Hemos pasado por unos días de mucha angustia, ya que la presencia de la tormenta Melissa nos amenazó con mucha lluvia, hasta el extremo de tener que suspenderse las labores de trabajo y asistencia a las escuelas.

Cuando hay tormentas, el miedo no es a que pasen vientos fuertes, es al gran cúmulo de agua en nuestras calles que imposibilita el movilizarse, ya sea en medios de transporte o a pie. Los vehículos corren el riesgo de quedarse en cualquier charco, pero los peatones corren mayor riesgo de ser tragados por alguna alcantarilla, ya que los desaprensivos se han apropiado de las tapas de las mismas. ¡Qué lío!

Por mi zona, la Colonial, el miércoles de la semana pasada tuvimos solo un poquito de agua; por la noche comenzó a llover tímidamente, pero en la madrugada arreció. Como en mi habitación estoy en un absoluto silencio y no se escucha nada de lo que pasa a mi alrededor, decidí dormir con la puerta abierta y escuchar la lluvia si es que nos visitaba temprano. Me pasé toda la noche monitoreando. Para el jueves el servicio meteorológico había anunciado una gran cantidad de lluvia y así fue.

El sonido de la lluvia se convirtió en el telón de fondo perfecto para redescubrir la belleza de la música clásica

Una recomendación de las autoridades pertinentes fue que todo el mundo se quedara en su casa salvo alguna emergencia. Yo, gracias a Dios, no tengo problemas con esa disposición, pues no acostumbro a salir a menos que no sea completamente necesario; no tengo problemas con algún “teteo” porque ni bebo, ni juego, ni mucho menos estoy dispuesta a bañarme en los aguaceros. Mi única diversión siempre es ver televisión y leer, actividades muy propicias para tales momentos.

Me dediqué a ver películas. Una de ellas la veo desde hace varios años y la repito miles de veces; se llama “Amor en Viena”. En ella es tocado el último movimiento del concierto para piano y orquesta n.º 21 de Mozart; además, escenifican el vals de la película “Sissi Emperatriz”, que me trae recuerdos de mi adolescencia en que vi la trilogía en el teatro La Progresista de La Vega. Cuando vi ese vals hermosamente bailado, sentí la necesidad de ver valses y me fui a YouTube; ahí tuve un gran descubrimiento. Conocí al violinista holandés André Rieu, de setenta y seis años, conocido como “El Rey del Vals”, quien tiene su orquesta “Johann Strauss”, que presenta los conciertos clásicos de manera divertida. No podía desprenderme de la televisión y disfrutar la interpretación de los valses en que los músicos bailan al tocar, se miran con complicidad unos a otros, en fin, ¡qué maravilla!

Lo que más me llamó la atención fue ver su rostro al dirigir, además de tocar el violín enfrente de la orquesta. Su cara habla, sus ojos, su boca, su todo. Baila, canta, salta; en realidad es un verdadero espectáculo para que uno lo disfrute.

André Rieu hizo con su forma de dirigir que me recordara a mi director preferido de orquesta, el venezolano Gustavo Dudamel, quien se ha paseado por todo el mundo llevando su arte. Dudamel goza cada concierto, ríe, canta, baila, hace guiño a sus músicos; a veces hasta se sienta en el lugar del concertino, toma su violín y toca. Verle dirigir es deleitarse, es trasladarse a otro mundo, es vivir con intensidad la música.

La música interpretada con pasión se convierte en un refugio para el alma en tiempos de tormenta

Gozo tanto al ver a los músicos cuando tocan, no como un trabajo, sino como una manifestación del alma, como enseñándole al mundo que han sido beneficiados por Dios con un don especial al que solo a unos pocos les ha dado.

También he de mencionar a Hausser, quien derrama sensualidad al abrazar su chelo. Hace unos años publiqué en este mismo medio un artículo sobre él, “Hausser y su chelo”, el 10 de abril de 2021; hacía referencia a su manera de interpretar las piezas con su instrumento.

Es por eso que Hausser, Dudamel y ahora mi recién descubierto violinista André Rieu me acompañarán en esos momentos en que el alma necesita una empujadita para disfrutar de la vida y ser feliz.

Elsa Guzmán Rincón

Bibliotecóloga

Maestra y Bibliotecóloga, retirada.

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