La crueldad es tan antigua como la humanidad, aunque a través de los siglos se hayan hecho innumerables esfuerzos para moderarla. La modernidad, con sus reglas y leyes, y el avance de las ideas liberales, prometieron mitigarla. El Estado de Derecho otorgó garantías y certezas, y la democracia llevó a asumir que nos movíamos hacia un mundo cada vez más tolerante de la diversidad humana, más organizado y seguro.

A través de los últimos 80 años se firmaron diversos tratados internacionales de protección a los derechos humanos, y los organismos internacionales monitorearon su cumplimiento, exigiendo a las naciones metas concretas.

Pero, paralelamente a esos avances, fluía otra tendencia política: la enfocada en la restricción de derechos a grupos marginados recién empoderados. Esta tendencia negadora de derechos se afirmó no solo en países de tradición autoritaria (de derecha o izquierda), sino también en sociedades con democracia liberal.

De entrada, para negar derechos o quitarlos hay que ser cruel (la esclavitud ilustra). Hay que estereotipar, descalificar y enfrentar. Hay que definir a los subyugados como subhumanos o humanos perversos: criminales, amorales, irresponsables. Es así como se genera apoyo para expulsar el supuesto mal.

En esencia, los avances de los últimos 50 años han generado la contrarrevolución, y ahora se enfrentan ambas corrientes, con la afirmación de derechos en reflujo y la negación de derechos en avance. Por eso la crueldad está de moda.

La crueldad está de moda porque hay mucho resentimiento azuzado. La crueldad está de moda para justificar la exclusión, la segregación o el genocidio.

Esta crueldad tiene dos espacios primordiales: los medios de comunicación y las redes sociales y el Estado. El cuadrilátero de los enfrentamientos ciudadanos son los medios y las redes, mientras las acciones de restricción de derechos las impulsa el Estado.

Por ejemplo, las corrientes de opinión contra los inmigrantes se promueven en los espacios mediáticos, pero el Estado es quien captura, encarcela y deporta; es quien restringe o elimina derechos.

Las redes sociales han convertido la vida social en un constante pugilato, donde los más ruidosos o los más groseros atemorizan y se imponen muchas veces con falsedades.

En esa contienda, el ritual de la persuasión no se basa en la verdad (aún sea siempre relativa o incierta), sino en la formulación de mentiras que el poder insistente del emisor convierte en verdad.

El movimiento ultraconservador que hoy se propaga, sea de derecha o izquierda, sea en Estados Unidos o Rusia, en Hungría o Argentina, en China o Venezuela, en Israel o en Irán, consiste en imponer posiciones y atemorizar.

Por eso busca destruir los centros académicos independientes, los medios de comunicación más objetivos, la justicia, y, sobre todo, el sentido de humanidad que parte de que todos los seres humanos somos sujetos de derechos.

La crueldad está de moda porque hay mucho resentimiento azuzado. La crueldad está de moda para justificar la exclusión, la segregación o el genocidio.

La crueldad está de moda porque calcifica el cerebro y el alma para ver el horror sin dolor. La crueldad está de moda porque nos permite enarbolar la injusticia y la exclusión desde la superioridad moral.

La crueldad se envuelve también en patriotismo y moral y cívica.

Rosario Espinal

Socióloga

Autora de los libros “Autoritarismo y Democracia en la Política Dominicana” y “Democracia Epiléptica en la Sociedad del Clic”, y de numerosos artículos sobre política dominicana publicados en revistas académicas en América Latina, Estados Unidos y Europa. Doctora en sociología y profesora en Temple University en Filadelfia, donde también ha sido directora del Departamento de Sociología y del Centro de Estudios Latinoamericanos.

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