El orgullo de hoy se convierte en vergüenza mañana, de ahí que el futuro nunca es un buen consejero en arte. Hoy vigencia, mañana olvido. Ni en escritura ni en ninguna actividad humana se puede creer en el futuro y menos en lo concerniente a las obras escritas, sin importar la valoración que la crítica pueda tener de ellas.
El futuro, generalmente, nos compromete con algo que no ha llegado, pero humanos al fin, siempre nos sobrecoge el ánimo que lo que estamos haciendo cual estrellitas, cual mariposas o luces intermitentes en la cabeza, es algo fuera de serie. Eso va para la creación literaria en general.
Fue lo que pasó con los libros dedicados por los autores al general Rafael Leónidas Trujillo y compartes. La dedicatoria de hoy es la pesadilla de mañana, y más cuando se trata de dedicatorias a personajes con hojas de servicios públicos y privados que ni el mismísimo diablo las envidiaría. Las dedicatorias de libros de poetas, novelistas, intelectuales y hombres de letras, etc. al perínclito en la Era de Trujillo llama a reflexionar.
El papel de las fotografías que aparecían en los libros, tanto del dictador como de sus familiares, sin importar la calidad de la impresión, era de mejor calidad que las demás hojas del libro, que rara vez incluía la fotografía del autor. El autor del libro sabía detrás de qué andaba. “Escobita nueva barre bien”. Por supuesto que la escobita de la Era barrio demasiado bien, hasta castrar la imaginación a los escritores e intelectuales en malas y no en malas, caídos en desgracia de la Era.
Esas dedicatorias, de toda índole, tienen que ver con las personalidades de los autores, no con la obra, aunque se les cantara a la “Gloriosa Era, por los siglos de los siglos”.
¿Solicitaba Trujillo esas dedicatorias? No creo que alguien se atreva a pensar que sí. De que ayudaba con el costo de la edición, por supuesto. No bien el autor dedicaba el libro empezaba a vislumbrar su ascenso en el sector público, que digo, la finca de Trujillo, llamada Estado Dominicano.
El escritor, ya que no puede vivir de su obra, ni en ese tiempo ni en este, tiene la vocación del ascenso social bien desarrollada en su cabeza y en el estómago. Las dedicatorias de libros que no sobrevivieron como obras representativas de sus autores, se dieron a lo largo de la consolidación del régimen, y procedían de diferentes capas sociales. Y en la misma medida en que la dictadura fue consolidándose y controlando todo, hasta los pensamientos de muchos escritores, con loas al Generalísimo, esas dedicatorias hicieron explícita la condición humana de esos intelectuales. Lo que ellos sentían en ese momento es lo que importa, el arrepentimiento muchos años después, no llegó a reivindicarlos. Si el santo le desea salud y bienestar al diablo, les llegan las bendiciones. Moreno Jimenes, Andrés Avelino, Rubén Suro, Inchaustegui Cabral, Manuel del Cabral, Manuel Rueda, Mieses Burgos, Fernández Spencer, Gatón Arce, Mariano Lebrón Saviñón, Aída Cartagena Portalatin, Abelardo Vicioso, Rafael Valera Benítez, Ramón Cifré Navarro, Lupo Hernández Rueda Sánchez Lamouth, Lara Citrón, Hernández Franco, Luis Alfredo Torres, novelistas y cuentistas e intelectuales, etc., etc., sin contar los extranjeros, que de seguro les iba bien, mejor que a los del patio, en el pago por el trabajo realizado, en prosa, son una parte de quienes integran esa ominosa lista. Otro dato a destacar que llama a pensar como una ola, que los mayores exaltadores de la figura cómico-trágica del dictador fueron los poetas. Logrando la magna exaltación con el Álbum Simbólico, homenaje de los poetas dominicanos al Generalísimo Dr. Rafael Leónidas Trujillo Molina, Padre de la Patria Nueva (subtitulo tomo en mayúscula). Impreso en la Librería Dominicana, 1957. Publicaciones del Ateneo Dominicano. Muerto el dictador, el orgullo de figurar como poeta en el celebre Álbum Simbólico, de tres mil ejemplares, fueron destruidos la mayoría en el devenir de la década de los sesenta, primero por los poetas que figuran en la misma y luego el fuego fatuo de lo que no se quiere conservar sino en el recuerdo.
Las dedicatorias de los libros y los poemas tenían que ver con lo que el escritor andaba buscando: “Trascendencia es primero”. En algunos casos, Trujillo autorizaba las editoras del Estado para su publicación o les daba los chelitos para editarlo a nivel privado o el nombramiento en el gobierno salía de esas loas al régimen.
Hasta hace unos años, siempre me llamó a la atención que, al encontrarme con la bibliografía extensísima de la dictadura, libros publicados con patrocinio del régimen, escritos por tal o cual escritor, criollo o extranjero, el propietario, nunca estampaba su firma. Como el libro es un objeto, usted les pone su santo y seña, que es su nombre, generalmente en las primeras páginas, como en el caso de esos libros, que no los vendían en las pocas librerías del país, sino que eran obsequiados por el gobierno. El que lo recibía aun siendo acólito del régimen, no quería comprometer su rúbrica y por ende su alma, al poner su nombre: ¡Ay, no! ¡Así no!
De que tienden a avergonzar hasta en las tumbas, esas dedicatorias que un día se pensó que eran salvadoras, por supuesto. Fue lo que le pasó a un sector de los escritores e intelectuales dominicanos en la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo y Molina. ¡Zafe! para el presente.
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