“No podemos escapar de las incertidumbres, pero podemos elaborar y poner en práctica unas estrategias que nos permitan enfrentarnos a ellas a partir de conocimientos o de informaciones fiables y que sean flexibles para adaptarse a los imprevistos”. (Edgar Morin).

Parece una simple obviedad, que la crisis de la democracia conlleva de manera inexorable a la cristalización de gobiernos y Estados neoautoritarios. La policrisis en que se encuentra el mundo: financiera, climática, geopolítica, tecnológica y con ella la velocidad del cambio, la disrupción con toda su vastedad, hacen que el miedo y la incertidumbre oculten la esperanza. En los últimos 60 años, señala el Fondo Monetario Internacional, no habíamos asistido a tanta incertidumbre. Con la incertidumbre se instalan las emociones, los sentimientos y las pasiones.

Indisolublemente el momento en que vivimos vincula una perspectiva insondable de metamorfosis. La iniciativa, la creatividad han de hacerse inagotables para repensar lo que tenemos que hacer y cómo lo vamos a hacer. Los presagios del mundo son cuasi devastadores. Hoy nos encontramos en el tranvía de ser más humanos o de encontrarnos con una regresión.

La humanidad se encuentra cuasi en una especie de disyuntiva histórica, entre el equilibrio de la razón y el desequilibrio de la pasión. Estamos, de manera impertérrita, obligados a encontrar el candado del presente para avizorar el futuro de manera más cierta. Hoy, nos movemos en un hilo conductor entre lo mejor y lo peor, que la experiencia humana fluida ha venido deparando. Se cierne un mundo donde el progreso de la humanidad se eclipsa, en gran medida, por un eje fundamentalista, donde el epicentro de su éxito se encuentra en desconocer al otro, aquellos que no entienden el signo inevitable de la historia, los que creen que en medio de la diferencia no hay espacio para la cohabitación, no existen poros para alcanzar acuerdos y buscar lo que nos ha hecho más humanos.

Ser gregarios y con ello, la solidaridad. Es así como el nazismo, el fascismo, se visibilizan sin ningún rubor. Esta incertidumbre, que se expresa en crisis ecológica, económica, geopolítica, nos está conduciendo a una crisis verdaderamente antropológica, vertiéndose en la dimensión de una crisis tanatológica, vale decir, amenaza de muerte.

Recientemente, del 9 al 11 de Octubre de 2024, la CEPAL, en su cuadragésimo periodo de sesiones, emanó un texto denominado América Latina y el Caribe ante las trampas del desarrollo, y en el prólogo del mismo esboza “En este informe se plantea que América Latina y el Caribe enfrentan tres trampas de desarrollo: una trampa de baja capacidad para crecer, una de alta desigualdad, baja movilidad social y débil cohesión social, y una tercera de bajas capacidades institucionales y débil gobernanza. Estas tres trampas son enormes obstáculos para construir un futuro más productivo, inclusivo y sostenible, por lo que no es exagerado afirmar que la región está pasando por una crisis del desarrollo. Además de estas trampas la región enfrenta el reto del cambio climático y de promover un desarrollo ambientalmente sostenible”.

En nuestro país no vemos el potencial de crisis a corto y mediano plazo. Hay una relativa paz social y una estabilidad política, con alternabilidad desde el 1978, que muchos países desearían tener. No tenemos una polarización y una fragua inmensa de fragmentación. Hemos tenido logros, alcances y grandes transformaciones, cambios, en toda la fisonomía del espectro económico, social, jurídico y político. Dicho de otra manera, hemos alcanzado una gobernabilidad cargada de una gobernanza añosa, cuasi pedestre. ¿Cómo hacer ese crecimiento todavía más productivo, más inclusivo, sustentable y sostenido?

¿Qué es una crisis para Edgar Morin? Dice el creador del pensamiento complejo que “toda crisis constituye una perturbación que afecta, con mayor o menor gravedad, a la estabilidad del sistema. Provoca el colapso de las regulaciones que inhiben o rechazan las desviaciones”. Tenemos que rupturar el paradigma de que los dominicanos solo hacemos reformas cuando nos encontramos en medio de una crisis. Pero, toda crisis, que ha de resolverse de manera inevitable para salir de ella, trae consigo, en función del tiempo, regresiones, y han de formularse, en gran medida, con algún grado de agresividad, afectando casi siempre a los sectores más carenciados, más vulnerables de la sociedad.

