Un recordatorio nos acaba de dejar el ciclón tropical Melissa que, tras pasar frente a nuestro mar Caribe como tormenta, en su lento caminar hacia el oeste (4 km/h) ha atravesado Jamaica y ha girado al noroeste para cruzar por el oriente de Cuba hacia el Atlántico convertido en histórico huracán con vientos de hasta 387 km/h (categoría 5 escala Saffir-Simpson).

Ha bajado el velo de la vergüenza que, en República Dominicana, oculta la honda arrabalización y la perpetuación del empobrecimiento de las periferias de las ciudades con pinta lujo en los centros, hechura de gobiernos, constructores inhumanos y malos políticos, cuya sangre es la demagogia.  https://www.nhc.noaa.gov/.

Y a periodistas, más el montón de allegados, incluidos expertos, que activan sin reparo en los medios de comunicación (plataformas originales y actuales), les enrostra las graves debilidades en Comunicación de Riesgos, lo cual resulta fatal para la integridad de la sociedad.

En cuanto a lo primero, no han sido designio de Dios ni de cambios climáticos el habitar de los jodidos en zonas de alta vulnerabilidad como laderas de colinas arcillosas, cañadas y en las riberas de los ríos, como cucarachas o menos que cerdos en pocilgas de traspatio.

Ha sido una construcción de la irresponsabilidad social de los decisores, por comisión u omisión. Es lo único que han dejado a esa gente para “vivir”, espacios hacinados, sin servicios, que conllevan la violencia. Tampoco son divinas las inundaciones insufribles, antes impensables, en calles, avenidas y residenciales.

Muchos de los “desarrolladores” de proyectos habitacionales hambrientos de enriquecimiento veloz al menor costo, a los ojos de Obras Públicas y los ayuntamientos, levantan muros de hormigón para desviar las correntías naturales hacia los demás residenciales (la urbanización amarilla de Milenio, vecina de Bello Campo, municipio Santo Domingo Este, es un ejemplo entre miles de casos).

Lo mismo hacen Obras Públicas y los ayuntamientos cuando, en sus afanes politiqueros, a la carrera, echan asfalto sobre asfalto en las calles y avenidas, que no solo dura menos que “un grano de maíz en un gallinero” (robo al erario), sino que dejan abajo aceras y viviendas, con lo cual facilitan que aguas de las lluvias aneguen hasta los últimos rincones de las viviendas y las devalúen. Ni hablar sobre el déficit profundo de sistemas de alcantarillados pluviales y sanitarios porque se ve este tipo de obras como políticamente no redituables.

Respecto de la Comunicación de Riesgos, por la parte oficial se agota en el seguimiento meteorológico del fenómeno, movilización hacia albergues y auxilio alimentario de familias en zonas vulnerables y, tras el impacto, algún apoyo para la recuperación, bajo la coordinación del Centro de Operaciones de Emergencia (COE). Pero, levantadas las alertas (verde, amarilla o roja), todo cesa, hasta la próxima emergencia.

Los voceros oficiales y “expertos independientes”, sin embargo, a menudo no logran traducir el discurso técnico conforme a la naturaleza de los medios y los públicos; por tanto, no se dan a entender.

Por ejemplo, aunque la isla La Española, que compartimos con Haití, tiene características sísmicas y ciclónicas, resalta la falta de símiles sobre la cantidad de milímetros de lluvia registrados por los pluviómetros, pese a que la sociedad no ha sido entrenada para entender tal terminología discreta.

Para la radio, la televisión y las redes sociales, sobre todo, son aconsejables comparaciones como cantidad de piscinas o estadios que se llenarían con equis cantidad de milímetros o pulgadas de agua caída.

Por falta de la construcción de una cultura de prevención, la sociedad tampoco conoce el ciclón como sistema (depresión tropical, tormenta tropical y huracán con sus cinco categorías); lo ve como un simple punto.

Mucho menos sabe acerca de las características del ojo del ciclón, ni de los tres principales efectos: marejada ciclónica, vientos de tormenta o huracanados e intensas lluvias.

Desconoce, además, la diferencia entre velocidad de los vientos y velocidad de traslación (km/h).

Ni hablar de trayectoria y longitud y significado de la nubosidad. No sabe sobre el peligro de los ríos y arroyos cuando llueve más arriba. Carece de conciencia sobre el peligro de un mar revuelto.

Lo más penoso es que esa ignorancia también palpita en televisión, radio y redes sociales. Hablan con desparpajo sin la mínima formación técnica sobre tales temas, lanzando bocanadas de amarillismo y sensacionalismo, construyendo pánico cada segundo, a pesar de que la sociedad requiere -tiene derecho- a información veraz, oportuna y en tono sopesado, antes, durante y después del fenómeno, pero también de manera sostenida día tras día. La sociedad no necesita insumos ni bulla ni márquetin que aticen su desgracia.

La competencia no debería ser a quien hable más disparates. La desinformación es el más efectivo veneno para gente estresada por la incertidumbre. Son criminales quienes apelen a ella para llenar más sus bolsillos.

Como está en juego la integridad de la sociedad, el Gobierno debería entender de una vez por todas la necesidad de construir una cultura de prevención y desde ahora declarar obligatoria la formación en materia de Comunicación de Riesgos de cuanta persona abra la boca o escriba en un medio de comunicación.

Por lo pronto, en lo que planifican, puede coordinar talleres permanentes sobre Comunicación y Gestión de Riesgos con la Oficina Panamericana de la Salud (OPS/OMS) y la misma Unesco.

En los años 80, la Oficina Nacional de Meteorología impartió al menos un curso sobre ciclones; y sismólogos de la UASD han hecho lo propio sobre los seísmos. Esas capacitaciones deben de ser permanentes.

Ahí no debería entrar el debate loco sobre “yo hago y hablo lo que da la gana porque vivo en un país democrático”. Es cuestión de responsabilidad social de periodistas, allegados y medios (dueños). Están en juego la salud y la vida de la sociedad.
Pese a la historia de ciclones y terremotos que registra esta isla caribeña del archipiélago de las Antillas, no ha habido aprendizaje social.

La prevención no existe. Una señal ominosa sirva de ejemplo: los operativos cada día se enraízan más, mientras se culpa a los demás de los resultados negativos (teteos, ahogamientos, intoxicaciones por alcohol, consumo de drogas, niños infractores de la ley, siniestros de tránsito, botadera de basura, tapado de imbornales).

Los gobiernos nacional y local, en tanto instituciones, se han quemado y deben reconocerlo si quieren salir a camino con la construcción de una mejor sociedad, esa que se cuide sola ante las reacciones de la naturaleza, “accidentes de tránsito”, brotes epidémicos, epidemias y pandemias.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

Ver más