En Christian Atheism: En How to Be a Real Materialist (2024), Slavoj Žižek profundiza una línea de pensamiento que atraviesa buena parte de su obra madura: la paradoja según la cual el cristianismo, correctamente entendido, no conduce a la fe religiosa tradicional, sino a una forma radical de ateo materialista.
Para Žižek, lejos de ser un residuo premoderno, el núcleo del cristianismo contiene una potencia filosófica que permite pensar la negatividad, la contingencia y la ausencia de fundamento último mejor que muchas formas contemporáneas de materialismo científico.
1. El núcleo del “ateísmo cristiano”
La tesis central del libro puede resumirse así: el cristianismo es la religión que, en su propio corazón, anuncia la muerte de Dios, y por ello abre el camino a un materialismo genuino. Žižek se apoya en una lectura heterodoxa de la teología cristiana —especialmente del momento de la crucifixión— para sostener que, cuando Cristo clama “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, no asistimos a una escena simbólica, sino a un acontecimiento ontológico decisivo: Dios se divide, se abandona a sí mismo y deja de existir como garante trascendente del sentido.
En esa interpretación, el cristianismo no promete reconciliación metafísica ni un orden oculto que sostenga la realidad. Revela que no hay un “Gran Otro” que asegure la coherencia del mundo. Aquí Žižek enlaza teología, psicoanálisis lacaniano y dialéctica hegeliana: así como el sujeto está estructuralmente marcado por la falta, la realidad misma carece de un fundamento último.
Por ello, el “ateísmo cristiano” no es un rechazo ilustrado de la religión en nombre de la ciencia, sino una fidelidad radical al gesto cristiano: aceptar que no hay Dios que garantice el sentido, y que la responsabilidad ética y política recae enteramente en la comunidad humana.
2. Crítica al materialismo “vulgar”
Žižek dedica buena parte del libro a polemizar con lo que denomina materialismo naturalista o cientificista, dominante en buena parte del pensamiento contemporáneo. Según él, ese materialismo sigue siendo “religioso” en un sentido oculto, porque postula leyes naturales, estructuras matemáticas o procesos evolutivos como si fueran un nuevo orden necesario y tranquilizador.
Frente a esto, Žižek propone un materialismo de la negatividad: la materia no es una sustancia plena y autosuficiente, sino algo internamente inconsistente, atravesado por rupturas, contingencias y fracasos. En ese punto, el cristianismo —leído dialécticamente— resulta más materialista que muchas filosofías atea, porque acepta la ausencia de sentido último sin reemplazarla por una nueva necesidad disfrazada de ciencia.
3. Comunidad, espíritu y política
Otro eje clave del libro es la reinterpretación del Espíritu Santo. Para Žižek, este no designa una entidad sobrenatural, sino la comunidad de creyentes unida no por una verdad trascendente, sino por la asunción compartida de la pérdida. La comunidad cristiana auténtica no se organiza alrededor de un dogma positivo, sino alrededor de la aceptación de que no hay garante externo.
Este planteamiento tiene consecuencias políticas: Žižek sugiere que solo una comunidad que ha atravesado la experiencia de la “muerte de Dios” puede sostener una ética verdaderamente universalista y emancipadora, sin recurrir a identidades cerradas ni a fundamentos metafísicos.
4. Punto crítico: ¿apropiación filosófica o vaciamiento del cristianismo?
El punto más problemático del planteamiento de Žižek reside precisamente en su fuerza: ¿hasta qué punto su “ateísmo cristiano” sigue siendo cristianismo, y no una apropiación filosófica que vacía el contenido religioso de la fe?
Desde una perspectiva teológica clásica, podría objetarse que Žižek absolutiza el momento de la cruz y lo separa artificialmente, arbitrariamente, de la resurrección. El cristianismo histórico no se define solo por la experiencia del abandono, sino por la afirmación de que ese abandono no es la última palabra. Al eliminar toda trascendencia y toda promesa de reconciliación, Žižek transforma el cristianismo en una ética trágica de la finitud, que puede ser filosóficamente sugestiva, pero que ya no coincide con la revelación subyacente de la tradición cristiana.
Además, su crítica al materialismo cientificista puede volverse contra él mismo: al privilegiar una lectura altamente abstracta y dialéctica del cristianismo, Žižek corre el riesgo de instrumentalizar la religión como mero vehículo de sus propias tesis hegeliano-lacanianas. En ese sentido, su “materialismo cristiano” podría parecer menos una superación del ateísmo moderno que una sofisticada reformulación del mismo, que utiliza el lenguaje teológico sin asumir sus compromisos existenciales y comunitarios reales.
En resumidas cuentas, Christian Atheism es una obra provocadora que reafirma a Žižek como uno de los pensadores más originales en el cruce entre filosofía, teología y política.
Su lectura del cristianismo como religión de la muerte de Dios ofrece una crítica potente tanto del ateísmo superficial como de la fe dogmática.
No obstante, su propuesta deja abierta una pregunta decisiva: si al final no hay Dios, ni trascendencia, ni promesa de reconciliación, ¿qué queda del cristianismo más allá de una metáfora filosófica de la negatividad?
A mi entender, nada. Ni sombras de la fe cristiana, ni algo convergente con el cristianismo en la civilización occidental.
Pero por ello mismo, considero que el interés del libro reside precisamente en esa tensión no resuelta. La que queda librada al mejor juicio de cada lector.
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