“La gacela dominicana, hoy campeona olímpica, tiene un rostro y cuerpo tan familiar a todos los dominicanos… Y detrás de ese rostro y ese cuerpo, van millones de dominicanas.” Juan Miguel Pérez

La victoria histórica de Marileidy Paulino me agarró en Canadá donde estuve asistiendo a las conferencias de las asociaciones de sociología de las que soy parte en Norteamérica. Lamentablemente no anoté bien la hora de la carrera y me enteré de que había ganado y roto el récord olímpico cuando lo vi en las redes. Pero igual que ustedes me sentí orgullosísima y feliz por ella y por el país y se me aceleró el corazoncito de la emoción cuando finalmente pude ver el video. La colega con la que andaba me preguntó que por qué me sonreía tan contenta mirando mi celular y le expliqué que me sentía parte de ese momento de alegría para República Dominicana; especialmente después de tantos días viendo la cobertura de las Olimpíadas destacando los logros de Canadá y de Estados Unidos en Montreal y donde vivo en Los Ángeles.

Como les he contado antes, esos momentos de euforia compartida con otras personas son ejemplos de lo que Emilio Durkheim, uno de los fundadores de la sociología, llamaba la “efervescencia colectiva”. Es lo que sentimos, por ejemplo, cuando nos emocionamos al mismo tiempo viendo a Juan Luis Guerra y a Romeo Santos juntos en el Estadio Olímpico bajo el aguacero más torrencial (¡yo estuve en ese concierto!). Pero también son los momentos de conexión con personas desconocidas que sentimos yendo a la pelota o a una manifestación ciudadana o al cine. Y aunque la gran mayoría no estuvimos con Marileidy en París, las redes nos la trajeron y pudimos ver de cerca el regalo inmenso que nos ha dado.

De manera similar a lo que hizo años antes Félix Sánchez, Marileidy nos regaló un momento hermoso de orgullo y de celebración que unió al país y a toda la gente que se considera dominicana esté donde esté. Sin embargo, como ya han planteado muchas personas, este regalo inmenso que Marileidy nos compartió lo hizo a costa de sacrificios también enormes. Como dijo la misma Marileidy en la entrevista que le hizo el periodista Yancen Pujols, llegó un momento en que incluso pensó en “representar a otra bandera” por la falta de fondos y el apoyo suficiente y a tiempo que requiere como atleta de élite que es.

Y por eso es que hoy quiero invitarles a que pensemos un poco sobre todo lo que representa este logro y las reacciones que hemos tenido hasta ahora. Marileidy nos regaló el oro olímpico en los 400 metros ¿pero como país le hemos regalado el oro a ella? Mi respuesta es que no y según he visto en las redes y en las conversaciones que he tenido esa es también la respuesta de muchos y muchas de ustedes. No le damos el oro a Marileidy porque el gobierno que nos representa, como muchos otros antes de éste, no ve la formación deportiva de nuestra gente joven como una prioridad y no garantizó los recursos necesarios y a tiempo para el triunfo de Marileidy y el resto de atletas excepcionales que tenemos.

Mucha gente en la clase política dominicana, el empresariado y otros espacios de poder quiere ahora celebrar lo que no ayudó a conseguir ni comprando un par de tenis. De hecho, alguien bromeaba en Twitter/X que el mejor regalo que le han hecho a Marileidy fue una persona profesional del derecho que le ofreció sus servicios por si las empresas que le han prometido de todo no cumplen con su palabra. O sea, no le damos el oro cuando la celebramos y reconocemos solo cuando ella y otros/as atletas ganan medallas para el país pero no cuando necesitan las dietas, el apoyo, el entrenamiento.

Tampoco le damos el oro a Marileidy cuando negamos la realidad que tan dignamente representa: las mujeres negras de las comunidades y barrios más pobres que son la gran mayoría de las mujeres dominicanas. Y lo negamos porque, como dije hace muchos años en mi columna de Clave Digital, el nuestro es un país maravilloso pero es un país del allante. Queremos vivir de espaldas a lo que somos y especialmente quienes somos de clase media y alta intentamos descalificar o ignorar a la gran mayoría de la población dominicana de la que Marileidy es parte. No queremos aceptar que existe una desigualdad profunda entre las clases sociales (“la señora del servicio es como de la familia” pero protestamos cuando el gobierno aumenta y regula su sueldo), ni entre las metrópolis de Santo Domingo y Santiago y el resto del país (si somos de la capital decimos que el resto “es monte y culebra”) ni tampoco queremos reconocer que la gran mayoría somos personas negras y mulatas (el negro solo está “detrás de la oreja”).

