Lo verdaderamente revolucionario de la tesis de Pérez Cabral es su afirmación de que la República Dominicana es la única nación del mundo donde el mulato constituye el 80% de la población y ejerce una hegemonía total. Mientras en Brasil o Estados Unidos el mulato es una minoría dentro de un sistema bipolar, en Santo Domingo es la mayoría absoluta, el protagonista indiscutible de la historia. Esta circunstancia creó una "biotecnia especial": al no estar el color asociado forzosamente a la condición de esclavo.
El proceso no fue instantáneo, sino el resultado de una evolución que comenzó en el siglo XVI y Núñez en el siglo XVII. La mulatización se aceleró por el desequilibrio de sexos entre los colonos españoles —donde las mujeres representaban apenas el 10% de los viajeros— y la rápida extinción de la población indígena. Para 1545, cronistas como Benzoni ya observaban que los negros se habían multiplicado de tal manera que se temía que la isla pasara a ser de su propiedad. Hacia 1570, los mulatos ya eran el grupo hegemónico, y para mediados del siglo XVII, su predominio era absoluto. La pobreza y la despoblación de blancos hacia otras tierras del continente derribaron las barreras sociales, y la mezcla biológica avanzó sin restricciones.
En el siglo XVII, las Devastaciones produjeron una gran emigración de familias blancas de Santo Domingo; esa tendencia se aceleró incluso durante la ocupación haitiana (1822-1844), cuando hubo un "oscurecimiento biológico" de la población; este proceso no hizo más que consolidar el carácter mulato de la nación.
La República Dominicana es, en palabras de Pérez Cabral, como un experimento de laboratorio que se salió de control: la metrópoli abandonó el recinto, y al quedarse solos, sin recursos y sin nuevas oleadas de población blanca, los elementos se mezclaron tan profundamente que crearon un compuesto nuevo, irreductible a sus partes originales. Sin embargo, ese compuesto sigue intentando convencerse de que es otra cosa, de que puede separarse en lo que ya no existe por separado.
Esta circunstancia implica una reinterpretación de la abolición de la esclavitud, decretada por Jean Pierre Boyer en 1822,República. La abolición actuó sobre una sociedad donde la esclavitud ya era marginal, doméstica y debilitada, y por tanto su impacto real sobre los esclavos fue limitado. No hubo aquí una liberación masiva comparable a la de las sociedades plantocráticas; hubo, más bien, la formalización jurídica de una libertad que, en gran medida, ya se ejercía.
La abolición de la esclavitud decretada por Boyer en 1822 se aplicó a una sociedad donde el proceso de manumisión y el mestizaje ya habían liberado a la inmensa mayoría de la población mucho antes de la unificación de la isla. La libertad era ya mayoritaria: Para 1750, décadas antes de Boyer, las estadísticas citadas por Pérez Cabral ya mostraban una disparidad enorme: 110,000 hombres libres frente a solo 15,000 esclavos.
En este contexto, el mulato dominicano no surgió como un "híbrido defectuoso", sino como el protagonista de una sociedad donde la mezcla no borró identidades, sino que creó una nueva. La hispanidad, lejos de ser un elemento de opresión o exclusión, se integró orgánicamente a esta realidad. La lengua española, la religión católica y las costumbres hispanas no fueron impuestas como símbolos de un racismo antinegro, ni generaron un odio de razas. Más bien, se fusionaron con los aportes africanos e indígenas para formar una cultura auténticamente dominicana, donde lo mulato no era una categoría marginal, sino el núcleo de la identidad nacional.
La República Dominicana es, desde el siglo XVII, un caso único en América: una sociedad donde la mayoría de la población de origen africano nunca fue esclava o logró la libertad muy temprano. Este dato no es menor: mientras en otras colonias el estatus de esclavo se heredaba y se perpetuaba, en Santo Domingo la manumisión fue común, y la libertad se convirtió en un derecho adquirido para la mayoría. Esta tradición de libertad precoz —y no concedida por aboliciones externas— es un "ingrediente puro" que persiste en la psicología colectiva, aunque a menudo se olvide o se distorsione.
Las interpretaciones tradicionales —influidas por los modelos haitianos, cubanos o jamaiquinos— han tendido a presentar la esclavitud en Santo Domingo como un fenómeno similar al del resto del Caribe: brutal, racializado y perpetuo. Sin embargo, Pérez Cabral demuestra que esta visión ignora un hecho capital: para finales del siglo XVII, la isla ya era mayoritariamente libre y mulata. Mientras en Barbados o Jamaica el esclavo africano era una mercancía sin derechos, en Santo Domingo la manumisión era un mecanismo extendido, facilitado por la economía del hato ganadero (menos dependiente de la mano de obra esclava que la plantación azucarera). Los negros libres superaban en número a los esclavos, creando una dinámica social donde el color no determinaba automáticamente el estatus legal. El "blanco de la tierra" —el mulato que, por su posición social o económica, era aceptado como igual— era una categoría reconocida, algo impensable en las sociedades binarias del Caribe anglosajón o francés.
