La religión y el mito se han manifestado en el lenguaje poético y en la lengua literaria de autores dominicanos desde los orígenes mismos del Estado nacional El poeta se ha expresado, principalmente, mediante recursos intuicionales y lingüísticos en el movimiento y la alteridad de la religión, el mito y la filosofía, habida cuenta de la función expresiva, comunicativa y estética que se extiende y trascendentaliza en el poema como cuerpo verbal, escritura, evocación y lenguaje.
La religión, la religiosidad, la mística del deseo y la privación de los sentidos van más allá del mundo de la vida y de su troncalidad subjetiva marcada por los signos del mundo. La imagen fundamental del absoluto, el Eterno, el dios, ordena, destruye y reordena el cosmos poético mediante variantes de lenguaje, creencia y poíesis.
La poesía dominicana es un fenómeno que se reconoce desde una perspectiva universalista y nacional en la modernidad, pero sobre todo en los diversos caminos de la creación o creacionalidad, estimado en y desde la intuición fundante del poeta. Los impulsos del poema religioso en el país merecen, por muchas razones filosóficas y teóricas, una explicación, a veces abarcante y a veces prudente, por lo que toca a su definición, interpretación y comunicación.
El arqueado de una significación que ha primado en el proceso de creación poética en el país requiere de una lectura de superficie y de profundidad de los textos, de una lectura de superficie y de profundidad de los textos en el orden dinámico de una articulación teorética y filosófica incluyente de un logos mítico, místico y filosófico, unificado en el poema como apertura y visión trascendental y autoexperiencial.
Los Poemas posbíblicos (2000) de Tomás Castro Burtiez y su Vuelta al cantar de los cantares (1986), movilizan el texto bíblico ironizado, orientado a una perspectiva religiosa localizada en un tiempo de la subjetividad y la alteridad, de una articulada densidad filosófico-poética, socio-religiosa
Entender o extender desde el poema las claves fundamentales de lo religioso y lo poético-teologal implica reconocer las imágenes fundamentales del mito y la filosofía, el tiempo y el filosofar como dialéctica de lo íntimo, anábasis y catábasis; impulso y movimiento en el marco de una travesía donde el poeta, como intérprete y homo religiosus, organiza desde lo infuso, lo difuso del mundo. Pero en el caso del poeta y del poema en los diversos registros estético-expresivos, lo religioso, lo mítico y lo místico se justifican en la ambigüedad y la “fundacionalidad” del lenguaje poético.
El hecho de propiciar universos interiores e individuales mediante cardinales expresivas teologales necesita de una lectura interna y externa de la poeticidad y sus fuerzas textuales, tal y como ocurre en poemas como Rosa de tierra, de Rafael Américo Henríquez; El poema de la hija reintegrada, de Domingo Moreno Jimenes; Sin mundo ya y herido por el cielo, de Franklin Mieses Burgos; Las ínsulas extrañas, de Héctor Incháustegui Cabral; Los profetas y Viacrucis, de Máximo Avilés Blonda; Ciudad de los escribas, de Antonio Fernández Spencer, y otros en cuyo espacio de fe, creencia y visión de Dios como omnipotente y absoluto, constituyen la línea definicional, visional y “mutacional” del poema.
La presencia en hipóstasis y leyenda, tradición y alcance de influencia, muestra un movimiento enunciativo cualificado en los ejes de base del poema entendido como texto-textualidad-textualización, en los procesos internalizados en el poema asumido también como transubstanciación y construccionalidad estético-verbal.
Los pasos, mundos, actos y modos de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Fray Luis de Granada, Meister Eckhart, los alumbrados españoles, Fray Luis de León y otros se dejan sentir en los poetas y en las formas que se reconocen en el proceso de elaboración del poema. La sentimentalidad religiosa, mítica y mística es un proceso que debemos estudiar, tanto en los llamados “antiguos” como en los “modernos” en la historia poética aceptada y ordenada como canon en el país.
