Introducción
Haití está, como Daniel, en el foso de los leones. A diferencia del personaje bíblico, empero, aquella república enfrenta condiciones mucho más adversas pues, como advierte J. L. Malkún, “la crisis de Haití está llena de imposibles”.
Así lo confirman las palabras inaugurales de Laurent Saint-Cyr, empresario privado y nuevo presidente del Consejo Presidencial de Transición, quien no dudó en “declarar la guerra” a las bandas armadas. Y, por si quedaba alguna duda, el propio Consejo refrendó esas palabras con la proclamación de un estado de emergencia –por tres meses– en las regiones Oeste, Artibonite y Centro, a raíz del control territorial ejercido por cabecillas de pandillas locales, tan prolíficas como la verdolaga.
En ese contexto, asumo la premisa de que no solo Dios endereza las líneas torcidas de la historia, dado que no deja de estimular la colaboración humana, he vuelto a sumergirme en la única obra clásica que, por su envergadura, puede equipararse a los escritos de Jean-Jacques Rousseau, John Locke y John Stuart Mill. Me refiero a El Leviatán de Thomas Hobbes.
Las reflexiones que siguen fueron escritas de madrugada, sin conocer aún el contenido de la “hoja de ruta” que, según informaron medios de comunicación nacionales e internacionales, el pasado 30 de julio, la OEA prepara para rescatar a Haití de su anarquía y evitar su disolución como Estado soberano.
Por demás, una aclaración preliminar. No abogo por ningún Leviatán en Haití, solo que intuyo que, dados los acontecimientos recientes de fuera, existen quienes lo proponen y esperan.
De ahí que advierta que un leviatán-foráneo, –fruto de acuerdos internacionales, del arbitrio de alguna metrópoli o de monedas que compran a mercenarios de la patria que sea–, no cumple con la conditio sine qua non del Leviatán de Hobbes. Este requeriría, antes de intervenir por primera vez en Haití, un contrato social de cuño haitiano. De no ser así, se violaría lo más elemental de la concepción hobbesiana y se perpetuaría la dependencia periódica de toda una sociedad a un pseudo leviatán arropado por uno o más sastres extranjeros.
Por eso mismo, procedo a este recuento teórico, por si fuera de interés en las circunstancias actuales. No procede confundir el Leviatán hobbesiana, por monstruo que sea de conformidad con su nombre original, con un sátrapa oriental, un tirano occidental o un déspota universal. La diferencia reside en el contrato social que lo sustenta.
Si Hobbes pudiera examinar la historia de la República de Haití —desde su independencia en 1804 hasta este presente en que vuelve a describirse como un “Estado fallido”, tras un sinfín de intervenciones ajenas a ese Estado, considero que el filósofo inglés del siglo XVII se pronunciaría, a mi mejor entender, en los siguientes términos.
- Haití en su estado de naturaleza
En su obra cimera de filosofía política, Hobbes describe el estado de naturaleza como un escenario en el que los seres humanos, sin una autoridad común que los mantenga en condiciones de respeto mutuo y ordenado, viven en una permanente desconfianza recíproca. Esa condición llevó a lo que él resume con la famosa frase: “La vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Su motor principal no es necesariamente la maldad, sino el instinto de autopreservación: la necesidad de asegurar la propia vida ante la amenaza constante de los demás, puesto que “Homo homini lupus” (“el hombre es un lobo para el hombre”).
A la luz de ese prisma, la actualidad histórica de Haití exhibe varios elementos propios a la concepción del filósofo inglés:
- Fragmentación del poder soberano. En gran parte del territorio haitiano, el Estado no ejerce un control efectivo. Ese hecho, precisamente, rompe con uno de los principios fundamentales del pensamiento político de Hobbes: el monopolio legítimo de la violencia.
- Inseguridad generalizada y temor constante. Para Hobbes, el miedo a la muerte violenta propicia la principal motivación para establecer un pacto social. Solo que, por ahora, en Haití, ni las autoridades provisionales ni los terroristas bandoleros ejercen el monopolio de dicho temor.
- Ausencia de un contrato social efectivo que implique la renuncia (voluntaria, aunque paradójicamente impuesta de ser necesario) de ciertos derechos individuales en favor de una autoridad común que garantice a todos los concernidos la paz. Sin ese consentimiento, no hay contrato válido, legítimo.