Cuando el historiador dominicano se asoma al espejo del pasado, suele hacerlo con las lentes empañadas por las interpretaciones ajenas. Durante décadas, nuestra historia se ha narrado como un eco distorsionado de los dramas caribeños: la rebelión esclava de Haití, el racismo plantocrático de Cuba, el colonialismo paternalista de Puerto Rico. Sin embargo, un dato —aparentemente simple, pero de consecuencias abismales— desmonta el andamiaje de estas analogías forzadas: en la República Dominicana, desde el siglo XVII, el 80% de la población era mulata y libre. Esta realidad, meticulosamente documentada por Pérez Cabral, no es un mero detalle demográfico, sino el eje sobre el cual debe girar toda reinterpretación de nuestra identidad nacional.
Esto plantea una pregunta incómoda: ¿cómo ha condicionado la existencia de una mayoría mulata, históricamente libre y unificada, la identidad nacional, en contraste con las sociedades caribeñas donde predominó la oposición binaria?
Cuba y Santo Domingo: dos caminos divergentes en el mestizaje americano
La comparación entre la composición étnica de la República Dominicana y Cuba revela procesos históricos y demográficos divergentes. Mientras que la primera se define como una comunidad mulata con hegemonía cuantitativa, la segunda ha mantenido históricamente una predominancia blanca y un hibridismo limitado.
En la República Dominicana, según Pérez Cabral, el mulato representa el 80% de la población, mientras que el negro puro constituye un 15% y el blanco un 5%. En contraste, las estadísticas cubanas muestran una abrumadora mayoría blanca (oscilando entre el 66% y el 74% en diversos censos), situando al mulato y al negro como minorías. En otras estadísticas más recientes sobre República Dominicana, se habla de 72% de mulatos, 16% de blancos y 11% de negros. En otro estudio ordenado por la Academia Dominicana de la Historia con investigadores de la Universidad de Pennsylvania y la National Geographic (2016), estableció que el 49% de los dominicanos tenía ADN africano, 39% ADN europeo y 4% ADN taíno o amerindio. En todo caso, se llega a la conclusión de que la sociedad dominicana es la comunidad mulata más grande en el mundo. Por lo que toca al ADN amerindio, otro estudio realizado por la Universidad de Puerto Rico dirigido por Juan Carlos Martínez Cruzado establece que los dominicanos tienen un 15% de ADN amerindio (2011).
La prosperidad azucarera en Cuba fomentó un régimen esclavista rígido y discriminatorio, similar al modelo estadounidense, que mantenía una barrera clara entre las razas. Por el contrario, la decadencia económica dominicana impuso una esclavitud "doméstica o rudimentaria", donde la pobreza extrema y el aislamiento derribaron los
En las plantaciones cubanas, los colonos preferían hombres esclavos para el trabajo rudo, excluyendo a menudo a las mujeres, lo que limitaba la procreación híbrida. En Santo Domingo, el marcado desequilibrio entre hombres blancos y la escasez de mujeres de su misma condición obligó a la unión con negras y mulatas, consolidando al mulato como el "dueño del escenario demográfico" ya desde el siglo XVII.
En Cuba existía una actitud de repulsión racista marcada, incluso en los estratos pobres. En la República Dominicana, aunque existe una "vocación a la blancura", se practica una indiscriminación biológica virtual donde el mulato no es segregado, sino que constituye la masa de todas las clases sociales. Así entendida, la composición racial dominicana y la relativa escasa repercusión de la abolición sobre los esclavos domésticos confirman la tesis mayor de Pérez Cabral: la nación dominicana no nace de un decreto ni de una ocupación, sino de un largo proceso de incorporación, donde la libertad, el mestizaje y la identidad se fraguaron antes de ser proclamados.
La paradoja de Pérez Cabral: la recaída en el determinismo racial
La obra de Pérez Cabral, indispensable para desentrañar los simplismos que rodean la identidad dominicana, tropieza con una contradicción fundamental. Mientras desmonta la falsa dicotomía racial que opone blancos y negros —demostrando que, a diferencia de Haití, en República Dominicana nunca hubo guerra de razas—, reintroduce, por vía trasera, un antagonismo artificial. Su error no es menor: al atribuir al mulato una serie de "taras" supuestamente inherentes a su condición —servilismo, blancofilia, inestabilidad psíquica—, no solo carece de sustento empírico, sino que resucita, bajo ropaje crítico, el determinismo racial del siglo XIX, ya superado por la antropología moderna.
La cultura dominicana no se construye contra la hispanidad, sino desde ella. Todos los dominicanos —negros, blancos, mulatos— comparten la lengua española, el catolicismo (aunque sincretizado con raíces africanas) y un marco jurídico-simbólico común. No hay aquí dos almas en pugna —una "africana" y otra "hispánica"—, sino una unidad cultural vivida como una simbiosis. O más bien como una síntesis, anterior a cualquier discurso identitario.
