El poeta, sobre todo, si es auténtico, recibe con beneplácito la llegada repentina de las musas de la inspiración. Ahora bien, con ellas y sin su presencia, haría poemas de inmejorable calidad literaria.
Julio Cuevas, poeta auténtico, de profunda visión cultural, filosófica y literaria, siente, en lo más hondo de su ser, la frescura tierna de las musas de la inspiración. Por eso, justamente, tiene la virtud y noble gesto de crear buenos poemas que tocan las fibras más sensibles del alma y , sobre todo, dan goce duradero a los sentidos.
Ocurre así, porque los poemas de Cuevas, no sin belleza seductora, encarnan múltiples sentidos del ser, el lenguaje, los símbolos, el folclor, los ritos, hábitos y costumbres de nuestro acervo cultural.
Además, son únicos y tratan diversas temáticas de carácter nacional e internacional.
La validez de un poema, entre otras cosas, se debe a su nivel de perfeccionamiento formal y de contenido. De no ser así, no existiría y solamente habría, por tanto, palabras sobre palabras, sin ritmo, cadencia, ni armonía.
Cuevas vive y respira la poesía; la siente correr por sus venas. Por eso, en todas sus creaciones poéticas, evita el abismo del sinsentido. Eso, ciertamente, sería el motivo de su admirable nobleza de crear poemas que perduren, para siempre, en las entrañas mismas de la cultura universal.
Y no es para menos, ya que Cuevas, con sobrada prudencia, escucha atentamente el susurro de la naturaleza y la voz dulce y silenciosa de la vocación poética.
En efecto, no se trata, por supuesto, de un aprendiz de poesía que delira con los fantasmas anodinos y absurdos de la ignorancia. De ningún modo, ya que Cuevas es gran maestro de la poesía y consciente de sí, que sabe lo que hace y piensas, gracias a la imaginación, más allá del límite intrínseco de la razón trascendental, como, sabiamente, la llamaría filósofo Immanuel Kant.
Cabría decir, con sobra razón, que los poemas de Cuevas son obras de artes sugerentes y evocadoras de recuerdos, vivencias y experiencias dotadas de sentidos.
“Salve cósmica”, obra de gran valor estético, óntico y literario, contiene, entre otros no menos significativos, el siguiente poema:
“—Salve–¡Salve!
–Denme salve
–¡Paleros!
Que mi Maguana se prendió
De la lluvia de amor
Del bendito fuego
Que brota de estas tres cruces del paraíso
Del lenguaje de lo eterno
–¡Denme salve!
–¡Quiero salve!
–¡Salve¡
–¡Salve!
–¡Paleros!
Porque no hay estrellas…
Ni cirios que no iluminen…
La primaveral esperanza de nuestro suelo”.
En tan hermoso poema, de visible significación estética y existencial, Cuevas, (con utopías de esperanza colgadas en las pupilas, invoca, una y otra vez, la palabra expresiva: salve, salve, la cual reflejaría su visión clara y nunca abrumada, sobre el ser palero y la más sentida esperanza del suelo que pisamos y donde nos movemos.
Hace algunos años, leería, no sin entusiasmo, la interesante obra “El escritor y sus fantasmas” de Ernesto Sábato, Premio Cervantes 1984.
En la referida obra, el notable y avezado escritor argentino, entre otras cosas, afirma “que se escribe mejor de la realidad que se mama”. De acuerdo con ello, Cuevas habría escritos estas inolvidables palabras:
“Al final del Primer Festival Literario Sur, en el mes de septiembre del 2018, celebrado en Salinas, Baní, con el auspicio del Centro Cultural Perelló, me correspondió una exposición que aproveché para resaltar algunos conceptos en relación a la creación literaria, como hecho de lengua, plateando que, en la literatura dominicana, tenemos los temas ante nuestros ojos, en el imaginario cotidiano que nos sirve de plataforma vivencial (…)”.
Por tal razón, Cuevas observa atentamente la dinámica de nuestro ser cultural.
El poeta, como se ha de saber, es verdadero artífice de las palabras y procura, mediante armoniosas combinaciones, la belleza formal y sustanciosa del poema.
