En los últimos años, la ultraderecha ha logrado avances políticos importantes en los países del capitalismo desarrollado con democracias liberales. Más que triunfos en política económica, lo que ha logrado es desarrollar un estilo comunicativo que genera apoyos en contextos de la creciente insatisfacción social con el estado de la economía y la política.
El estilo comunicativo desplegado por la ultraderecha tiene varios componentes: la mentira, el insulto, el resentimiento, la arrogancia y el histrionismo.
La política es una lucha de poder constante sobre bienes materiales e inmateriales (ideas). La modernidad democrática se basó en la idea de que evolucionábamos hacia un mundo cada vez más anclado en la ciencia y la verdad, en los derechos y la justicia.
La ultraderecha se afana actualmente en desviar ese camino. De ahí su ataque al conocimiento, la ciencia, la educación, al periodismo más objetivo (lo llama “fake news”), a la inclusión social y a la justicia.
Las élites, clama la ultraderecha populista, se han apropiado de las principales instituciones que ignoran al pueblo. Y, como el pueblo llano no es productor de conocimiento científico, es fácil encontrar apoyos políticos para atacar o controlar la educación, desde la elemental hasta la universitaria, en nombre de la cruzada anti woke.
Al desacreditarse la verdad, ha quedado la mentira impuesta como verdad mediante la repetición. Como dijera Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi, “una mentira mil veces dicha, se convierte en una gran verdad”.
Con la mentira de guía, el insulto se despliega para encubrir la farsa y debilitar al opositor en el escenario público. Desprestigiar es crucial.
Las redes sociales se han convertido en el espacio más amplio para propagar mentiras, insultar y azuzar el resentimiento que socava el discernimiento. Ahí no hay que usar siquiera nombres propios; todo se vale, la deshumanización impera.
Las mentiras repetidas con insultos se imponen entonces a la reflexión racional, a la verdad, a la sensatez.
Para mentir e insultar se necesita arrogancia; presentarse como el más sabio, más fuerte, más audaz.
Y una vez amplios segmentos sociales asumen ese estilo comunicativo, sea como emisores o espectadores de la agitación y la confrontación, se gesta la masa de apoyos a la ultraderecha, donde los políticos con su histrionismo son parte central del espectáculo.
En todos los países donde la ultraderecha tiene peso político actualmente, el líder encarna las características mencionadas con dureza, autoritarismo, insensibilidad y crueldad.
Combatir la ultraderecha es difícil porque la mentira es maleable, se cambia. La verdad requiere de datos y comprobaciones para modificarla.
El insulto, a diferencia del comedimiento, es más seductor para las masas porque refleja fortaleza y determinación, por lo menos, hasta que hiera a muchos y devele sus deficiencias para organizar la vida social.
El objetivo de la ultraderecha es destruir el sistema de derechos democráticos que se ha construido con muchos esfuerzos en las últimas décadas para restablecer la discriminación rampante y la exclusión, a partir de una supuesta superioridad moral-religiosa y de la meritocracia.
El mundo camina hacia la agudización de conflictos propios de las contrarreformas.
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