La evaluación del desempeño docente ha sido históricamente concebida desde diversos enfoques, según el contexto particular de cada país. En algunos casos, se ha vinculado directamente con la carrera profesional y las mejoras salariales; en otros, ha sido utilizada como un mecanismo de aseguramiento de la calidad educativa, de promoción de la mejora continua o de rendición de cuentas ante la sociedad. A menudo, estos propósitos convergen en un mismo marco evaluativo. No obstante, incluso en esos escenarios integrados, persiste una visión limitada respecto a los aspectos que deben ser considerados al momento de valorar la labor docente.

Con frecuencia, los modelos existentes han priorizado criterios de corte técnico-administrativo o centrados en el cumplimiento de metas estandarizadas, dejando fuera dimensiones fundamentales del desarrollo integral del estudiantado, particularmente aquellas de carácter socioemocional, cognitivo y ético. Asimismo, estos modelos tienden a individualizar el proceso evaluativo, ignorando que la práctica docente es, en esencia, una construcción colectiva que se desarrolla dentro de comunidades profesionales de aprendizaje.

Frente a estas limitaciones, el concepto de capital profesional docente (Hargreaves y Fullan, 2014) emerge como una propuesta más rica y coherente con los desafíos de la educación del siglo XXI. Este enfoque sostiene que la calidad de la docencia no se reduce a la ejecución técnica, sino que se construye a través de la articulación dinámica de tres dimensiones:

  1. Capital humano: saberes disciplinares, pedagógicos y didácticos.
  2. Capital social: capacidad para trabajar colaborativamente, compartir prácticas efectivas y construir aprendizajes colectivos.
  3. Capital decisional: juicio profesional para tomar decisiones pedagógicas informadas, contextualizadas y éticamente responsables.

Estas dimensiones, interrelacionadas entre sí, permiten a los docentes actuar con autonomía, creatividad y sentido crítico en contextos diversos y cambiantes. La UNESCO ha adoptado, en gran medida, este enfoque en los dos últimos informaes que ha elaborado. El que plantear la necesidad de que reimaginemos juntos los futuros de la educación (UNESCO, 2021) y el último publicado hace unos meses sobre la situación de la profesión docente a nivel mundial (UNESCO, 2025).

Este marco conceptual orienta la propuesta de modelo de evaluación del desempeño docente que estamos desarrollando para presentarlo próximzmente a la comunidad educativa nacional, y del cual extraemos algunos elementos que compartimos en este artículo. A lo largo del texto pesentamos algunos de los componentes de dicho enfoque con el propósito de contribuir al debate informado sobre la calidad educativa, la formación y el desarrollo profesional docente, así como la construcción de sistemas de evaluación más justos, pertinentes y transformadores.

Reconocer y valorar el capital profesional docente no solo profundiza la comprensión del rol que los educadores desempeñan dentro del sistema educativo, sino que también fortalece las políticas públicas orientadas a dignificar su labor y potenciar su impacto en los aprendizajes. Toda transformación sustantiva del sistema de evaluación debe partir de esta mirada integral, en la que el desarrollo profesional no se limita a resultados, sino que se expresa en cómo los docentes construyen saber pedagógico, colaboran con sus pares y ejercen juicio profesional en su práctica cotidiana.

En la República Dominicana, la evaluación del desempeño docente ha sido objeto de debate por varios años, sin que se haya logrado consolidar un modelo integral, legítimo y funcional. Las discusiones en torno a su implementación han estado marcadas por la polarización, la desconfianza institucional y la falta de continuidad en las políticas públicas. Esta situación ha provocado una paralización prolongada en el desarrollo de un sistema de evaluación que sirva efectivamente como una herramienta para la mejora profesional y para garantizar el derecho a una educación de calidad.

La ausencia de un marco claro y coherente ha generado efectos significativos:

  1. Debilitamiento del desarrollo profesional: al no existir un sistema de evaluación articulado con los procesos formativos, los docentes carecen de retroalimentación útil que oriente su mejora continua.
  2. Falta de reconocimiento profesional: la carencia de mecanismos que valoren el capital profesional docente ha limitado las oportunidades para visibilizar y recompensar buenas prácticas.
  3. Desvinculación entre evaluación y aprendizaje: sin una mirada integral, la evaluación se ha desconectado de los objetivos pedagógicos y del impacto real en el desarrollo del estudiantado.

En los intentos previos de implementación ha predominado una lógica centrada en la supervisión administrativa, el cumplimiento de tareas y la medición de resultados estandarizados. Esta concepción ha reducido el rol docente a una función ejecutiva o de simple gestión de contenidos, sin considerar otras dimensiones clave como el trabajo colaborativo, el juicio pedagógico, el liderazgo educativo o la capacidad de construir comunidades de aprendizaje en el centro escolar.

Actualmente, el sistema evaluativo no reconoce de manera sistemática los tres pilares del capital profesional:

  1. Capital humano: si bien se valoran ciertos conocimientos disciplinares, rara vez se conecta la evaluación con procesos de actualización pedagógica o con el impacto efectivo en los aprendizajes.
  2. Capital social: no existen mecanismos que promuevan ni midan la colaboración profesional, el trabajo en red o la mentoría entre colegas.
  3. Capital decisional: el juicio pedagógico, la capacidad del docente para adaptar su práctica al contexto y tomar decisiones informadas y éticas, sigue siendo invisibilizado por los esquemas tradicionales.

