“El desprecio impulsa nuestras campañas políticas y las redes sociales y mucha gente se beneficia de ello. Pero es una forma peligrosa de liderar un país”. Obispa Mariann Edgar Budde.

Poco después de haberme mudado al sur de California en el 2019, fui con mi amiga April un fin de semana a una iglesia en Claremont, el pueblito donde queda la universidad en la que ambas trabajamos. A April la habían invitado a dar una charla y se sentía muy honrada por la invitación por la conexión muy personal que tiene con la ciudad de donde es parte de su familia y donde queda nuestra universidad en la que también se graduó de licenciatura. Y yo me sentía honrada por la invitación de April a acompañarla en un momento tan importante para ella.

Cuando llegamos, me deleité con el colorido de la iglesia y la hospitalidad de las y los presentes, en su mayoría personas mayores que me hicieron sentir como en casa. El edificio era sencillo y se podían ver pinturas de inspiración africana y fotos de Barak y Michelle Obama y su familia en todas partes. La gente iba llegando y saludándose con la familiaridad de quienes se ven todas las semanas y tienen algo muy importante en común. Como socióloga y curiosa que soy iba tomando notas en mi mente no solo del lugar y su gente sino también de los símbolos. Por ejemplo, tal y como veía en Harlem y otros lugares cuando vivía en Nueva York, observaba impresionada los bellos vestidos y sombreros con tela Kente (un tipo de textiles originalmente de Ghana) de muchas de las mujeres que asistieron a la celebración.

A la hora de iniciar, presentaron a April explicando que es historiadora y profesora y que trabaja en la vecina Universidad de Pomona. Ella, conocedora como es de las tradiciones de las iglesias afroamericanas y en un gesto que me explicaría después, saludó al grupo de “elders” o personas mayores que preside la iglesia y que se sientan detrás del podio simbolizando su responsabilidad de guiar y cuidar al resto de la comunidad. Ese momento tan especial me recordó el rol histórico que han jugado las organizaciones religiosas en la comunidad afroamericana; un rol que conocemos por figuras como Martin Luther King y Malcolm X, pero que inició mucho antes cuando ir a la iglesia los domingos era uno de los pocos momentos de esperanza para las y los esclavos. De hecho, varias de las tradiciones musicales estadounidenses más importantes como el góspel y el soul y cantantes como Aretha Franklin, Whitney Houston y Donna Summer empezaron en iglesias como el lugar donde estábamos como nos recordaría el coro fantástico de voces que me emocionó hasta las lágrimas esa misma tarde.

Tenía tiempo que no pensaba en ese día tan especial y lamentablemente lo recordé a propósito de la andanada de decretos que emitió Trump nada más volver a la Casa Blanca la semana pasada. Lo recordé porque April habló en su conferencia del riesgo que representaba el aumento de la persecución a las personas migrantes en EEUU durante la primera administración de Trump también para la comunidad afroamericana. April destacó que la décimo cuarta enmienda a la Constitución estadounidense establece que la ciudadanía de dicho país se adquiere por nacimiento o por naturalización independientemente de la nacionalidad del padre y la madre. (Y, por tanto, no se puede cambiar por decreto como quiere hacer creer Trump). Y recordó que esa enmienda No. 14 fue creada justamente para garantizar la ciudadanía de las personas que habían estado esclavizadas, o sea, las y los antepasados de la comunidad afroamericana actual.

April se lo recordaba a las personas presentes porque ya en ese momento había gente planteando la posibilidad de que la extrema derecha intentara eliminar la ciudadanía por nacimiento o jus solis que también tuvimos por casi un siglo en RD. (Les confieso que a veces me pregunto si Trump está tomando clases con la extrema derecha nuestra que logró desnacionalizar a miles de dominicanos y dominicanas aplicando retroactivamente la Constitución del 2010 y tanta influencia tiene en el gobierno actual). Y April le recordaba estos hechos al público para que no fueran a pensar que la persecución despiadada en contra de las personas migrantes pobres (en su mayoría latinas) que veíamos en las noticias y que ha vuelto a desatar Trump era un hecho aislado que no afectaría a la comunidad afroamericana.

Efectivamente, como hemos visto con las primeras actuaciones de Trump al regresar al poder, su visión de país no incluye a las personas de color, ni a las mujeres, ni a la comunidad LGTBQ ni a nadie que luzca o piense diferente a él. Aunque no me esperaba que iba a evidenciarlo de manera tan clara en tan poco tiempo, Trump está haciendo lo que tanta gente advertimos: intentar volver a un pasado supuestamente ideal que realmente solo benefició a los hombres blancos ricos y heterosexuales. Y pudo hacerlo con tanta rapidez porque, como también señalamos muchas personas, ya contaba con el plan super detallado que le armó la ultraconservadora Heritage Foundation, el famoso Plan 2025 que al parecer quieren implementar el mismo año de su título. Ahora que Trump nuevamente tiene el poder de las políticas públicas las utiliza para tratar a todos los demás grupos y comunidades, o sea, la mayoría de la población estadounidense, como seres inferiores y sin méritos; una idea que ya tenía años promoviendo y que mucha gente (incluso gente de esos mismos grupos) se creyó.

