejecutivos del mecenas auspiciante, el Banco Popular Dominicano, incluyendo a Christopher Paniagua, René Grullón F. y Ricardo De la Rocha. En ese ambiente de camaradería, mi esposa Betty y mis hijos Demian y Fernando José dimos un cálido abrazo a nuestros queridos compadres José Mármol y su esposa Soraya Lara de Mármol.
Una noche inolvidable en el primer Santiago de América… ¡Que se repita!
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