I.- La problemática está bien documentada. La solución, de iure y/o de facto, no. Así vislumbro, tanto a Friusa, como al loable discurso del presidente Abinader relativo a 15 medidas sobre la inmigración haitiana en el país. En particular, porque se reconoce que “la ley solo tiene valor cuando se hace cumplir"; es decir, no basta promulgarla ni revisarla y, ni siquiera, apelar al sambenito que sea, si reina la impunidad y la injusticia.

II.- El uso masivo de mano de obra haitiana comenzó por iniciativa estadounidense de los U.S. Marines en el país y se propagó durante los gobiernos de Trujillo y luego durante los primeros 12 años de Balaguer. La cuestión de esa mano de obra, pero indocumentada en un status migratorio de irregularidad, comenzó abiertamente tras la salida del poder de Jean-Claude Duvalier, en 1986. Esa fecha marca la finalización de los contratos interestatales e interinstitucionales que venían amparando la contratación de mano de obra no calificada, a nivel de campo, en la agroindustria azucarera.

A partir de ese entonces, comenzado por los “buscones” particulares que suplían de mano de obra requerida a toda la agroindustria azucarera del país y, luego, por medio de otras modalidades, la epidemia laboral del batey contagió la economía dominicana. Primero en labores agrícolas, luego de la construcción y más recientemente, del sector servicios.

Tal y como ya ha sido escrito con propiedad, “el uso masivo de mano de obra extranjera, en su mayoría haitiana e indocumentada, no es un accidente ni una casualidad. Es el resultado de más de 30 años de permisividad, silencio institucional y acuerdos tácticos entre quienes deberían aplicar la ley y quienes la evaden para reducir costos” (Alfredo Vargas Caba).

Por aquello de que, de aquellos polvos, estos polvos, probablemente se pueda bien entender el fenómeno contemporáneo de Friusa.

Cierto, para valerme de la expresión de Inés Aizpún, “los turistas no votan”. Por eso mismo, “el Hoyo de Friusa es, primero de todo, un fracaso. (…)  La patria no está especialmente en peligro en ese barrio, el desarrollo organizado sí. Es un síntoma de la arrabalización que permitimos crecer hasta un punto de difícil retorno”.

Pero, si se me permite acotar algo, el país necesita más que una política de planificación urbana. Requiere, con urgencia, articular de manera realista su desenvolvimiento migratorio y el de su mercado laboral por medio de políticas eficaces y sustentables.

Hasta prueba en contrario, he ahí el mérito de la iniciativa presidencial, independiente del valor particular de una u otra de sus 15 propuestas para frenar la migración irregular desde Haití. En efecto, sin presión de repostulación electoral a la vista, cuenta con un escenario propicio para corregir un mal que viene propagándose en el país desde hace ya demasiadas décadas.

Por supuesto, queda por encausar el buen juicio y serenar el entusiasmo excesivo. En esta cuestión del inmigrante haitiano, pareciera ser que debajo de cada piedra se esconde un tremendo alacrán: la falta de consecuencias. Entre nosotros, el mal no radica en la inexistencia de leyes y normativas que aplicar para aplicar el susodicho freno, sino en la inobservancia y falta de consecuencias, a tutiplén. Por demás, tal y como escribe Carmen Imbert Brugal, en el contexto de Friusa, aunque refiriéndose a las 15 propuestas presidenciales, “el hilo de Ariadna para salir del laberinto migratorio es la aplicación de la ley General de Migración. Su vigencia no puede ser sustituida por espejismos soberanistas”. O, como puntualiza Castillo Pantaleón, a propósito de las medidas migratorias anunciadas por el presidente Abinader, “muchas ya existen”.

A la hora de ponerle una tilde a la “i”, también conviene evaluar las 15 iniciativas de José Dunker. Entre sus propuestas, difícil no darle cabida en un diálogo serio y plural, a estas: controlar el tráfico de armas desde RD para las pandillas de Haití, reconocer la ciudadanía -como lo hace la constitución dominicana– a hijos de matrimonios mixtos haitianos-dominicanos, devolver la cédula dominicana al que la tenía antes de la constitución del año 2010 y reanudar –asumiendo que si hubiera autoridades legítimas en Haití con quienes hacerlo– el camino del diálogo dominico-haitiano entre sus respectivas autoridades.

Otra tilde es de la autoría de Pelegrín Castillo Selman quien escudriña el discurso presidencial de las 15 propuestas y, en principio lo valora “como positivo”, pero advierte de manera taxativa,  “si no fuera por que el presidente en sus mensajes de X virtualmente anunció un plan de regularización solapado…arriesgándose con el doble discurso a perder toda credibilidad… Ese plan es la aspiración de los organismos internacionales, las agencias extranjeras y los que creen que RD es su finca con pasaporte, y que los funcionarios y políticos son los administradores y capataces. Si las empresas necesitan mano de obra extranjera en algún renglón deben cumplir con el voto de la ley… no acomodarle la ley a sus demandas. Si esa no es la posición oficial deben rechazarla categóricamente”.