Los resultados del Informe PISA 2022 (OECD, 2023), especialmente en el área de pensamiento creativo, evidencian con claridad estas fallas estructurales. La puntuación obtenida por la República Dominicana, solo 15 puntos, posicionándose entre los últimos lugares a nivel mundial, no puede atribuirse exclusivamente a problemas curriculares o de infraestructura. Es reflejo de un modelo pedagógico y evaluativo que no incentiva la creatividad, la exploración ni el pensamiento crítico. Estos resultados interpelan directamente a las políticas de formación, acompañamiento y evaluación docente.

La falta de un modelo integral limita no solo el fortalecimiento de la profesión docente, sino también la posibilidad de avanzar hacia una escuela innovadora, inclusiva y centrada en el aprendizaje profundo. Superar este diagnóstico implica:

  1. Replantear los fines y principios de la evaluación docente.
  2. Alinear la evaluación con el desarrollo profesional continuo.
  3. Incorporar criterios que reconozcan prácticas pedagógicas transformadoras y su impacto en el desarrollo integral del estudiantado.
  4. Diseñar instrumentos e indicadores que valoren explícitamente el capital humano, social y decisional del profesorado.

Desde esta perspectiva, el modelo de evaluación que se propone se concibe como una herramienta formativa, situada en la práctica real de la docencia, alineada con el derecho a una educación de calidad y con una visión contemporánea del rol profesional del docente.

Los principales principios orientadores del modelo:

  1. Formativo y orientado al desarrollo profesional: debe ofrecer retroalimentación útil, contextualizada y enfocada en la mejora continua, lejos de enfoques punitivos.
  2. Integralidad: considera múltiples dimensiones del quehacer docente, no actividades aisladas, sino trayectorias profesionales y capacidades situadas.
  3. Reconocimiento del trabajo colectivo: valora la enseñanza como una construcción en comunidad, en la que los docentes comparten saberes y solucionan problemas pedagógicos en conjunto.
  4. Contextualización: reconoce las condiciones reales del ejercicio docente, considerando nivel educativo, contexto socioeconómico, tipo de centro y disponibilidad de recursos.
  5. Participación y corresponsabilidad: promueve el involucramiento activo de docentes, directivos y actores clave en el diseño, aplicación y mejora del modelo.

Este enfoque permite evaluar la docencia de manera más justa, enriquecedora y coherente con los retos de la educación actual. Como se ha desarrollado, el modelo reconoce las tres dimensiones fundamentales del capital profesional docente:

  1. Capital humano: saber actualizado, capacidad didáctica y dominio pedagógico.
  2. Capital social: vínculos profesionales, colaboración entre pares y pertenencia a comunidades de aprendizaje.
  3. Capital decisional: autonomía, juicio profesional y capacidad de adaptación a contextos diversos.

Estas dimensiones no solo explican el resultado educativo, sino también las condiciones, estrategias y decisiones desplegadas en el aula. Otorgan visibilidad a un saber profesional profundo, muchas veces ignorado por los modelos tradicionales.

Este modelo no parte de una lógica de control, sino de confianza profesional. Se alinea con una visión de educación transformadora que busca formar ciudadanos críticos, creativos, empáticos y participativos. Por ello, propone evaluar no solo lo que se enseña, sino también cómo, por qué y en qué condiciones se enseña.

Finalmente, este modelo debe articularse con políticas de formación inicial y continua, carrera docente, liderazgo escolar y acompañamiento pedagógico. Solo así se convertirá en una verdadera herramienta de fortalecimiento institucional y profesional, capaz de impactar positivamente en la calidad educativa del país.

La transformación de la evaluación docente no es un asunto exclusivamente técnico: es una decisión ética y política. Apostar por un modelo que valore el capital profesional implica reconocer que la docencia es mucho más que instrucción; es reflexión, juicio, colaboración y compromiso con el aprendizaje de todos y todas.

El momento actual exige coherencia entre lo que decimos que valoramos y lo que realmente evaluamos. Diseñar un modelo alineado con esta visión no solo contribuirá a mejorar la práctica profesional, sino también a fortalecer la confianza en el sistema educativo y a dignificar la labor docente.

Porque lo que se evalúa define lo que se prioriza. Y si lo que priorizamos es el crecimiento profesional, la colaboración y el aprendizaje con sentido, entonces es tiempo de evaluar para transformar.

Bibliografía:

Hargreaves, A. & Fullan, M. (2014). Capital profesional: Transformar la enseñanza en cada escuela. Ed. Morata, Madrid.

OECD (2023). PISA 2022 Results (Volume I): The State of Learning and Equity in Education. PISA, OECD Publishing, París.

UNESCO. (2024). Informe Mundial sobre el Personal Docente: Hacer de la profesión docente una prioridad mundialhttps://doi.org/

UNESCO. (2021). Reimaginando juntos nuestros futuros: Un nuevo contrato social para la educaciónhttps://doi.org/

Radhamés Mejía

Académico

Educador. Profesor Emérito de la PUCMM ExVicerrector de la PUCMM por más de 35 años y exrector de UNAPEC. Actualmente es Coodinador de la Comisión de Educación de la Academia de Ciencias de la República Dominicana (ACRD). En la actualidad es Director del Centro de Investigación y Desarrollo Humano (CIEDHUMANO)-PUCMM.

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