Carlos Fuentes, de manera razonable, escribiría alguna vez:
“Un artista sabe que no hay belleza sin forma, pero también que la forma de la belleza depende del ideal de una cultura. El artista trasciende- parcial y momentaneamente- el dilema, añadiendo un factor: no hay belleza sin mirada”.
“Es natural- continúa argumentando- que un artista privilegie la mirada. Pero un gran artista nos invita no sólo a mirar sino a imaginar (…)”.
Cuevas, mira y remira la realidad, al tiempo que la concibe creativamente.
“Filosofía y poesía” es una de las obras cumbre de María Zambrano, Premio Cervantes 1988. En ella diría, con impresionante claridad, que el poeta sufre y siente dolor en la carne. Pareciese que es así y no de otro modo.
En verdad, si el poeta no sintiera los vértigos zahirientes del dolor, no sufriría, ni, mucho menos, sentiría, a flor de piel, los zarpazos iracundos de la solitud y la angustia lacerante.
Aunque sintiese la pesadez del mundo y el escozor desesperante de la desdicha, el poeta, sabiéndose dueño de sí, jamás absorbería el rocío de la amargura, ni exhalaría, siquiera por un instante, el néctar insípido de la desazón.
A lo mejor, por su gran sensibilidad, se atormentaría, sangraría y sufriría, quizás, hasta lo indecible, pero, tal vez, nunca se acongojaría.
Si por una o varias razones el poeta se decepciona, nunca perdería la cordura. Al contrario: mantendría, en todo momento, la voluntad firme y la templanza de espíritu. Y, probablemente, lo más importante: decepcionaría la propia decepción y, por tanto, convertiría la desilusión en alegría y el dolor en canto poético. Sin duda alguna, esa parecería su misión esencial.
Además de tan importante verdad, habría que decir, con toda seguridad, que Cuevas, en su larga y dilatada trayectoria intelectual, a leído y releído a todos nuestros grandes poetas.
Entre los cuales habría que mencionar varios: Manuel del Cabral, Pedro Mir, Franklin Mieses Burgos, Fernández Spencer, Freddy Gatón Arce, Salomé Ureña de Henríquez, Tomas Hernández Franco, René del Risco Bermúdez, Abel Fernández Mejía, Domingo Moreno Jiménez, Aída Cartagena Portalatín, Héctor Incháutegui Cabral, Máximo Avilés Blonda y Víctor Villegas.
La atenta lectura de esos y otros relevantes poetas dominicanos, Cuevas la enriquecería y ampliaría estudiando, con reposada calma, los Diálogos de Platón (teñidos de poesía), la poética de Aristóteles, considerado por Carlos Marx el cerebro más enciclopédico de la antigüedad griega; los poemas de Gabriel Mistral, Pablo Neruda, Jorges Luis Borges, Paul Valéry, Rainer Maria Rilke, Juan Ramón Jiménez, César Vallejo, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Wislawa Szymborska, Friedrich Horderlin, Vicente Aleixandre, Wogham von Goethe y Walt Whitman, entre otros tantos.
Cuevas habría reflexionado, descarnadamente, las obras de esos y otros poetas, no para imitarlos, sino como alimento vital de sus novedosas creaciones poéticas.
Contrario a los metafísicos (inmanentes y trascendentes) comparte la concepción heracliteana del cambio incesante de la realidad. De ahí que sea diametralmente opuesto al constructo conceptual del eterno retorno de Friedrich Nietzsche.
Con argumentos sólidos, Kant afirmaría que la razón y la experiencia son fundamentales para que exista el conocimiento.
Cuevas, no supone lo contrario y rechazaría, en cambio, el idealismo puramente subjetivista de John Berkeley, quien sostiene que el mundo no es más que una ilusión en la conciencia. No obstante, Cuevas emprende el vuelo de la imaginación poética apartir de la realidad finita e infinita, pero sin hacer resistencia a la llegada de las musas de la inspiración y el llamado de la sabiduría.
Esa, más que cualquier otra, habría de ser la causa principal y permanente de su noble gesto de crear obras de incomparable calidad literarias. Por tanto, cabría decir, sin equivocidad alguna, que Julio Cuevas, es, sin más, auténtico poeta, excelente ensayista, expositor y narrador no solo nacional, sino internacional.
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