Casi dos décadas después de la publicación del monumental Segundo sexo, obra en la que Simone de Beauvoir reflexiona sobre el rol de la mujer en la sociedad, y 3 años antes de la publicación de La vejez, ensayo en que la filósofa existencialista aborda la situación del envejeciente, se publicó en 1967 La femme rompue, libro que reúne tres relatos: La edad de la discreción, Monólogo y La mujer rota, que da título al libro.
La edad de la discreción es un relato narrado en primera persona por una escritora y maestra jubilada quien, a sus 60 años, hace un balance optimista sobre su vida personal y profesional, perojubilada, que, al verse confrontada con el fracaso de su último libro, la decisión de su único hijo Philippe de cambiar de ocupación y de ideología política y ante el “permanente derrotismo” de su esposo André, reevalúa su condición de mujer, de jubilada y de envejeciente.
En La edad de la discreción, Simone de Beauvoir retoma aspectos desarrollados antes en El segundo sexo sobre la condición de la mujer y comienza a esbozar una concepción sobre la condición del envejeciente que posteriormente desarrollará en su ensayo La vejez (1970).
La relación con su hijo y el desencanto con su esposo la llevan a cuestionar su rol en la vejez
La narración comienza con una expresión muy metafórica: “¿Mi reloj está detenido? No. Pero las agujas no dan la sensación de girar.” La protagonista, cuyo nombre desconocemos, y dentro del universo narrativo no es un dato menor, se percibe transitando en un tiempo lento y pesado que no era el que percibía cuando estaba en pleno ejercicio de la docencia.
“Me acuerdo de mi primer puesto, mi primera clase, las hojas muertas que crujían bajo mis pies en el otoño provinciano. Entonces el día de la jubilación —que un lapso dos veces tan largo, o casi, como mi vida anterior separaba de mí— me parecía irreal como la muerte misma. Y he aquí que hace un año que ha llegado. Atravesé otras líneas, pero más imprecisas. Esta tiene la rigidez de una cortina de hierro”[1].
Ahora tiene que enfrentarse con una mirada sobre el tiempo que se dirige mucho más hacia atrás que hacia adelante, pero esa mirada hacia atrás la devuelve al presente con grandes insatisfacciones: un único hijo, que, de adulto, parece tomar las decisiones contrarias no solo a lo que ella esperaba de él, sino a lo que ella estableció como un proyecto personal de acompañamiento y educación.
“Yo fui quien le dio forma a su vida. Ahora, asisto a ella desde afuera como un testigo distante. Es la suerte común a todas las madres; pero ¿quién se ha consolado nunca diciéndose que su suerte es la suerte común?”[2]
Debe lidiar, también, con el derrotismo de un compañero de vida quien, habiéndose dedicado a la investigación científica, se siente estancado, sin ideas que aportar, que la desalienta a emprender proyectos nuevos con su actitud y que parece estar petrificado en el tiempo, sin lograr ver más colores en la vida:
“Me sorprende, pero el hecho es que no se resigna a haber sobrepasado los sesenta años. A mí, miles de cosas me divierten todavía; a él no. Antiguamente se interesaba por todo; ahora es toda una historia arrastrarlo a ver un film, a una exposición, a casa de amigos”.[3]
Se siente sola sin la compañía de alumnos, amigos y colegas.
“Qué día hermoso y me gustaban esos árboles, ese césped, esos senderos por donde tan a menudo me había pasado con compañeros, con amigos. Algunos están muertos, o nuestras vidas nos han alejado. Por suerte, al contrario de André, que no ve ya a nadie, trabé amistad con alumnas y colegas jóvenes; las prefiero a las mujeres de mi edad. Su curiosidad vivifica la mía; ellas me arrastran a su porvenir, más allá de mi tumba”.[4]
Y viviendo bajo una corporalidad que la invisibiliza: “A los 50 años mis vestidos me parecían siempre demasiado tristes o demasiado alegres; ahora sé lo que me está permitido o prohibido, me visto sin problemas”[5].
La invisibilidad social y el fracaso editorial profundizan su reflexión sobre la identidad femenina en el retiro
Como último punto de quiebre, su más reciente publicación fue un fracaso ante la crítica intelectual, catalogando su texto de “resumen” y a su osadía de querer continuar publicando como “charlatanismo”.
Con ese último golpe a su dignidad parece comprender mejor la postura de su esposo, con quien, después de un viaje al campo, se reencuentra y entre ambos adoptan una posición intermedia que los mueve a entender mejor la vejez y la jubilación.
La edad de la discreción plantea un escenario que, en rasgos generales, han vivido muchos docentes ante el retiro de las aulas.
[1] Beauvoir, Simone de. La mujer rota, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2012, p. 12.
[2] Ídem, p. 23.
[3] Ídem, p. 14.
[4] Ídem, p. 17.
[5] Ídem, p. 18.
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