El presidente Donald Trump acaba de anunciar que no quiere a gordos, peludos ni barbudos en las filas de su Ejército.

A Trujillo tampoco le gustaba tener en sus Fuerzas Armadas a soldados con esas características. Y tampoco aceptaba mujeres en sus filas porque las consideraba débiles y ociosas.

No me preocupa la medida del presidente Trump porque ni intento enlistarme, ni me aceptarían como miembro de su ejército. Pero sería una gran vaina que extiendan esa medida a los turistas.

Me imaginé con mi aspecto llegando al aeropuerto de Miami y el inspector de migración, al verme, me dice: Entre a esa oficina a la derecha y espere. Después de dos horas, llega un barbero, me pela y me rasura la barba. De ahí, me mandan a un consultorio médico donde me pesan y me examinan: La aguja marca 240 libras.

Vuelvo, casi calvo y con cara de idiota, donde el inspector, suponiendo que ya todo está resuelto. Pero este me dice: Lo sentimos, no puedo dejarlo entrar a Estados Unidos porque tiene que rebajar 60 libras.

Ocho horas esperando un vuelo de regreso, y cuando llego a mi país, sin pelo y sin barbas, el inspector de migración, al ver mi pasaporte, sospecha que no soy la misma persona y me manda a otro cuarto.

Dos policías vestidos de civil me interrogan por una hora y les explico lo que me pasó en el aeropuerto de Miami. Buscan mi equipaje, que nunca supe de él, y resulta que no aparece. Está en Miami.

El presidente Trump tuvo la cortesía de mandarme un puto barbero al aeropuerto de Miami para que me pelara y me afeitara gratis

El problema es que mi nueva cara es muy parecida a una foto pegada a la pared, que no sé quién es, ni me importa una mierda, porque lo único que quiero es llegar a mi casa.

Me retienen el pasaporte y los inspectores me acompañan a la aerolínea a reclamar el equipaje. Después de llenar unos formularios, me dicen que vuelva en tres días y me dan una copia del reclamo.

Los agentes vuelven a llevarme al cuarto de interrogación y una hora más tarde me sellan el pasaporte, pero lo retienen hasta que llegue mi equipaje.

Mi salida a Miami fue a las 6 de la mañana y regresé a la casa a las 3 de la madrugada del día siguiente. Pasé 4 horas viajando, 11 horas en el aeropuerto de Miami y 6 horas en el aeropuerto de Las Américas.

Cuando llego a la casa, casi amaneciendo un día después, mi esposa dormía y se levantó con el ruido. Me preguntó que cómo me había ido y por qué regresé tan pronto.

Al verme la cara se asustó y me preguntó qué había pasado. Le dije: Bueno, no lo vas a creer, el presidente Trump tuvo la cortesía de mandarme un puto barbero al aeropuerto de Miami para que me pelara y me afeitara gratis, a un gastroenterólogo homosexual que me metió el dedo por el ano y me tomó unas radiografías y a un pendejo nutricionista que me dio una dieta para bajar 60 libras de peso. Cuando llegué aquí, mi maleta no apareció y me confundieron con un reconocido traficante de drogas, reteniéndome el pasaporte.

Realmente, el viaje fue maravilloso y el pasaporte se lo pueden meter por el trasero porque jamás pisaré un aeropuerto el resto de mi vida.

José Lois Malkún

Economista

Economista dominicano. Trabajó como consultor de varios organismos internacionales, como el BID y el Banco Mundial. Fue director de la Comisión para la reforma del Sector Salud, Ministro de Finanzas y Gobernador del Banco Central, en el período 2003-2004.

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