Así como a la gimnasta Simone Biles llevan años haciéndole “bullying” en EEUU por ser una mujer negra, así también Marileidy y otras atletas que valientemente ha salido a defender han sufrido las consecuencias y el acoso frecuente por ser mujeres negras y de los sectores más humildes de nuestras provincias. Y cuando se trata de atletas dominicanos de origen haitiano como Luisito Pié, el acoso es aún más terrible aunque pongan en alto el nombre de la República Dominicana. Y reitero, me alegra muchísimo que el nuevo triunfo olímpico de Marileidy hace que la celebremos y la recibamos con tanto amor en el aeropuerto. Su sonrisa sin fin ante esas manifestaciones de cariño no tiene precio como dice el anuncio aquel.

Pero ahora falta que nos cuestionemos el por qué seguimos reproduciendo estas ideas de autoritarismo social que nos llevan a despreciar y a querer siempre “poner en su sitio” a las personas negras de nuestros barrios y campos y especialmente a las mujeres negras de nuestros barrios y campos. Por ejemplo, ¿por qué ese afán de ponerle uniformes (horrorosos además) a las nanas y trabajadoras domésticas para diferenciarlas de la familia si son “como de la familia”? ¿Por qué la ilustradora que puso una imagen en Twitter celebrando a Marileidy no la pintó con su color oscuro de piel sino como “indiecita clara” como si el color negro fuera algo negativo? Si las mujeres negras son la mayoría de las mujeres dominicanas, ¿por qué a tanta gente le da trabajo verlas como la regla y no como la excepción?

El triunfo de Marileidy también desafía la definición tan estrecha de lo femenino que todavía mucha gente tiene en nuestro país y en el mundo. Su musculatura, su falta de maquillaje, su color y su cabello afro no son lo que mucha gente tiene en mente cuando piensa en cómo deben verse las mujeres (como si hubiera una sola manera para todo el mundo) ni está en las actividades que fomentamos en nuestras niñas. Si una mujer que se ve como Marileidy fuera a buscar trabajo a una de las tantas empresas donde se pide tener “buena presencia” no le iría muy bien. Por más calificada que sea difícilmente le ofrezcan el puesto porque tener “buena presencia” (el ideal de belleza de la mujer en República Dominicana que tanto limita lo que las mujeres pueden o no pueden hacer) es ser lo más “indiecita” o “blanquita” posible y con el cabello lacio o que lo parezca.

Mi colega Juan Miguel Pérez lo dijo mejor todavía en su cuenta de Instagram (@operacionlazo) y por eso les comparto la cita completa: “La gacela dominicana, hoy campeona olímpica, tiene un rostro y cuerpo tan familiar a todos los dominicanos. Marileidy lleva el rostro de la cajera del supermercado donde compran las clases privilegiadas, y que ve pasar embutidos y vinos que en una sola compra pueden equivaler a su salario del mes; Marileidy tiene el rostro de esa muchacha que la clase alta le impone su uniforme de nana, para que en lugares públicos y en reuniones privadas, se marque bien la frontera social entre ‘nosotros’ y ‘ellas’; Marileidy tiene la cara y el cuerpo de una trabajadora de zona franca, de una banquera de lotería, de una salonera, y hasta de la muchacha que te fríe el desayuno en una esquina. Y detrás de ese rostro y ese cuerpo, van millones de dominicanas.”

Marileidy nos ha regalado no solo el oro y el récord olímpico sino también su ejemplo de elegancia y aplomo. La elegancia con la que agradece a quienes sí la apoyaron (especialmente el pueblo dominicano) y con la que dice que no a quienes siente que la quieren utilizar. Y el aplomo de saber quién es y a quiénes representa aunque todavía no lo entendamos las y los demás. ¿Qué tal si le devolvemos el favor dándole como regalo también ese oro?