La noticia del fallecimiento del papa Francisco ha conmovido profundamente a muchas personas en la República Dominicana. En estos momentos de oración y memoria agradecida, nos preguntamos: ¿cómo honrar verdaderamente su legado? Quizás la forma más auténtica sea atender a sus enseñanzas sobre la dignidad humana, particularmente en lo concerniente a la realidad migratoria. Lo hacemos en diálogo con el pensamiento de unos de los filósofos italianos más reconocidos de nuestros días, Giorgio Agamben.
El migrante como "homo sacer"
Urge comprender críticamente la desbordada hostilidad hacia la población migrante haitiana en nuestra nación. La tensión no bajará si todos nos polarizamos descalificándonos mutuamente, como sucede cuando nos posicionamos como nacionalistas y progresistas, o como gobiernistas y antigobiernistas. Esta exclusión mutua se profundiza cuando nos tipificamos peyorativamente como fascistas y antipatriotas respectivamente. El paroxismo ha llegado a la agresión física con peñones y armas blancas por parte de quienes se han autoproclamado defensores paramilitares de la patria.
El filósofo italiano Giorgio Agamben nos ofrece una categoría profundamente iluminadora para comprender la situación por la que estamos pasando: el “homo sacer". Esta figura del derecho romano antiguo designaba a aquella persona que podía ser eliminada sin consecuencias, pero que no podía ser sacrificada ritualmente. Es decir, una vida despojada de todo valor político, reducida a su mera existencia biológica, a lo que Agamben llama una "vida desnuda", sin atributos humanos, excluida de la comunidad política y sus derechos. El homo sacer representa a quienes son marginados por el Estado y pueden ser eliminados sin consecuencias legales.
¿No es acaso esta la condición a la que reducimos al migrante haitiano? Lo convertimos en un ser humano al que se le niega la dignidad jurídica y política, expuesto a la violencia sin protección legal efectiva. Por eso se le aplica de manera indiscriminada el epíteto “ilegal”. Como ha señalado el papa Francisco: "Hay migrantes que nadie debe ver: los esconden. Solo Dios los ve y escucha su clamor. Y esta es una crueldad de nuestra civilización."
El "estado de excepción" como paradigma biopolítico
Otra categoría agambeniana que ilumina nuestra realidad es el "estado de excepción". Este concepto describe aquella situación donde, bajo el pretexto de la emergencia o la seguridad nacional, se suspende el orden jurídico normal, permitiendo la vulneración de derechos fundamentales.
Este "estado de excepción" se conecta íntimamente con lo que Agamben, siguiendo a Foucault, denomina "biopolítica": el ejercicio del poder sobre la vida biológica de las personas, donde el cuerpo y la existencia física se convierten en objeto de control político. En el caso de los migrantes, el Estado ejerce un poder directo sobre sus cuerpos —decidiendo quién puede entrar, permanecer o debe salir— reduciendo personas a meros datos biológicos, amontonándolos en “camionas” como quien trafica cabezas de ganado, despojándolas de su condición humana y de sus derechos fundamentales.
En nuestra República Dominicana, observamos con preocupación cómo las políticas migratorias tienden a constituir un permanente "estado de excepción" para los migrantes haitianos, transformándose en un mecanismo biopolítico de control y exclusión. Esta afirmación no niega el derecho soberano del Estado dominicano a aplicar sus leyes y proteger su territorio, pues este derecho nunca puede ejercerse violentando la dignidad humana universal.
Como ha afirmado el papa Francisco en sus catequesis dominicales: "No es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos… sino ampliando rutas de acceso seguras, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución."
Nuestra doctrina social católica, desde la encíclica Mit brennender Sorge contra el nazismo hasta las enseñanzas contemporáneas, denuncia con firmeza cualquier nacionalismo excluyente que pretenda colocar la identidad nacional por encima de la dignidad humana. Denuncia claramente que cuando el Estado se erige en fuente última de verdad y moral, negando la universalidad de la dignidad humana, se abre paso a la opresión sistemática y al desprecio del otro.
La ética y la espiritualidad frente a la biopolítica
La crisis migratoria haitiana no es meramente un problema político o social. Es, ante todo, un desafío ético y espiritual. La teología cristiana afirma categóricamente que cada ser humano es imagen y semejanza de Dios, portador de una dignidad inviolable que ninguna ley humana puede suspender. Cuando permitimos que el migrante sea reducido a "homo sacer", participamos en una biopolítica que contradice radicalmente el mensaje evangélico.
El papa Francisco nos lo recuerda con claridad meridiana: "Hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave".
La situación de Haití, con su crisis humanitaria, política y social sin precedentes, no debe usarse como excusa para asumir la actitud que, como cristianos y como seres humanos, debemos tener ante quienes sufren. No debemos dejarnos arrastrar por el miedo, las teorías de la conspiración ni por discursos que alimentan el odio. Recordemos que "el huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender" (Ex 22,20).
El imperativo montesiano
Hace más de cinco siglos, en esta misma isla, fray Antón de Montesinos lanzó aquel sermón profético que sacudió conciencias: "¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?". Resulta curioso que tantas veces se cite con orgullo esta página de nuestra historia y no se vean sus implicaciones para el presente.
Sin embargo, estas preguntas retumban hoy con una actualidad escalofriante. Como entonces, también ahora la Iglesia debe alzar su voz profética contra toda forma de deshumanización. Invitamos a todos los dominicanos a promover una cultura del encuentro y del cuidado. Urge que nuestras autoridades, con determinación y humanidad, busquen soluciones que garanticen la seguridad nacional sin menoscabar los principios de justicia, fraternidad y solidaridad. ¿Por qué han endurecido su corazón? ¿Se estarán dejando chantajear por grupos que solo saben gritar por las redes y no se comprometen con la verdadera transformación social que nace del trabajo cotidiano solidario? ¿Es la popularidad electoral el último criterio de moralidad?
Para concluir, quiero dirigirme especialmente, aunque no de forma exclusiva, a mis hermanas y hermanos católicos: quisiera que escuchen el llamado claro y urgente que nos hace el papa Francisco desde la eternidad. No participen en grupos que siembren odio ni propaguen discursos contrarios al Evangelio. No olviden que el término "católico" significa precisamente "universal". Nuestra fe trasciende fronteras cuando se trata de amar y servir al prójimo.
El verdadero homenaje al legado del papa Francisco será desmantelar, desde nuestra fe y compromiso, toda estructura que convierta al migrante en homo sacer y toda política que normalice el "estado de excepción" como forma de gobierno de las poblaciones vulnerables. Porque, como nos recordaba Montesinos, estos son seres humanos, estos son nuestros hermanos, y en ellos, es Cristo mismo quien sufre y nos interpela.
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