- Colapso de las condiciones mínimas de vida civilizada. Independientemente del predominio de una u otra teoría económica del desarrollo, en sentido moderno, para Hobbes la prosperidad es imposible sin la seguridad que proviene de la paz.
En resumidas cuentas, el Estado haitiano ha perdido su razón de ser. Ha dejado de ser la autoridad soberana que asegura la vida y la paz de sus ciudadanos.
II. El remedio
Por vía de simple deducción, la única y exclusiva salida al estado de naturaleza es el establecimiento —o restauración— de un soberano con poder absoluto sobre todos los miembros de grupos sociales en estado natural. ¿Cómo lograrlo? En tanto que fruto de un pacto social en el que cada uno renuncia a su derecho de gobernarse a sí mismo para someterse a una única autoridad, soberana y centralizada. Ese soberano no es necesariamente un monarca, aunque en el siglo XVII Hobbes defendía la monarquía absoluta como la forma más estable y funcional para sus fines de superar el estado natural en un régimen civilizado. Para ello, lo esencial es que el soberano posea:
- Poder indivisible: no puede estar sujeto a múltiples centros de decisión, como en el modelo liberal del poder estatal de naturaleza republicana, ya que cualquier equilibrio de poderes estatales debilitaría su capacidad de imponer el orden sobre el caos natural.
- Monopolio de la violencia: solo el soberano debe tener la capacidad legítima de usar la fuerza.
- Autoridad indiscutida: las leyes y decisiones del soberano deben ser obedecidas sin reservas.
Aplicado a Haití, el antedicho remedio consistiría en:
- Reconstituir un poder central suficientemente fuerte, capaz de imponer la ley en todo el territorio haitiano;
- Proceder de manera incondicional al desarme de todo grupo y grupúsculo armado no estatal, mediante negociación o, si fuera necesario, a sangre y fuego;
- Restaurar la autoridad del Estadoen servicios básicos y reglamentación económica; y,
- Garantizar la legitimación del soberano, mediante consenso interno y reconocimiento internacional.
Así, pues, hasta prueba en contrario, Hobbes priorizaría la paz sobre las libertades individuales en la fase inicial porque, para él, la libertad solo tiene sentido dentro de un marco de seguridad garantizado por un poder cuasi absoluto. Lo que se salga de ahí es intolerable.
III. Plan de acción
Si tomamos las ideas centrales de Hobbes y las adaptamos al contexto contemporáneo y a los principios del derecho internacional, podría ser esbozado un plan de acción de tres fases:
Primera, estabilización y restauración del orden, para rematar la violencia y recuperar el control territorial:
- Acuerdo haitiano, a modo de contrato social, que valida la constitución e intervención de un Leviatán;
- Este vestiría uniforme criollo o el de una fuerza multinacional de estabilización, bajo mandato de la ONU, una coalición regional o una potencia extranjera; en cualquiera de esas cuatro instancias diversas, contaría con expreso aval haitiano, como única vía para reforzar su legitimidad, imprescindible en la concepción hobbesiana;
- Operación de programas de desarme voluntario, pero incluso involuntario, de la población en general;
- Protección de infraestructuras críticas, garantizando la seguridad de hospitales, puertos, aeropuertos, plantas eléctricas y centros de distribución de alimentos;
- Control de fronteras, puertos y aduanas para reducir el flujo de armas y contrabando, reforzando sus propias capacidades con apoyo internacional de ser requerido.
Segunda fase, restauración del pacto social, en aras de forjar un marco de gobierno fuerte y legítimo.
- Asamblea constituyente o gran acuerdo nacional gracias a la participación de actores políticos, sociedad civil, líderes comunitarios y representantes de sectores productivos para definir la forma y atribuciones del poder soberano;
- Juramento de lealtad a la autoridad central; ya que toda fuerza de seguridad —policía, ejército y fuerzas nacionales o internacionales— debe reconocer un mando único;
- Reforma judicial y policial por medio de la depuración de cuerpos policiales infiltrados por el crimen y creación de mecanismos rápidos de resolución de conflictos legales; y,
- Campañas de legitimación, a través de una comunicación directa con la población, para reforzar la idea de que el nuevo poder soberano es la garantía de paz y seguridad y, no más de lo mismo.
