En el 2016 conversaba con la representante de China en la República Dominicana y le manifestaba lo admirable que era la evolución de la economía china y su sistema de gobierno colectivo, con un presidente electo por cinco años y la oportunidad de un nuevo período, pero que nadie podía quedarse más de dos períodos.

Me manifestó que en ese momento se estaba discutiendo en el partido una reforma política con la posibilidad de que Xi Jinping permaneciera en el poder más de dos períodos. Conforme mi convicción, le respondí que eso era peligroso, pues los latinoamericanos tenemos mucha experiencia en reelección indefinida, y eso se presta a que los gobiernos deriven en dictaduras de personas, más que de partido, y que entonces resulta difícil sacarlos del poder por vía civilizada.

Después hicieron la reforma y, al igual que dije mucho antes cuando en Venezuela eligieron a Chávez, “Ojalá que les vaya bien”.

Confieso que hay una cosa en que estaba equivocado: la evolución de la economía china no era tan admirable. Su PIB venía creciendo de manera acelerada y sostenida, pero era un crecimiento muy desequilibrado. Geográficamente se concentraba en las provincias del literal marino, particularmente del sureste, dejando en la pobreza amplias zonas y masas de población del norte y el oeste del país.

Se había venido produciendo una marcada concentración del ingreso, en que los nuevos ricos surgían de la noche a la mañana. De seguir así, pronto sucedería como en Estados Unidos, en que el éxito económico se mide por el valor bursátil de las grandes empresas y por la cantidad de milmillonarios, sin reparar en si se están resolviendo los problemas de la gente.

La industria era muy competitiva, pero enfocada excesivamente en el mercado exportador, con productos de escaso valor agregado, basada en el uso intensivo de mano de obra mal pagada. Todo esto era congruente con un mercado interno limitado por el bajo consumo, y una gran inversión pública y privada.

Tal como se venía discutiendo, el gobierno de Xi Jinping vino a reorientar la economía para corregir algunos desequilibrios: ya no se trataba de crecer tanto, sino de conseguir un crecimiento de calidad, que permitiera competir en base a productos de alto valor agregado, subir salarios y desarrollar el mercado interno. De antemano China ya contaba con una gran infraestructura, pero también concentrada geográfica y sectorialmente.

Siempre he dicho que, aunque sean del mismo partido, entre un gobierno y otro de la República Popular China suele haber más diferencias que entre uno del Partido Demócrata y otro Republicano en los Estados Unidos.

El gobierno de Xi Jinping vino a ser como una especie de híbrido entre la pretendida pureza ideológica de Mao Zedong, que emprendía una revolución tras otra con resultados casi siempre caóticos y catastróficos, y el ultraliberalismo de Deng Xiaoping.

Este último era el que había abierto la economía china a la inversión extranjera y emprendido las grandes reformas de mercado, con los espectaculares resultados en términos de crecimiento, pero con concentración.

Se percibía que el Partido Comunista Chino se había venido vaciando de contenido ideológico, y la corrupción había comenzado a campear por todas las estructuras del Estado. Ahora cada miembro del partido debía tener claros los límites. Se trataba también de evitar levantamientos como el ocurrido antes en la Plaza Tiananmen, en que muchos jóvenes del partido, tal como en la época de la Revolución Cultural, se habían levantado en protesta por la profundidad de las reformas y la mala distribución del ingreso, mientras que muchos otros se integraron, particularmente estudiantes, para reclamar reformas democráticas al estilo occidental, reprimidas brutalmente.

Xi Jinping entendía que se corría el riesgo de que ocurriera en China lo mismo que en la Unión Soviética, poniendo en peligro la construcción “del gran sueño chino”. Del capitalismo de Estado se buscaría construir un socialismo con características chinas.

De la expresión “no importa que el gato sea negro o blanco; sino que cace ratones” se descubrió que sí importaba. En cuanto a la proyección internacional de China, del “ascenso pacífico y silencioso”, se pasó a una nueva etapa, también de ascenso pacífico, pero no tan silencioso, como lo demuestran las grandes celebraciones que hemos visto en los últimos tiempos.

Además, el acelerado crecimiento de un país tan grande, el excesivo énfasis en las exportaciones y, ahora, la competencia en el desarrollo tecnológico, convertirían a China en muy dependiente de las economías occidentales, particularmente la estadounidense, y expondrían al país a muchos peligros.

Ya desde el gobierno de Barak Obama EUA había manifestado preocupaciones por el acelerado crecimiento de la economía china, que, siendo un país tan grande, la llevaría a superar pronto la magnitud de la norteamericana, comenzó a aplicar restricciones para impedir que China creciera tanto, convirtiéndose con el tiempo en guerra comercial, derivando en guerra tecnológica y pudiendo terminar en guerra militar.

Había que prepararse, por si acaso, y más cuando está pendiente terminar la reunificación de China, recuperando el último reducto del Siglo de la Humillación, la provincia de Taiwán.

Isidoro Santana

Economista

Ex Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, agosto 2016-2019. Economista. Investigador y consultor económico en políticas macroeconómicas. Numerosos estudios sobre pobreza, distribución del ingreso y políticas de educación, salud y seguridad social. Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Miembro fundador y ex Coordinador General del movimiento cívico Participación Ciudadana y ex representante ante la organización Transparencia Internacional.

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