Pérez Cabral comete el mismo error que critica: biologiza lo que es histórico. Como advirtió Lévi-Strauss, la raza no explica la cultura. Las diferencias físicas, cuando existen, no determinan sistemas de valores, estructuras mentales ni comportamientos sociales. Atribuir "patologías" a un grupo racial es confundir hechos históricos —como la estratificación colonial— con fatalidades naturales. El "blancofilismo" del mulato no es una tara biológica, sino una respuesta lógica en sociedades jerarquizadas: aspirar a los símbolos de prestigio del grupo dominante es un fenómeno universal, no un defecto de sangre.
El problema de fondo, como señalaba Lévi-Strauss, es que el racismo surge cuando se toman diferencias culturales (contingentes, aprendidas) por diferencias biológicas (innatas, inmutables). La ciencia contemporánea lo confirma: no hay bases genéticas para hablar de razas humanas en sentido estricto, y mucho menos para vincularlas a rasgos psicológicos. La variabilidad dentro de un grupo es siempre mayor que la existente entre grupos, lo que invalida cualquier generalización esencialista.
Pérez Cabral, al insistir en antagonismos donde hubo integración, debilita su propio aporte más valioso: que la República Dominicana es excepcional en América porque disolvió tempranamente el binarismo racial. La nación no se construyó contra un "otro", sino incorporando herencias diversas en un mismo cuerpo cultural. Atribuir al mulato defectos congénitos es retroceder a un esencialismo que la historia —y la ciencia— ya superaron.
Criticar a Pérez Cabral no implica negar los conflictos identitarios reales, sino reubicarlos en su verdadero plano: el histórico, no el biológico. Si el mulato dominicano ha vivido ambigüedades, estas no nacen de su genética, sino de una historia marcada por el colonialismo, el abandono metropolitano, la pobreza estructural y la importación tardía de ideologías raciales ajenas. La "patología", si acaso existe, no está en el sujeto, sino en los discursos que intentan encerrarlo en categorías rígidas.
Para entender al dominicano —mulato en su mayoría, pero culturalmente uno— hay que seguir la advertencia de Lévi-Strauss: analizar las estructuras históricas y simbólicas que lo formaron, no buscar en su biología lo que esta no puede explicar. Solo así se salva lo mejor del pensamiento de Pérez Cabral, sin caer en las sombras ideológicas que lo empañan. La dominicanidad no es una lucha de razas, sino una síntesis en movimiento. Y en eso, al menos, Pérez Cabral tenía razón.
La pregunta que Pérez Cabral nos deja es clara: ¿Cómo transformar la mulatización de un "problema" en un proyecto? La respuesta no está en el pasado, sino en el futuro que queremos construir. Un futuro donde reescribamos nuestra historia con honestidad, donde celebremos nuestra libertad temprana, donde asumamos el mestizaje sin complejos. La República Dominicana no necesita ser otra cosa. Lo que necesita es ser, por fin, ella misma. Una nación mulata, libre y orgullosa de su mezcla. Y ese, queridos compatriotas, es el único proyecto que vale la pena. No se trata de negar lo que somos, sino de celebrarlo, entenderlo y proyectarlo hacia adelante con orgullo y claridad. Porque nuestra identidad no se basa en oposiciones, sino en síntesis.
Referencias bibliográficas
- Pérez Cabral, P. A. (2007). La comunidad mulata: El caso sociopolítico de la República Dominicana. Santo Domingo, República Dominicana: CIELONARANJA. (Obra original publicada en 1976).
- Vasconcelos, J. (1925). La raza cósmica: Misión de la raza iberoamericana. Notas de viajes a la América del Sur. Madrid, España: Agencia Mundial de Librería.
- Álvarez Perelló, C., et al. (2018). Genetic structure of the Dominican Republic population. Genes, 9(11), 530. https://doi.org/10.3390/genes9110530
- Martínez Cruzado, J. C. (2002). The use of mitochondrial DNA to discover pre-Columbian migrations to the Caribbean: Results for Puerto Rico and expectations for the Dominican Republic. American Journal of Physical Anthropology, 119(3), 261-271. https://doi.org/10.1002/ajpa.10138
- Universidad de Pensilvania sobre ADN antiguo de taínos, con implicaciones para República Dominicana). https://doi.org/10.1073/pnas.1717889115
- Lévi-Strauss, C. (1952). Raza y cultura. UNESCO. (Aunque no trata específicamente de República Dominicana, es una referencia teórica clave sobre raza, cultura y mestizaje en América).
- Diversidad genética en ADN mitocondrial en la República Dominicana: Implicaciones para la historia y demografía de La Española Robert Paulino-Ramirez; Elizabeth Oakley, Bernardo Vega; Miguel G. Vilar; Aida Mencia-Ripley; Leandro Tapia, Suzana Guerrero-Martinez; Arismendy Benitez; Theodore G. Schurr CLIO 197 (2019)
Compartir esta nota