Las alcaldías del país carecen de recursos suficientes para enfrentar los problemas comunitarios y tienen deficiencias operativas, pero algunos problemas los genera la misma ciudadanía, o, por lo menos, la ciudadanía podría ayudar a resolverlos si asume su responsabilidad.

Me encanta caminar por las calles y mis ojos se inclinan a lugares donde hay basura (no diré desechos sólidos porque prefiero usar una palabra de fácil entendimiento). Ubico la basura desde cualquier ángulo, y a veces quisiera ignorarla, ni verla, para no molestarme.

No entiendo cómo alguien es capaz de tirar una funda o una botella en la calle, vasos y platos plásticos en un parque. Es una desconsideración a los demás y un atentado al medio ambiente: a los bosques, a los ríos, al mar.

Tampoco entiendo las personas que pasean sus perros y dejan la pupú en las aceras sin inmutarse. Si la recogen, por lo menos la lluvia limpiará el resto. Si no, quedará ahí muchos días. Es una falta de respecto, por lo menos a quienes valoramos la limpieza.

Muchísimas veces la excusa es que no hay zafacones. ¡Mentira! Hay basura tirada incluso cerca de los zafacones. Es desidia, mala costumbre o pura sinvergüencería.

Si cada uno limpia su frente, pone la basura en fundas, las amarra, las pone en un tanque y no echa basura en ningún lugar público, podríamos mejorar muchísimo la higiene y la estética de nuestras ciudades, y lograr que una caminata deleite la vista y el espíritu.

No estoy hablando siquiera de reciclar, lo que deberíamos estar haciendo ya, es de lo más básico.

Para acercarnos al objetivo de un buen manejo de la basura, hace falta una campaña efectiva de concientización de la ciudadanía, regular mejor la inmensa cantidad de lugares que expenden alimentos y educar a los vendedores para que den ejemplo de limpieza, no de cochinería.

En un colmado, por ejemplo, es común ver a las seis de la mañana botellas en el piso, vasos plásticos, envases de comida y servilletas volando, dejados ahí la noche anterior, cuando en medio del jolgorio nadie se sintió comprometido ni obligado a recoger el reguero.

La basura no solo afea y trae mal olor, ratones, cucarachas y moscas, también bloquea los filtrantes de agua porque las rejillas se llenan de plásticos, botellas, funditas y vasos. Claro, hay problemas de drenaje debajo de las calles tan grandes o peores que los exteriores, y faltan filtrantes, por eso se inundan las calles.

Hace años había barrenderos para limpiar las cunetas, ya no porque las ciudades han crecido mucho. Ahora hay pequeñas brigadas que limpian fundamentalmente las principales avenidas o alguna zona que visitará algún funcionario público importante.

En este país hay que cambiar urgentemente la mala costumbre de tirar la basura en los lugares públicos, y se necesitan alcaldías que la recojan de manera efectiva. Si no, la cantidad de basura desborda la capacidad de dar el servicio.

Limpie su frente y no tire basura debería ser un lema. Tal vez así mejoramos.

Rosario Espinal

Socióloga

Autora de los libros “Autoritarismo y Democracia en la Política Dominicana” y “Democracia Epiléptica en la Sociedad del Clic”, y de numerosos artículos sobre política dominicana publicados en revistas académicas en América Latina, Estados Unidos y Europa. Doctora en sociología y profesora en Temple University en Filadelfia, donde también ha sido directora del Departamento de Sociología y del Centro de Estudios Latinoamericanos.

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