Tercera, consolidación y desarrollo con el firme propósito de asegurar que la estabilidad se traduzca en prosperidad y bienestar. Esta incluye,
- Plan nacional de infraestructura básica. Reconstrucción de carreteras, redes de agua, electricidad y centros educativos y de salud;
- Reactivación económica controlada, por medio de incentivos a la inversión productiva, nacional y extranjera, con vigilancia para evitar que el capital delictivo se infiltre en la economía formal;
- Programas de empleo masivo. Obras públicas que absorban mano de obra y ofrezcan alternativas económicas al crimen; y,
- Alianzas internacionales estables, de conformidad con socios estratégicos, para asegurar inversión y cooperación a largo plazo.
IV. Limitaciones y críticas al enfoque hobbesiano
Aunque el pensamiento de Hobbes ofrece una base teórica diáfana para restaurar el orden en contextos de anarquía, también enfrenta críticas indispensables cuando se traspone al siglo XXI.
- Riesgo de autoritarismo prolongado. Un poder fuerte puede no querer ceder atribuciones, prolongando un régimen autoritario más allá de la fase de estabilización;
- Falta de énfasis en la participación ciudadana. Hobbes no prioriza la democracia participativa; sin embargo, en el contexto moderno, la legitimidad sostenible a largo plazo requiere mecanismos inclusivos;
- Dependencia de la fuerza (interna o externa). Una intervención internacional, aunque pueda restablecer el orden, corre el riesgo de generar dependencia o de ser percibida como una imposición; y,
- Desafíos estructurales profundos. La pobreza extrema de la población haitiana, la corrupción endémica y la debilidad institucional en Haití, no se resuelven únicamente con el restablecimiento de la autoridad a la fuerza.
Por ello, aunque un plan inspirado en Hobbes puede ser figurado como útil en la fase inicial, tiene que ser complementado con estrategias que integren la participación ciudadana, el fortalecimiento institucional y el desarrollo sostenible e inclusivo.
Conclusión
Haití enfrenta una crisis que, desde una perspectiva hobbesiana, supone un regreso relativo al estado de naturaleza. La falta de un poder soberano efectivo, la fragmentación del monopolio de la violencia y la inseguridad generalizada han roto el contrato social, dejando a un estimado de 12 millones de haitianos sin la protección que solo un Estado estable y fuerte puede brindar.
El remedio que Hobbes propondría a esa carencia queda ya expuesto. Sin embargo, muy consciente de lo que en otros escritos he caracterizado como el meollo del ADN cultural haitiano –“la inanición y autofagia haitiana”, así como su “conciencia infeliz”– la concepción de Thomas Hobbes, transpuesta a la realidad sociocultural e institucional del convulso Haití de hoy, no solo debe, sino que tiene que ser ajustada. De lo contrario, corre el riesgo de perpetuar, tanto los excesos del autoritarismo arbitrario, como la esterilidad inherente a una dependencia externa crónica.
En verdad, el conglomerado poblacional situado en Haití, no necesita de manera única y sempiterna un Leviatán unipersonal o elitista que imponga el orden; sino uno que, una vez asegurada la paz, sepa convertirse en garante de la libertad y del bienestar de todos sus ciudadanos, en el futuro inmediato.
Y, en cualquier hipótesis, más verdadero que lo anterior es aquello de que “no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir”. Por más lobo que pueda llegar a ser el Leviatán haitiano o que lo sean esos que, como él, han financiado y ocasionado a mansalva tan indescriptibles salvajadas.
Son tantas las barbaridades diarias soportadas en ese empobrecido terruño isleño que para todos –-comenzando por quienes desde lejos le dan su espalda con ingrata indiferencia– siguen caracterizando a Haití y a su gente. Se trata de salvajadas y barbaridades que opacan a unos pobladores arrumbados por el miedo a la muerte, obligados a subsistir y reproducirse sin ni siquiera contar con el amparo de un contrato social –tal y como lo afirmé en la introducción— de cuño haitiano.
Compartir esta nota