Por años la extrema derecha de Trump ha vendido esta mentira de que aspirar a tener empresas e instituciones que reflejen la composición de la población baja la calidad de esas instituciones poniéndosela “fácil” a las mujeres y las personas de color. (Por el contrario, muchos estudios muestran que mientras más diversa es una organización, mejores son sus resultados). Usan la frase “DEI hires” o “contrataciones DEI” para denigrar este tipo de iniciativas que en EEUU se denominan “Diversity, Equity, and Inclusion” (DEI o “Diversidad, Equidad e Inclusión”). Incluso una de las tantas mentiras que se inventaron Trump y sus seguidores sobre la tragedia de los fuegos en Los Ángeles fue decir que los fuegos fueron resultado de las iniciativas DEI porque la jefa del cuerpo de bomberos es mujer y lesbiana y la alcaldesa es una mujer afroamericana. Y ahora Trump acaba de eliminar este tipo de iniciativas en el gobierno federal y sus seguidores presionan cada vez más a las empresas para que también eliminen todo lo relacionado con DEI. (Varias han cedido pero otras como Apple y COSTCO se han mantenido firmes explicando lo mucho que se benefician de la diversidad de su personal).

Esta avalancha de decretos de Trump confirma la forma en que engañó a muchas personas de los mismos grupos que votaron por él y que minimizaban el desprecio que tantas veces ha mostrado en contra de las personas migrantes pobres y de color (porque con las y los migrantes blancos europeos como su mamá, su esposa y su abuelo no tiene problemas), las mujeres, las comunidades negra y latina y la comunidad LGTBQ y otras minorías. Tampoco hizo ningún intento de disimular su interés en volver a gobernar para beneficiar a los grupos más ricos como vimos con los billonarios que invitó a estar a su lado durante la inauguración.

Este fenómeno en el que líderes o grupos de la élite le hacen creer a la mayoría de la población que están defendiendo sus intereses cuando están haciendo todo lo contrario es lo que el pensador y político Antonio Gramsci llamaba hegemonía. Trump y las y los políticos populistas como él son genios creando este tipo de narrativas y mucha gente quiere creerlas, entre otras razones, por “el miedo a la libertad” que impera en periodos de mucha incertidumbre como el que vivimos. Este populismo se puede dar tanto en la derecha como en la izquierda, pero el caso de Trump es parte de una tendencia internacional muy peligrosa de resurgir del fascismo con partidos y movimientos antidemocráticos y ultranacionalistas. Trump sigue siendo un riesgo para la democracia estadounidense como ya vimos con su decreto liberando a los cientos de personas involucradas en el intento de golpe de estado del 6 de enero de 2021 incluyendo grupos neofascistas y paramilitares como los Proud Boys y los Oath Keepers. Lo mismo ocurre con su intento de eliminar la ciudadanía por nacimiento que les mencioné y que ya un juez federal desestimó por ser inconstitucional.

El sermón de la Obispa Mariann Edgar Budde en la misa de la inauguración de Trump en la Catedral Nacional de Washington nos muestra que, a pesar de sus encantos, mucha gente no se cree ese discurso y sabe lo que realmente significa. También nos muestra lo instrumental que es la relación entre Trump y los grupos religiosos que le apoyan. Las redes están llenas de insultos de Trump y sus seguidores supuestamente “cristianos” contra esta Obispa episcopal a pesar de que su discurso invitando al Presidente Trump a mostrar clemencia a los grupos que persigue justamente se basa en lo mejor del cristianismo. De hecho, el sermón de Budde evidencia la diversidad de posturas que hay dentro de las diferentes religiones en EEUU. Por ejemplo, un artículo ayer en el New York Times recoge las reacciones en las iglesias cristianas progresistas del país y cómo se sintieron representadas por Budde.

Por eso su sermón y su negativa posterior a disculparse (“no creo que deba disculparme por llamar a tener misericordia”) han sido momentos muy hermosos en los que hemos visto el potencial que tienen las organizaciones y líderes religiosos de recordar a todo el mundo la compasión y solidaridad que, con diferentes nombres, están en el corazón de la mayoría de las religiones. Como explicó la Obispa, este nuevo mandato de Trump es un periodo ya pone en peligro a muchos grupos. Por eso, tanto quienes son creyentes como quienes no lo somos necesitaremos nuevas estrategias y especialmente nuevas formas de imaginar el futuro para poder crear un mundo post-Trump que realmente sea para todas las personas.

Necesitamos más líderes como la obispa Budde para lograrlo.