Si se justifica una investigación de las estructuras y funciones del texto poético, a partir de los momentos de la creación poético-verbal, podríamos interpretar la identidad religiosa y la invención de mundos invisibles del poeta en texto y contexto. Los nudos de la subjetividad religiosa se dejan escuchar desde aquella Novena para implorar la protección de María santísima por medio de su imagen de Altagracia…, publicada en Santo Domingo en la imprenta de Andrés Bocquerst, año de 1800, 1ra. Edición; y publicada por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos en el 2002.
Podemos decir que el lirismo religioso de los Gozos A la madre de Dios de Altagracia constituye, en su enunciación oral-escrita, una constelación poética en el ámbito insular que, indudablemente, universaliza la poesía en este casi escondido punto que es la isla de Santo Domingo y que habrá de revelarse en poetas populares y de la llamada “alta cultura”, más tarde en el país.
Pero, ¿qué es lo religioso en la poesía dominicana? ¿No depende nuestra religiosidad poética del poema vinculado necesariamente a las imágenes sagradas evocadas, pensadas, reconocidas, “escritas” en tiempo y espacio por nuestros grandes poetas?
La santidad, los grados ocultos y desocultados de la religiosidad en la poesía hacen del poeta un pozo, una fuente, un hálito, el ala, el punctum de soledad más alto, el vértigo, el éxtasis y, en fin, el vínculo mediúmnico, oceánico de un poder leído solo en el poema-fuente, en el poema-puente, en el poema-historia y en la travesía “decidora” de la revelación “religiosa”.
Pretendemos estudiar, en este sentido, una cartografía místico-religiosa y filosófica de la poesía dominicana, de los poetas que se afirman en la autoporencialidad de un verbum extático y comprensivo de las imágenes fundamentales, proyectadas en un lenguaje, en cada caso fundacional, donde lo que verdaderamente permanece es la extrañeza, la desventura, el alejamiento, la visionalidad unida a la poeticidad de los orígenes, pero sobre todo a los estremecimientos y los espasmos confluyentes, tal como podemos observar en Los profetas y Viacrucis de Máximo Avilés Blonda, pero también en La espada metafísica de Manuel del Cabral (1989) y Órbita inviolable (1953) de Alberto Peña Lebrón.
Una poesía dominicana desconocida entra en la profundidad teologal y en la dialéctica de lo religioso, de lo mítico, de lo filosófico y de la extrañeza. Se trata de Ivelisse Fanith. El libro Orígenes y tiempos (2005) habla desde un espacio de eternidades o, más bien, de huellas de la eternidad, rumores de soledad, perennidades, eternidades en el centro del amor y despertares.
Pero también, desde la verticalidad y el vínculo en la década de los 80, tres poetas “hablan” lo religioso, lo místico, lo mítico y lo filosófico en el poema entendido como sentiente y continente. Se trata de Plinio Chahín Rodríguez, José Mármol y Tomás Castrp Burdiez. El primero se expresa en un lenguaje de transfiguración visionaria en el contexto del lenguaje-alteridad, a través de tres libros que deben ser leídos con atención y fuera de adjetivos generales. Se trata de Consumación de la carne (1986), Solemnidades de la muerte (1991) y Hechizos de la Hydris (1999).
Las cardinales religiosas, míticas y místicas de estas tres obras se manifiestan en la coherencia temático-verbal, filosófica, poética y transcreacional.
Un libro significativo a propósito de vínculos religiosos, existenciales y teocéntricos es Encuentro con las mismas otredades (1-2) del poeta José Mármol. La inquietud óntico-ontológica, pero también ontoteológica, moviliza el lenguaje desde una tensión interno-externa que se traduce en los variados tiempos de un lenguaje constituido en grados poliestratificados de exterioridad-interioridad.
La invención del día (1989) es en el orden intimado del lenguaje, el resultado de una poética contemplativa que unifica las sendas y ultimidades de una ontología de lo visible y lo invisible.