Podría aún resumir otros muchos de los comentarios que retumban estos días en los medios de comunicación dominicana y sus redes dizque sociales. Sin embargo, a mi entender, la respuesta definitiva al rompecabezas haitiano, transpuesto en suelo dominicano, lo resume esta conclusión de Vargas Caba. Lo que está en juego en el país, no es solo el desenlace de una migración en ascuas, sino “el alma misma de la República”, tal y como la esbozara Duarte; a saber, con fronteras y con leyes.

De ahí el valor de lo que reitera Rosario Espinal. “No es patriotismo”, sino un intolerable abuso tolerar un flujo de inmigrantes haitianos y emplearlos para luego mantenerlos en el inconsecuente ostracismo de la indocumentación. En ese contexto, por consiguiente, el solo recurso de la expulsión indiscriminada de haitianos indocumentados no es la solución; tampoco la regularización sin control de estos.

A propósito del terreno de los hecho, sobresale el valor del desglose que expone –en una serie de artículos– Eduardo García Michel, quien advierte que está dispuesto a deslindar un “marco estructurado, patriótico y justo” relativo a la dominicanización del mercado laboral, la contención de la migración irregular y la evaluación de las recientes propuestas presidenciales. Otro tanto más, la ponderada exposición crítica de César Pérez al evaluar al gobierno dominicano en su “insondable laberinto”, debido a la crisis migratoria –efecto del deterioro institucional en Haití– y del ascendente sentimiento xenofóbico racista de un segmento poblacional dominicano.

Ahora bien, como si no existiera lo previamente reseñado y todo lo que no tiene cabida en este escrito, por motivos de espacio, me limito a advertir la agudeza del siguiente argumento ad hominem. Al margen ya de la protección militar de la frontera, y de los montos salariales y las condiciones de vida del inmigrante, documentado o no, o del ordenamiento jurídico del país, “¿harán los dominicanos los trabajos que hoy ejecutan los haitianos?” (José Luis Taveras).

III. Obvio de toda obviedad, si por el pasado y el presente fuera, el futuro requerirá mucha mayor decisión para darle contenido a la formalidad de los códigos y las propuestas precedentes. A mi entender, el camino a ese futuro viene alentadoramente trillado si y solo si –además de todo lo que ya se propone y enmienda– son observados estos tres pasos:

a.-          El poder legítimo de la autoridad igualmente legítima queda opacada cuando únicamente la reivindicamos peleando con los más pequeños, los inmigrantes y sus descendientes, igualmente indocumentados. Sobre todo porque, si esa estrategia fracasa, por el motivo que pueda ser, quién o quiénes ejerzan dicho poder saldrán desprestigiados, para siempre, por la sencilla razón de que hasta el más vulnerable los derrota.

b.-          En dicho contexto, lo ulterior de Friusa no debiera ser un país más pasional que objetivo y verificable. De aventurarnos en esa opción, corremos el riesgo de que los números, así como la veracidad de los hechos y de los logros, sean soslayados y atropellados por espíritus escépticos, en cualquier instancia de diálogo, por presupuestos de raigambre prejuiciada y tono apasionado.

  1. Ante la eventualidad de editar otro capítulo patrio titulado ‘Más de lo mismo’, debemos de hacer lo imposible para evitar que cualquier relato tergiversado y pasional que busque imponerse entre nosotros, –amparándose falazmente en la supuesta impotencia de la autoridad y la traición de los malos dominicanos–, logre resquebrajar la unidad y la coherencia pacífica de la sociedad dominicana en dos bandos contrapuestos e irreconciliables entre sí: los antipatriotas y los patriotas, respectivamente, pro y contra haitianos.

Absurda situación esa, porque en nuestra historia republicana todos salimos del mismo caldero. En este se cuece y reposa “el sancocho cultural migratorio de los dominicanos” (Ferrán), ese del que procedemos todos desde diversos tiempos y puntos de la geografía mundial, y que nos ha servido –respetando procedencias y diferencias culturales– de caldo de cultivo identitario de los dominicanos.

IV.-         En conclusión hay que corregir el desempeño en cuestión migratoria y, solo así, evitar caer en manos apasionadas. De lo contrario, sin conseguir ninguno de esos objetivos, pasaríamos a vivir en una patria escindida por dos aglomerados de dominicanos –pro y anti haitianos— apasionados antagonistas, irreconocibles e irreconciliables entre sí. Pero, si caemos en esa tentación autocomplaciente, seremos cómplices del funesto acto de abonar la fortuna del hálito duartiano. Juan Pablo Duarte, en un horizonte contextual de motivaciones e intereses de toda índole, rondaría entre nosotros, pero no como otrora lo hizo el ‘fantasma’ que un día recorrió Europa, sino como el padre de la patria consciente de sí que, expatriado de su suelo patrio por sus propios coetáneos –primero haitianos, luego dominicanos independentistas y posteriormente dominicanos restauradores– pasaría a velar por cuarta vez sobre el ánimo y el quehacer de toda la ciudadanía dominicana que lo vuelve a expulsar del país.

Eso último no es simplemente añadir algo más a propósito de la sonada Friusa, sino mucho, muchísimo más y peor debido a nuestro complejo origen y representación histórica.

Fernando Ferran

Educador

Profesor Investigador Programa de Estudios del Desarrollo Dominicano, PUCMM

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