Dentro de pocos días llego a mis 75 años, los cuales comparto con amigos y amigas con quienes he vivido muchos momentos de diferentes intensidades y circunstancias, incluso. Lo vivo a plenitud, enseñando aún psicología y, mejor aún, haciendo lo que me gusta, promoviendo el bienestar y la felicidad de los demás.

Me considero una persona feliz, no por las cosas hechas en mi vida, sino más bien por la satisfacción de haberlas realizado junto a muchas otras personas de las que he aprendido el valor de vivir y, sobre todo, de vivir la vida con sentido y propósito, guiado siempre por que es posible “construir un cielo nuevo y una nueva tierra”.

Por supuesto, en esta etapa de mi vida no se trata de compartir aventuras frenéticas y cargadas de emociones, no, se trata más bien de compartir con aquellas personas que amo y aprecio profundamente, en una complicidad serena, momentos de alegría por lo vivido juntos, y compartiendo los sueños que aún creemos posibles a nuestra edad.

En los últimos años he perdido, como es natural, la compañía de algunos que partieron “a destiempo”, pero la soledad no está en mis planes y espero que no esté en lo adelante, por lo que sigo trillando el camino de la amistad sincera, de esa que “no cobra y mucho menos, que no exige lo que yo mismo no pueda dar”.

La amistad vivida con propósito y ternura es una medicina que sana el alma en la etapa madura de la vida

No busco en el amigo que me entienda cuando las circunstancias nos hacen tambalear momentáneamente, ¿para qué?; prefiero el perdón dado por mí y para mí, y así continuar el camino, riendo y disfrutando los momentos que podamos compartir juntos y que harán que seamos mejores personas y, por supuesto, mejores amigos.

La amistad así llevada y disfrutada es un verdadero antídoto emocional contra unas emociones y actitudes muy propias de una época que fomenta el bienestar personal y el individualismo, hiriendo de muerte lo más profundo de nuestra conciencia y nuestra alma humana, intentar “amar al otro como te amas a ti mismo”.

Hay quienes desdeñan y prefieren aliviar su tristeza y sus dolores mentales, en un egoísmo exacerbado, despojado de la solidaridad, la bondad y la compasión necesarios que construye, que renueva esperanza, que nos hace más intensamente seres humanos.

Me encanta vivir la vida más ligera de cargas de todo tipo, sobre todo de cargas y presiones sociales, de aquellas que te roban tu autenticidad, convirtiéndote en payaso de circo para la risa y las lágrimas de los demás. De esa manera, reír juntos, hasta de mí mismo si ello fuera necesario, me alivia del peso de los años y las situaciones vividas.

La amistad así comprendida es una medicina para el alma, pues nos permite romper las ataduras de un ego que no nos deja ver más allá de nuestra propia nariz y egoísmos, que nos impiden ver en el otro nuestro posible “alter ego”, ese otro yo que me ofrece la confianza, la seguridad y protección que necesito, incluso, de mí mismo.

Pero la amistad así vivida es un tesoro que nos protege de todo aquello que puede atentar en contra de nuestra felicidad y bienestar, pues ella nos nutre del amor y compasión necesarios frente a la adversidad, ofreciéndonos la posibilidad de una vida placentera y saludable junto a los demás.

Los momentos vividos entre amigos, recordando y riendo los años vividos, en complicidad total, compartiendo ideas y situaciones del momento, hacen que el tiempo se vuelva lento, como si la fuerza de la gravedad del cosmos se confabulara para hacer la vida más duradera y mejor vivida.

Compartir con quienes amamos transforma la soledad en compañía significativa y fortalece el bienestar emocional

La amistad vivida con alegría y junto a las personas queridas alivia los dolores y sana el alma.

¿Qué más esperar de la vida, tras siete décadas y media, que no sea la satisfacción de vivirla con honestidad y humildad; disfrutando con quienes amo, mi familia y hoy, Alberto Emmanuel, ese hermoso nieto que Dios, por mediación de Luis y Laura, nos regaló; así como mis amigos de siempre y los que hoy cultivo con esmero?

Cuidado, no me estoy despidiendo, más bien, hacerte partícipe de la alegría de vivir aferrado al valor de la amistad, pero, sobre todo, de los amigos y amigas que, junto con mi familia, llenan mi vida. Qué más se puede pedir o esperar. Mi decisión, vivir la vida con propósitos y compartirla con quienes quieran.

Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo y educador

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.

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