Conocemos a Donald Trump, la amenaza es parte de su estilo. Durante su primera administración, esta fué su arma de guerra para colocarse en posición de fuerza frente a sus socios comerciales y obtener de ellos concesiones.

Y esta vez, próximo a la revisión del Tratado México, Estados Unidos y Canadá-TMEC, que tendrá lugar el año entrante, no ha tardado en blandir su arma de guerra.

Esa es su manera de entrar en una negociación, con un bate de béisbol en mano.

El bate es su anunciado impuesto de 25% para el conjunto de los productos canadienses y mexicanos que entren a Estados Unidos, y 10% para los provenientes de China.

“El 20 de enero, en uno de mis numerosos decretos, firmaré todos los documentos necesarios para imponer a México y Canadá aranceles de 25% sobre todos los productos que entren a Estados Unidos”, escribió en su red Truth Social.

A través de ese mismo medio, anunció también arancéleles de 10% para los provenientes de China.

Con estas medidas pondría a sus principales socios comerciales en una situación muy difícil. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho.

Con Canadá, su socio más cercano, Estados Unidos tiene un volumen de comercio de 960.6 millares de dólares (cifras de 2022), y es también quien le suministra el 60% del petróleo y el gas. Además, el 63% de las exportaciones canadienses tienen como destino Estados Unidos, la mayoría bienes que entran en una inmensa cantidad de productos de consumo de los estadounidenses.

De igual manera, la economía americana está atada a la mexicana, el 75% de los vehículos que ensambla México van para Estados Unidos, y es un gran abastecedor de ese país en muchos otros productos, representado el 15% de sus importaciones totales.

Con el gigante asiático ni hablar. En 2021, el 8.6% de las exportaciones americanas tuvieron a China como destino, unos 1 800 millares de dólares. Y el 17.9% de las importaciones americanas, 2 800 millares de dólares, vinieron de China.

De Trump ir adelante con sus planes, desordenaría por completo la economía de su país. Para comenzar, todos los productos procedentes de esos tres países subirían de precio y con ello sepultaría su promesa de campaña de bajar la inflación. Esto rápidamente lo convertiría en el presidente más impopular de la historia de Estados Unidos en el menor periodo de tiempo.

Recordemos que su victoria está relacionada con la sensibilidad del electorado americano frente al tema de la inflación.

Además, sus socios no se quedarán con los brazos cruzados. Replicarán con impuestos a las exportaciones americanas y el mundo entraría en una escalada inflacionaria en la que todos saldrían perjudicados.

Los planes de Trump son pues irrealistas. Se inscriben en un mundo imaginaria donde no hay interdependencia entre los países, y ese mundo no existe. No hay un solo producto complejo que sea producido en un solo país. Incluso, en los no muy complejos, como la fabricación de una simple silla o mesa, entran componentes producidos en varios países.

Y es justamente por esta interdependencia entre las economías que Trump tendrá que dar marcha atrás. En una guerra comercial todo el mundo sufrirá, y es muy probable que los más resentidos sean los consumidores estadounidenses que votaron por él con la esperanza de ver bajar la inflación.

De manera, que no hay que llenarse de pánico con sus amenazas. Este es el estilo Donald Trump, hablar como un emperador romano, dueño de un planeta donde no hay oponentes en capacidad de detenerlo, pero al final baja al mínimo sus aspiraciones.

Sorpresivamente, este viernes el primer ministro canadiense Justin Trudeau voló a Mar-a-Lago para conversar con él y algunos de sus colaboradores. En una reunión de más de tres horas, discutieron el tema de sus anunciados aranceles, y es casi seguro que Trudeau haya promedito redoblar la seguridad en la frontera, una de sus exigencias. El buen juicio indica que, al final, tendrá que conformarse con eso.

Este es un ejemplo de que no hay que tomar muy en serio sus amenazas, sin olvidar de movilizarse para contenerlo y de prepararse para cualquier eventualidad.

Todo nuevo impuesto arancelario sobre los productos que entran a Estados Unidos haría mucho daño, sobre todo a economías pequeñas que tienen una fuerte dependencia de ese mercado, como la dominicana.

La hora es pues de redoblar los esfuerzos diplomáticos, fortalecer las alianzas regionales y explorar nuevos mercados. Incluso, apresurarse a sacar provecho de las amenazas de Trump.

Por Ejemplo, después de su elección se observa un cierto incremento de las exportaciones canadienses a Estados Unidos. Los importadores americanos, adelantándose a cualquier eventualidad, han incrementado sus stocks de productos canadienses.

Los exportadores nacionales de productos no perecederos deberían hacer algo para motivar a sus socios comerciales en Estados Unidos a que tomen también esa precaución. Un incremento de las exportaciones hacia ese mercado, aún sea coyuntural, vendría muy bien.