Por su parte, los Poemas posbíblicos (2000) de Tomás Castro Burtiez y su Vuelta al cantar de los cantares (1986), movilizan el texto bíblico ironizado, orientado a una perspectiva religiosa localizada en un tiempo de la subjetividad y la alteridad, de una articulada densidad filosófico-poética, socio-religiosa y donde el sujeto de la religión y de lo religioso se pronuncian en la mirada que critica el tiempo de la “seidad” profana, el poeta desacraliza en el texto aquel-aquello impronunciable, centralizable en el texto bíblico, pero recuperable en un sujeto posbíblico particularizado en el otro, en la otredad crítica y profana, convirtiéndose así en suma de realidades (ver, Poemas posbíblicos, p. 47, op. cit.).
La amenazada visión cristiana se construye en la amenaza legible en el Email a Jesús (p.49), donde lo religioso es aquí el marco significante de la contradicción, y lo político enuncia las posibilidades del homo religiosus y el homo politicum. Todo lo cual permite entender las “variables de la ley de gravedad de Jesús” (p. 48):
Hemos aprendido de Jesús
Que cayéndonos
También podemos levantarnos
Todo depende del ángulo
Del golpe de fe
Al momento de descender
A veces la caída
Puede ser la verdadera
Forma de ascender.
Toda una dialéctica marcada por la tradición y la ruptura participa de una historia de la religión y la religiosidad asumida en el discurso poético dominicano. Si lo entitativo revelado en el poema, la religión, el mito y la filosofía extienden su forma-contenido en la orientación de la metáfora constituida como vaciedad-plenitud, es en el sumum bonum de la cardinal poética donde encontramos el enclave semántico de lo poético y lo teologal como estructura de la subjetividad religiosa y de los filosofemas que se articulan en el fondo mismo de la religiosidad y el éxtasis místico.
En la poesía dominicana producida a todo lo largo del siglo XX, asistimos a la relación imaginaria entre mística, religiosidad y ontología, observándose el conjunto entitativo realizado en la soledad del ser, el amor en-el-ser, la muerte en-el-ser y la finalidad (escatología) en-el-ser.
Las ínsulas extrañas, de Héctor Incháustegui Cabral; Los profetas y Viacrucis, de Máximo Avilés Blonda; Ciudad de los escribas, de Antonio Fernández Spencer, y otros en cuyo espacio de fe, creencia y visión de Dios como omnipotente y absoluto, constituyen la línea definicional, visional y “mutacional” del poema.
La dialéctica del signo religioso, místico y filosófico se lee en la poeticidad constituida en Aura de soledad de Máximo Avilés Blonda. El soneto titulado justamente “Aura de soledad” se pronuncia en “la dulce soledad, toda transida”, para revelarse en el alfabeto “de un goce de la muerte que te deja/ el alma en la penumbra, conmovida, / y el corazón tan quieto, que semeja/ un espejo de dicha detenida”. (pp. 3-4).
Pero en Máximo Avilés Blonda la mística asegura logos y transfiguración en aliento místico y religiosidad poética. La teodicea poética se explica y se siente como manifestación en el gesto aurático y en el diálogo interior asumido e intuido en la causa primera del nous theios, poema y apertura del sentido en cuyo espacio advierte el cuerpo-sentido, la creencia-sentido y el tiempo místico manifestado en el poema-signo y la alteridad teologal.
Máximo Avilés Blonda es un poeta que siente y adora el misterio desde una visión soteriológica y sobre todo salvífica en su práctica mística. Su travesía se vuelve hierofánica, allí donde el mundo resulta de un proceso que habita la visión en la cual el poema sacraliza la entidad humana y Dios totaliza el acto de existir. Pero la historia humana recibe a Dios en su travesía mistérica y salvadora, toda vez que el ente mundano asume lo sagrado y lo profano como categorías míticas y místicas, desde las cuales ordena el ser su propio universo de valores teologales.
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