Revisando la prensa día tras día el número de actos violentos nunca baja. Un hombre mata a su pareja e hijastro y muere tras ser detenido, lo que eleva a 27 las mujeres asesinadas en lo que va del año de mano de sus parejas o exparejas; muerte de la ciudadana estadounidense en el vacacional de Haina; violencia contra migrantes y violación de sus derechos humanos. Un día sin noticias de violencia es un día digno de ser destacado.
El dominicano ha construido una autoimagen (y una imagen exterior) marcada por la alegría, asociada a la música, la risa, el “relajo”, la solidaridad , la calidez y la resiliencia.
En barrios marginales, aún en medio de grandes carencias materiales, se vive con una energía festiva que tiene sus origenes en la cultura afrocaribeña, el catolicismo popular (las fiestas patronales, la música, la calle como espacio de vida) y una memoria colectiva de resistencia, creatividad y adaptación.
Pero existe una violencia estructural, cotidiana y muchas veces invisibilizada (porque ha sido naturalizada), que coexiste con la alegría y atraviesa muchos aspectos del diario vivir.
La República Dominicana ha tenido históricamente tasas elevadas de feminicidios, conflictos armados personales y ejecuciones policiales entre otros tipos de violencias. En algunas zonas del país, sobre todo en contextos de exclusión, desigualdad y pobreza, se ha normalizado una violencia cotidiana: en la crianza, en las uniones tempranas, en las relaciones de pareja, en el trato con la autoridad o entre jóvenes.
Esta agresividad no es parte de una supuesta “naturaleza del dominicano”, sino una consecuencia de condiciones sociales, falta de oportunidades, impunidad y de una cultura machista que no cede y tiene mucho peso.
El estrés socioeconómico y la falta de oportunidades pueden canalizarse en conductas violentas, cuando no existen mecanismos adecuados para gestionar las emociones que derivan de estas situaciones.
¡No tenemos una cultura de paz! Por eso la violencia a la que hago referencia muchas veces se reproduce por la ausencia o fracaso del Estado en garantizar derechos.
Falta, por otro lado, educación emocional y espacios para canalizar conflictos que muchas veces terminan en confrontación física o verbal, más que en el diálogo.
¿De dónde surge esta ambivalencia? Ella puede explicarse, en buena medida, por el pasado colonial y autoritario del país, la doble moral religiosa y familiar, el machismo acompañado del culto de la fuerza fisica, de las armas como prolongacion de la hombría y una cultura de la pobreza y supervivencia que impone sus normas.
Esto, de nuevo, no responde a una “naturaleza violenta”, sino a modelos de socialización en ambientes donde las instituciones no han garantizado acceso a justicia y educación.
No es que el dominicano sea de una forma u otra, sino que en él coinciden ambas facetas y eso se manifiesta, no solamente en los sectores desfavorecidos sino en los más diversos estratos de la sociedad.
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