Sociedad civil, sociedad política, en fin, todos los actores: sociales, económicos, políticos, debemos ponernos de acuerdo, con un consenso, entendiendo la diversidad de intereses y la diferencia para realizar un pacto, un contrato, alrededor de las reformas fiscal, laboral y de seguridad social. Significa construir un puente tan largo que llegue al máximo poder político, para que recupere el aliento necesario para interpretar a la sociedad en su conjunto. Algo que trasciende el escuchar. Es un esfuerzo de apalancamiento sinérgico. Lo logrado así se realiza en un ganar-ganar, en líneas más eficiente y con mayor grado de efectividad.

Las reformas canalizadas, ahora sería salir de las trampas que nos acogotan y yugulan, al desconocer las leyes, sus mandatos y su tiempo. La Reforma Fiscal Integral llevaba su formulación desde 2015. La ley que la protege esta consignada en la Constitución en su Artículo 241. La de Seguridad Social, 87-01, debió ser revisada a los 10 años, esto es, en el 2011. 13 años después los distintos sectores involucrados palmariamente: el gobierno, empresarios, sector laboral y sector social, no han hecho las transformaciones que acusa y amerita la misma.

El presidente Luis Abinader, ya alcanzó un hito, un legado histórico, por la impronta que coadyuvó a crear en la Constitución, al poner un candado especial, frente a tres que había, quienes se desvanecieron ante el poder político, codicioso y ambicioso. En 20 años se hicieron tres reformas cuyo contenido válido y esencial era seguir y pretender estar en el poder. Esta vez, la sociedad augura y amerita que el actual Presidente dé otro paso firme, propio de un estadista y convoque, vía el CES, las reformas, con un espacio de tiempo determinado, sometiendo el Ejecutivo los insumos o los potenciales anteproyectos de leyes.

Si hay algo que se le reconoce al Presidente es su decencia, el no ser un político tradicional en el manejo del cálculo frio y las matizaciones del interés personal y particular. El interés colectivo, societal, convoca, de manera cuasi inevitable, que esas tres reformas: Fiscal, Laboral y de Seguridad social, se lleven a cabo en el interregno del 2024 al 2025. Una amplia discusión de la sociedad, de su problemática, de sus necesidades, de sus oportunidades. De la sociedad que tenemos y de la sociedad que queremos, de cara a esas tres reformas. De los desafíos de hoy, de los recursos con que contamos y de los que nos faltan para emprender una nueva ruta social, institucional y económica que nos aceleren el proceso de mutaciones más armónicas.

El gran filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset decía “No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”. ¿Cuál es esta ignorancia? ¿Es una miopía respecto a todo lo que va más allá de lo inmediato? ¿Una percepción inexacta de la realidad? ¿Un sonambulismo generalizado? Sabemos lo que nos pasa como sociedad, que no debemos seguir con un modelo que genera cada día más trampas y más brechas, más inequidad social, menos cohesión social. Seguir con el inmediatismo, merced a lo reactivo, no debe ser una decisión y a la ceguera que nos caracteriza por creer que siempre se ha hecho así.

La paz social aparente de que disfrutamos hoy no está garantizada a mediano ni mucho menos a largo plazo. El sonambulismo que nos ha caracterizado puede despertar por las posposiciones y el sesgo abrumador de la desigualdad, en un espanto transformador, sin dominio de los actores. Regresión, progresividad o revolución son las ventanas que en medio de la incertidumbre y la desesperanza, otean por doquier en el mundo, del que la sociedad dominicana no escapará si no hace los cambios con más inclusión y con mayor rigor, alas y velocidad.

Los académicos, los intelectuales, las universidades deberían jugar su rol en una sociedad democrática, ya no es solo producir profesionales, sino, al mismo tiempo, ventilar por vía de la cultura dialógica en los distintos espacios, todo lo que impacta a una sociedad. Allí debemos de encontrar el espíritu de la reflexividad, la reflexión como estamento medular del pensamiento, en esta crisis que abate la capacidad de pensar. Como diría Noam Chomsky con respecto a los intelectuales: “…. Los intelectuales son privilegiados, el privilegio genera oportunidad y la oportunidad confiere responsabilidades. Un individuo puede elegir”.